Laica, madre de cinco hijos y doctora en Bioética, cree que la mirada de la Iglesia y de los pastores sobre la familia debe cambiar
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CNS Paul Haring |
Gabriella Gambino es subsecretaria del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida desde
2017. Laica, madre de cinco hijos y doctora en Bioética, su voz es una de las
más autorizadas para hablar de los retos a los que se enfrenta la Iglesia en el
acompañamiento de las familias.
—En mayo se cumplen dos años del lanzamiento por el papa de la iniciativa Family Global Compact. ¿En qué consiste este
proyecto?
—Es un programa compartido de acciones entre institutos y centros de la familia
que pertenecen a universidades católicas en el mundo, por un lado, y consejos y
oficinas de laicos y familia de conferencias episcopales y diócesis, por el
otro. Se trata de que trabajen juntos al servicio de la evangelización sobre
temas que urgen para apoyar la familia.
—Al hilo de este proyecto, ¿qué análisis hace su dicasterio sobre
la situación de la familia?
—La perspectiva de nuestro análisis no es solo sociológica, sino que se sitúa
en el horizonte de la misión de la Iglesia, es decir, de la evangelización.
Podríamos hablar de tres tipos de situaciones. En primer lugar, las familias
que viven en situaciones llamadas irregulares respecto al sacramento del
matrimonio —parejas de hecho, divorciados y vueltos a casar, uniones
inestables…—, que se acercan a la Iglesia quizá con ocasión de los sacramentos
de sus hijos, de los que la Iglesia puede hacerse cargo con el anuncio gradual
del Kerigma. En segundo lugar, las familias que viven situaciones relacionales
difíciles, sobre todo desde el punto de vista psicológico, que necesitan
atención experta y acompañamiento para no quedarse solos, y a los que hay que
llegar para cuidar su vida espiritual. Por último, las familias cristianas y
practicantes que, en la complejidad de las sociedades secularizadas, necesitan
ser acompañadas en el plano moral y espiritual, como parejas y como padres e
hijos en las relaciones educativas familiares y en la transmisión de la
fe.
—¿Cuál es el mayor desafío para la Iglesia en este ámbito?
—Llevar a cada persona a la plenitud de la relación con Cristo y crear las
condiciones internas y externas para que cada uno pueda responder a su
verdadera vocación y pueda vivir buscando abrirse a la gracia del Espíritu
Santo. Hoy, todo esto es muy complejo, porque no siempre nos damos cuenta de
que la familia misma es un sujeto eclesial que hay que reevangelizar en su
conjunto. La familia es un sistema de relaciones muy estrechas e ineludibles, y
mientras sigamos evangelizando a las personas como individuos, olvidando que
son sujetos familiares con vínculos antropológicos muy fuertes, seguiremos
haciendo un trabajo parcial y relativo. Un joven no es solo un joven al que hay
que etiquetar e implicar en la pastoral juvenil. Es un niño que crece en una
familia y que viviría con más equilibrio si pudiera compartir con su familia lo
que la parroquia le transmite, que desearía ver a sus padres unidos y serenos.
Un niño que necesita tener ante sus ojos testimonios de lo que puede ser la
familia, para que un día desee construir la suya propia para responder a su
vocación cristiana. Creo que la mirada de la Iglesia y de los pastores, en
particular, sobre las familias debe cambiar: no son solo un problema a tratar
dentro de la evangelización, son un sujeto eclesial. Hay que escucharlas como
familias, acompañarlas, ayudarlas y hacerlas conscientes de que son un sujeto
importante en el cuerpo eclesial, con una misión.
—¿Afecta que haya menos familias cristianas a la secularización y
a las vocaciones, por ejemplo, sacerdotales?
—Ciertamente. Igual que ocurre lo contrario. La secularización hace que
disminuya el número de familias cristianas. La fe se transmite en la familia,
la relación con Dios se aprende ante todo de nuestros padres. Si tantas
familias viven como si Dios no existiera, sin los sacramentos, sin saber
transmitir los fundamentos de la fe y de una vida vivida con Cristo, ¿cómo
pueden saber sus hijos que están llamados por el Padre a una vocación? ¿Cómo
pueden desear para sí la gracia del sacramento del matrimonio si no tienen ante
sus ojos la experiencia de un matrimonio cristiano? Ni siquiera pueden saber
que existe esta gracia, ni comprender la diferencia entre la mera convivencia y
compartir un proyecto de amor familiar construido sobre la roca de un
sacramento. Lo mismo ocurre con los valores humanos y cristianos.
—¿Por qué no funciona la transmisión de la fe en la familia?
—Quizá sea porque muchas familias que hoy se dicen cristianas no saben hacer
presentes en sus relaciones y en su vida cotidiana esos «compañeros de viaje»
del cristiano, como los define el Papa, que son
la oración diaria, los sacramentos, el ayuno y la caridad. Los niños que
acceden hoy a los sacramentos viven a menudo en familias donde los padres no
están casados, donde no se reza y no se va a Misa los domingos. La transmisión
de la fe no es un factor educativo que preocupe o interese a la mayoría de los padres
modernos. En cambio, en las familias en las que la fe es un factor educativo
central, incluso el testimonio de los padres por sí solo puede influir en la
transmisión de la fe a los hijos. Las palabras no bastan, es más, a veces
pueden hacer daño si se pronuncian en el seno de relaciones conflictivas y no
van acompañadas de la capacidad de los padres para aceptar las distintas etapas
del crecimiento de sus hijos. La verdad es que los padres, ante hijos que
crecen y manifiestan estas crisis, debemos aprender a dar un paso atrás, seguir
dando testimonio de nuestra fe en la vida práctica, encomendarlos al Padre en
nuestra oración personal y paterna, y recordarles solo que Cristo los busca y
los espera.
¿Cómo ayudar a la familia en la educación sobre la sexualidad y
afectividad en el momento actual?
—La Iglesia debe proponer en las parroquias, en las escuelas y en cada contexto
educativo aquellos programas de educación sobre la sexualidad y la afectividad
coherentes con la antropología cristiana que existen, pero que pocos conocen, y
que pueden formar a los padres, a los educadores y, en consecuencia, a los
niños y a los jóvenes en una afectividad y una sexualidad sanas. La prevención
es necesaria, porque, a causa del uso no regulado de los contenidos de los smartphones,
niños y jóvenes hacen prematuramente experiencias que son devastadoras para su
psique y su crecimiento, y causan heridas para el resto de su vida. Las
familias también están muy solas en esto.
—¿Se necesita una mejor preparación para el matrimonio?
—El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida publicó en 2022 el
documento Itinerarios catecumenales para la vida matrimonial. Son
orientaciones pastorales para obispos y responsables de pastoral juvenil y
familiar que pretenden cambiar la perspectiva de la preparación al matrimonio.
Pero harán falta años y coraje por parte de los pastores. Lo que está en juego,
sin embargo, es la supervivencia de la familia cristiana y toda condición
mínima para nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Fran Otero
Fuente: Ecclesia