La Hna. Conchita durante sus vacaciones en Segovia |
Acabo de recibir esta
carta de la Hna. Conchita González que acaba de regresar a Kinshasa, República Democrática del Congo, después de
unas vacaciones en su tierra segoviana.
Estos meses que ha estado en España, ha colaborado conmigo en el Secretariado Diocesano de Misiones de Segovia, sobre todo durante la campaña del DOMUND.
Sé que muchos de los que leéis el blog os interesan también las noticias de nuestros misioneros. Nos cuenta su aventura hasta llegar a
su misión.
Queridos todos:
Como estáis? Vengo a deciros que ya estoy en Kinshasa; el
cinco de enero 2013 a las 19,20 el avión aterriza en Kinshasa; se nos anuncia
que llueve torrencialmente y de esperar con paciencia, pondrán autobuses al pie
de la escalerilla … nos conducen a las salas del aeropuerto, la agencia ha
instalado ocho o diez ventanillas para
agilizar los trámites, creo que éramos al rededor de 400 personas. El calor es agobiante y una joven se marea y cae redonda a mi lado, a
Dios gracias, la Cruz Roja llega con rapidez.
Las maletas llegan sin
dificultad, las mías como las de todos pesan como muertos, hay carrillos pero
no para todos, con coraje empiezo a arrastrar las maletas y enseguida alguien
se compadece de mí y me las lleva hasta el coche donde mis compañeras me
esperan, la propina no podía faltar y se fue feliz a buscar algún que otro
pasajero pues estos maleteros viven de esto.
La lluvia sigue siendo
torrencial, el aeropuerto de nuestra casa está a unos veinte kilómetros nos
ponemos en marcha, pasados unos cinco
kilómetros, un atasco impresionante,
imposible de dar un paso, en dos horas y media hicimos unos cinco kilómetros,
llegamos a casa a las once de la noche, tres horas para hacer unos veinte
kilómetros pero a Dios gracias llegamos con bien. El espectáculo era
impresionante la gente se bajaba de los coches y en la lluvia calados hasta los huesos, algunos descalzos con las babuchas rotas en las manos y a
oscuras, las únicas luces eran las de los coches que cegaban, así trataban de
llegar a sus destinos. Después me explicaron que más de uno decidió buscar una
«posada» donde pasar la noche…
Al día siguiente sin haber
tenido tiempo de abrir las maletas respondí con las hermanas de la comunidad a
la inauguración de un seminario que
nuestros compañeros los misioneros de África han construido para formar a los
futuros misioneros, pues aquí no hay crisis vocacional y las vocaciones son muy
numerosas. Pasamos un día bonito pero a la vuelta una vez más los atascos,
estuvimos hora y media sin dar un paso. Este problema de atascos se multiplica
cada vez mas ya que los coches se multiplican pero las carreteras no y os
aseguro que hace falta mucho coraje para salir de casa, pero una ciudad con
diez millones de habitantes necesita transporte y como no tenemos metro ni buenos autobuses, nos conformamos con lo que
existe, pequeñas furgonetas haciendo de taxis. En este ambiente he dado mis
primeros pasos en Kinshasa.
El lunes siete después de misa
pensé que no llegaría a casa, aquí no eran atascos eran encuentros; de veras
no tengo palabras para deciros con la
alegría que la gente me recibió, a la puerta de la iglesia me hicieron corro,
abrazos ,yuyus=aclamaciones con ruidos
hechos con la boca, danzas etc. etc… nunca hubiera pensado que tanta gente se
alegrara de verme, aunque confieso que la alegría era reciproca pues yo me
siento en casa y feliz.
Durante toda la semana las
visitas se han sucedido y he gozado de acoger a la gente, esto me confirma en
la decisión que he tomado, a mi edad no tengo que agobiarme con muchas cosas la
gente quiere que los escuches y que transmitas paz.
El sufrimiento es grande en
Kinshasa y la enfermedad y la muerte ronda por todos los sitios, las pocas
visitas que he hecho desde que he llegado han sido para dar ánimo a los
enfermos y « consolar » a las familias que han perdido un ser querido.
El párroco, un sacerdote joven que le gusta llamarme
abuelita después de abrazarme me dice: Las señoras de Cáritas te esperan, hay que
seguir sosteniéndolas … cosa que haré con gusto pues con los pobres y la gente
sencilla me encuentro a gusto.
Creo que con estas palabras he
resumido lo que he vivido desde que llegue, y no voy a extenderme más. Que esta carta os diga todo mi agradecimiento
por el cariño y la acogida que he tenido entre vosotros. El Salmista dice en el
salmo 116: «cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho ...» y esta es
mi oración…
Con un fuerte
abrazo me despido de todos y cada uno de vosotros.
Hna Conchita.