Todos los milagros de curación narrados en los Evangelios tienen un factor común: la confianza en Dios es la clave de la curación
![]() |
Illustration générée par Canva IA |
¿Qué es la
curación? Liberar a un enfermo de una dolencia física o moral. Nuestro
Salvador, el médico de los hombres, sabe que cada uno de nosotros tiene una
gran necesidad de curarse de sus males, de lo que le aprisiona, le limita, le
hace sufrir; de librarse de lo que le aqueja.
Sin embargo,
con demasiada frecuencia, corremos el riesgo de recurrir a curanderos de todo
tipo, a prácticas más o menos racionales, o incluso a tratar con espíritus
malignos. Viendo las cosas desde la fe, ¿no es ante todo un consuelo que
tengamos que soportar nuestro sufrimiento con más dignidad, sobre todo si es
inevitable? La historia está llena de héroes que han superado el sufrimiento:
mártires y santos.
Curación y
conversión
¿No es a menudo
preferible la conversión a la curación? La conversión es activa; la curación es
un poco más pasiva, pero hay que querer curarse. Los médicos saben muy bien que
el paciente participa en su propia curación.
En el plano
espiritual, el Señor nos cura, no sin que se lo pidamos con perseverancia, fe y
disponibilidad para hacer todo según su voluntad, tanto si nos curamos para
ponernos a su servicio -como vemos tantas veces en el Evangelio- como si
compartimos el sufrimiento del mundo asociándonos al suyo.
"Curar a
veces, aliviar a menudo, escuchar siempre", decía el célebre médico
Pasteur. La confianza en Dios, como nos dicen todos los milagros de curación
del Evangelio, es la clave de la curación. Por ello, citando a Ambroise Paré:
"Yo le curé, Dios le curó", debemos evitar ceder cualquier tipo de
poder de curación a cualquier persona o cosa que no sea Dios.
Y cuando, en lugar de curación física, la muerte acecha en el horizonte, podemos acudir a los cuidados paliativos, que alivian el sufrimiento y proporcionan la paz necesaria para hacer la transición. Alternativa mejor que la eutanasia, que interrumpe el trabajo necesario para prepararse para la muerte y, en última instancia, no respeta la dignidad del ser humano.
P. Michel
Martin-Prével, cb
Fuente: Aleteia