Te
invitamos a hacer un Tour Virtual
Hoy te invitamos a hacer un tour virtual por la Capilla Sixtina haciendo click aquí y desde allí quisiéramos explicar algunas cosas muy
interesantes sobre el juicio final y lo que este tiene que ver con nuestra vida cristiana.
1. Un poco de historia para
situarnos…
El Papa Clemente VII le
encargó a Miguel Ángel de pintar una Capilla mejor conocida como Magna, tal vez
porque no era muy pequeña, pero que ahora la llamaban Sixtina, en honor del
Papa Sixto IV que había ordenado su restauración algunos años antes (entre el
1473 y 1481). Cuando Clemente VII muere, su sucesor Pablo III confirma a Miguel
Ángel en la titánica empresa.
La obra será monumental
(13,70 x 12,20 metros y una 400 figuras). y sobre ella, a lo largo de la
historia, se escribirán miles de libros por expertos a los que nosotros no
podríamos hacer ni sombra. Por este motivo, con modestia, nos fijaremos tan solo en una
parte, no por ello poco importante. Nos referimos a la pared del ábside del
fondo, donde se encuentra representado el Juicio Final.
2. Importancia del Juicio
Final para la vida cristiana y algunas precisiones
En encíclica Spe Salvi el
entonces Papa Benedicto XVI, enseñaba que:
“Ya desde los primeros tiempos, la
perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida
diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su
conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios. La fe en
Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás ni sólo hacia arriba, sino siempre
adelante, hacia la hora de la justicia que el Señor había preanunciado
repetidamente. Este mirar hacia adelante ha dado la
importancia que tiene el presente para el cristianismo.
En la configuración de los edificios
sagrados cristianos, que quería hacer visible la amplitud histórica y cósmica
de la fe en Cristo, se hizo habitual representar en el lado oriental al Señor
que vuelve como rey –imagen de la esperanza–, mientras en el lado occidental
estaba el Juicio final como imagen de la responsabilidad respecto a nuestra
vida, una representación que miraba y acompañaba a los fieles justamente en su
retorno a lo cotidiano. En el desarrollo de la iconografía, sin embargo, se ha
dado después cada vez más relieve al aspecto amenazador y lúgubre del Juicio,
que obviamente fascinaba a los artistas más que el esplendor de la esperanza,
el cual quedaba con frecuencia excesivamente oculto bajo la amenaza” (Spe Salvi
41-42).
Ahora bien, se podría decir
que la obra de Miguel Ángel se sitúa más en este último grupo, pues si
observamos con atención, aun cuando se mantiene la armonía clásica y casi
formal del arte del renacimiento (al menos en las proporciones y en los
cuerpos), la escena está cargada de tensiones llenas de dramatismo, así como
también lo están algunas de las expresiones de los personajes.
3. El Centro de todo
En el centro vemos a Cristo alrededor del
cual converge toda la escena y los personajes.

En este sentido, una sana crítica que
puede hacerse al respecto, es que esta alianza que se da entre la revelación
cristiana (Miguel Ángel se inspira en el Apocalipsis) y el arte del mundo
clásico y sus figuras mitológicas que renacen durante este periodo, en algunos
puntos distorsiona el mensaje cristiano. Pues mientras para el mundo griego la
perfección es ideal, para el cristianismo, de modo completamente inverso, lo
ideal, el Logos, desde el cual, por el cual y en el cual, todo ha sido creado,
no se debe buscar afuera como si se encontrara lejos de nosotros en su
perfección acabada, en su formalidad autónoma, como si se tratase de un Dios
estático (como las estatuas griegas), no, por el contrario, esta «forma ideal»
para nosotros se ha hecho carne y ha venido a habitar en medio de nosotros.
Sí, nuestro Dios es uno que inflamado de
pasión y de amor, extiende su Palabra hasta los confines de nuestra «caverna» (como
simbolizan tan bellamente los íconos del nacimiento de Jesús), asumiendo los
límites de nuestra materia en toda su radicalidad. A mi parecer el Juicio
Final, se debe siempre purificar de sus exageraciones terroríficas, a través
del crisol de este profundo misterio, que es la pasión y muerte de Jesús.
Aclarado esto, volvamos al fresco.
4. Los ángeles y santos
Ángeles: Sobre Cristo (en las medias
lunas) encontramos ángeles que recuerdan la pasión llevando en un movimiento de
gran intensidad los símbolos de la corona de espinas, la cruz y la columna en
la que Jesús fue azotado y que recuerdan su sacrificio por la salvación de la
humanidad.
Más abajo, en cambio, hay un
grupo ángeles que suenan las trompetas, acompañados de otros que sostienen unos
libros. Ambos anuncian la llegada del juicio final. El libro pequeño hace
referencia al libro de la vida (donde se encuentran los nombres de los elegidos
o salvados); y el libro grande, al de la muerte (donde figuran los condenados).
Santos: Veamos algunos de los santos. Al costado de Cristo, la
primera y la más importante entre todos es la Virgen,que se acerca a su Hijo, con
un sutil gesto de temor ante el poderoso veredicto que debe juzgar a vivos y
muertos.
A los pies de Cristo dos
mártires ocupan un lugar especial: San Lorenzo diácono y mártir de Roma (que lleva la parrilla en la que fue
quemado), y San Bartolomé, que tiene en la mano su propio pellejo, símbolo de la muerte que
recibió (fue despellejado). Dicen que Miguel Ángel aprovechó para autorretratarse
en el rostro de la piel.
A nuestra derecha vemos a San Pedro que tiene en la mano una llave de oro y otra plata con las que
puede abrir las puertas del paraíso, y que ahora, parece insinuar con su gesto,
quiere devolvérselas a Cristo. A su lado está San Pablo que realiza un leve gesto de temor con la mano. Al lado opuesto,
cerca de la Virgen, vemos a San Andrésllevando una cruz en forma de
X, sobre la cual predicó amarrado, mientras padecía durante tres días. Al
costado de San Andrés se encuentra un personaje que algunos identifican con San
Juan Bautista, aunque otros hipotizan que podría tratarse de Adán.
A los pies de Pedro, por otra
parte, encontramos un grupo de mártires que portan consigo los instrumentos del martirio: primero está San
Simón que tiene la sierra, luego a su costado vemos a Dimas, el buen ladrón,
que carga con su cruz. La que tiene una especie de rueda con púas en las manos
es Santa Catalina de Alejandría. San Blas, obispo armeno, es el que sostiene
rastrillos de cardar y el soldado romano San Sebastián sostiene unas flechas.
Destaca también el cirineo, que también carga la Cruz.
5. Ascenso y descenso, cielo
e infierno
Podemos contemplar que la
escena está compuesta siguiendo un movimiento giratorio, según la imagen del
pastor que separa las ovejas de las cabras, usada para describir de la segunda
venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los seres humanos, vivos y muertos
(cf. Mt 25,31-46).
Las ovejas a la derecha: Mirando el fresco a nuestra izquierda (que corresponde a la
derecha de Cristo), podemos observar un movimiento de ascensión de los hombres que suben al cielo para reunirse con los
santos. Algunos con expresiones de
desconcierto o de éxtasis exploran el espacio como si no comprendiesen del todo
lo que está sucediendo. Otros más conscientes, suben ayudados o aferrándose a
las nubes. Más abajo, cerca de la tierra, vemos a los muertos que salen
resucitados de sus tumbas para asistir, aún confundidos, al Juicio Final.
También cerca de ellos se asoman, asechando desde unas cavernas, algunos
demonios que intentan impedir que sean llevados al paraíso. Un poco más hacia
el centro se puede observar la cueva que simboliza la boca por donde se entra
al infierno.
Cabritos a la
izquierda: Mientras a nuestra derecha (izquierda de Cristo), en una dinámica
contraria se encuentran los hombres condenados que
descienden para dirigirse a los infiernos. Todos se arremolinan, como racimos, formando un conjunto
cargado de fuerza. Los ángeles y demonios se esfuerzan por precipitar a los
condenados. Los cuerpos son titánicos y transmiten una fuerza que desborda.
Destacan por una parte algunos símbolos más externos: como la figura del avaro
que lleva una bolsa repleta de dinero y unas llaves, y por otra las expresiones
más interiores de desolación y angustia, de quienes deben enfrentar y aceptar
ahora la verdad sobre su vida y su destino, como por ejemplo la figura del
hombre que se cubre el rostro con gran dramatismo y compunción (esta imagen
impresionó e inspiró a Rodin para hacer su famoso escultura del pensador).
En la parte de más abajo a la
derecha, vemos en la Laguna de Estigia a Caronte, barquero encargado de
trasladar a los muertos al reino del Hades (según la mitología griega), que en
la parte izquierda de su barca, amenaza con un remo a los condenados que se
demoran o no quieren bajar, una vez llegados a su terrible destino. También
esta él rey Minos el juez de los infiernos, al que Miguel Ángel retrató con el
rostro de Biaggio de Cesea, un gran maestre de ceremonias del Vaticano que se
oponía, pues le parecía indecente, a la idea de representar una escena tan
sagrada con cuerpos desnudos. Cuentan por ahí que después de ir a quejarse ante
el papa (Pablo III) y a implorarle que lo “sacaran del infierno”, a lo que este
le respondió: “hijo mío, si te hubieran colocado en el Purgatorio, yo todavía
hubiera podido hacer algo, pero en el infierno no puedo; no tengo autoridad”.
6. ¿Qué se puede concluir de
todo esto para nuestra vida cristiana?
Aquí una magnífica respuesta que el
entonces Papa Benedicto XVI dirigió en un encuentro con el clero
de Roma el 7 de febrero de 2008, allí decía.
En las visitas ad limina de los obispos de los países ex
comunistas veo siempre cómo en esas tierras no sólo han quedado destruidos el
planeta, la ecología, sino sobre todo, y más gravemente, las almas. Recobrar la
conciencia verdaderamente humana, iluminada por la presencia de Dios, es la
primera tarea de reconstrucción de la tierra. Esta es la experiencia común de
esos países. La reconstrucción de la tierra, respetando el grito de sufrimiento
de este planeta, solo se puede realizar encontrando a Dios en el alma, con los
ojos abiertos hacia Dios.
Por eso, usted tiene razón: debemos
hablar de todo esto precisamente por responsabilidad con la tierra, con los
hombres que viven hoy. También debemos hablar del pecado como
posibilidad de destruirse a sí mismos, y así también de destruir otras partes
de la tierra. En la encíclica traté de demostrar que precisamente el juicio
final de Dios garantiza la justicia. Todos queremos un mundo justo, pero no
podemos reparar todas las destrucciones del pasado, todas las personas
injustamente atormentadas y asesinadas. Sólo Dios puede crear la justicia, que
debe ser justicia para todos, también para los muertos. Como dice Adorno, un
gran marxista, sólo la resurrección de la carne, que él considera irreal,
podría crear justicia. Nosotros creemos en esta resurrección de la carne, en la
que no todos serán iguales.
(…) Tenemos necesidad de estar
preparados, de ser purificados. Esta es nuestra esperanza: también
con mucha suciedad en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad,
nos lava finalmente con su bondad, que viene de su cruz. Así nos hace capaces
de estar eternamente con él. De este modo el paraíso es la esperanza, es la
justicia finalmente realizada. Y también nos da los criterios para vivir,
para que este tiempo sea de algún modo un paraíso, para que sea una primera luz
del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, existe ya un poco
de paraíso en el mundo, y esto se puede comprobar. Me parece también una
demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir la senda de los
mandamientos, de la que debemos hablar más.
El sacramento de la penitencia nos brinda
la ocasión de renovarnos hasta el fondo con el poder de Dios —Ego te absolvo—, que es
posible porque Cristo tomó sobre sí estos pecados, estas culpas. Me parece que
hoy esta es una gran necesidad. Podemos ser sanados nuevamente. Las almas que
están heridas y enfermas, como es la experiencia de todos, no sólo necesitan
consejos, sino también una auténtica renovación, que únicamente puede venir del
poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Me parece que este es el gran
nexo de los misterios que, al final, influyen realmente en nuestra vida.
Nosotros mismos debemos meditarlos continuamente, para poder después hacer que
lleguen de nuevo a nuestra gente.
Fuente: Fragmento de un artículo
originalmente publicado por Catholic Link