«Mi nombre es Krishna, nací en una granja Hare Krishna y he pasado de fumar porros a ir a misa todos los días»
Krishna. Dominio público |
Allí
se mudó a finales del pasado siglo un matrimonio español atraído por lo
novedoso y exótico de la secta. Se sentían tan atraídos por ella que, cuando
nació su hijo poco después, no dudaron en llamarle Krishna. El
joven, que ahora ronda la veintena, acaba de compartir su impactante recorrido
en el canal de YouTube Jóvenes Católicos. «Mi nombre es Krishna,
nací en una granja Hare Krishna y he pasado de fumar porros a
ir a misa todos los días» comienza diciendo el joven con una amplia sonrisa.
«Nací en una comunidad Hare Krishna porque a
mis padres les encantaba esa espiritualidad. A los 2 años me mudé a Boadilla
del Monte (Madrid), ya que tuve una pulmonía y nos trasladamos allí, porque
hacía mejor tiempo», relata. «He pasado casi toda mi vida en Madrid. Mi
infancia fue bonita hasta los 5 años. A mis padres les iba genial,
tenían muchos negocios en la India, traían plata, piedras semipreciosas,
productos, recibían encargos de toda España... Les iba bastante bien»,
rememora.
Sin embargo, las cosas empezaron a torcerse cuando Krishna
tenía 5 años. «Mi padre falleció y dejó algunas deudas. Mi madre se
vio sola con tres hijos y tuvo que sacar a la familia adelante. Mi madre ha
sido una guerrera, nos ha querido siempre con locura y la verdad es
que le debo todo», reconoce. Sin embargo, el joven apunta que «siempre he
tenido una tendencia a liarla, a llamar la atención, a hacer lo que
está prohibido, a saltarme las normas», lo que «le llevó a tener ciertas
amistades que no eran lo mejor; siempre me he dejado influir mucho».
Porros
y litros de cerveza
«En 6º
de primaria, con los amigos de mi urbanización probamos los porros.
Mi madre me pilló con un poco de marihuana. Con 12 años ya se veía
a dónde tiraba la cabra, ¿no?», plantea. «Mi madre lo vio venir y
dijo: ´A este niño hay que meterle en algún sitio', y me metió en un 'colegio
de curas', como decía ella», prosigue. Krishna comenzó entonces su etapa en
el colegio Andel de Alcorcón, al sur de Madrid, un centro
educativo del Opus Dei.
Al
principio renegaba del centro escolar: «Me decía: 'Jo, estos
pijos con corbata no sé qué, ¿de qué va esta gente?'». Pero, cuando vuelve la
vista atrás, reconoce que «ha sido una pasada: los profesores que tuve me
enseñaron a trabajar, a estudiar, están muy encima de ti, estás súper
arropado». «Yo creo que me han salvado la vida, por poder
acudir a un sacerdote, de no tener esa vergüenza y saber que puedes acudir a
él», sentencia.
Pese a ello, Krishna seguía fumando tabaco y porros a
lo largo de toda la ESO. «Teníamos una guarida construida con
muebles robados, a la que íbamos siempre los amigos», recuerda. Más tarde
comenzaron los planes de fin de semana: «Beber litros y litros de cerveza».
«Para cuando me di cuenta ya me estaba gastando 5 euros en cerveza todos
los días y el plan entre semana era ese y fumar porros. Los fines de
semana comprábamos el doble de todo y bebíamos cubatas con los
amigos de fiesta, en descampados y llegando a casa a las 12 de la noche»,
afirma.
La
situación con su madre, claro, se tensionó: «Tenía bronca con
ella todos los días», porque «mi madre siempre ha sido antidroga, antiporros,
antialcohol...». Pese a ello, Krishna reconoce que «ella siempre ha estado al
pie del cañón». «Me enteré más tarde de que en aquella época dejó el Hare
Krishna y empezó a ir a misa y a rezar el rosario con
mi abuela todos los días para pedir por mí. Tenían un grupo de
oración en el que pedían para que yo me alejara de todos estos temas», señala.
«Iba
a clase muy 'fumao'»
«En 4º
de la ESO me cambiaron al colegio público, donde enganché bien con todos mis
amigos. Ahí noté que era otra cosa: no estás tan cobijado por los profesores, a
la gente le das más igual, los compañeros son un poco más malos. Yo
entraba a clase muy fumao y se reían de mí
y la verdad que creo que fue el peor año de mi vida», afirma.
Krishna
siguió descendiendo por la resbaladiza pendiente de las drogas y las
adicciones: «Se me empezó a ir un poco la pinza con los
porros, el alcohol. Dejé de fumar porque me sentaba fatal y empecé a
probar otras cosas. A los 16 nos colábamos en discotecas, metíamos
alcohol porque no teníamos dinero, usaba un DNI falso, etc.», prosigue. Todo
eso le llevó a repetir un curso por malas notas, a un nuevo cambio de colegio y
de barrio.
La
última bala
«Hubo
una noche que estuve tan mal que utilicé la única, la
última bala que me quedaba en la recámara, porque lo había probado
todo, había probado todo lo que te propone el mundo para ser feliz: drogas,
chicas, popularidad… lo que te ofrece el mundo y la verdad que no me llenaba.
Estaba muy triste. Entonces esa noche me comí mi orgullo y me
acuerdo que recé un Padre Nuestro diciendo: 'Te necesito'».
Terminó
el Bachillerato en Madrid y se mudó a Bilbao, donde comenzó a
estudiar y a trabajar en una cocina de un restaurante. Para entonces ya había
dejado de consumir droga: «Lo bueno de la cocina es que trabajas todos los
fines de semana y no puedes salir de fiesta porque trabajas
hasta tarde», reconoce. Poco a poco empezó a ir a misa los domingos y a leer
el Evangelio mientras iba o volvía de clase. «Me lo ponía en la radio
y escuchaba. Me llamaban mucho la atención las lecturas y me llenaban»,
rememora.
«Cuando
terminó la pandemia, un día hicimos una videollamada de antiguos socios del
club del Opus Dei al que iba de pequeño. Hablamos de todo y de nada», explica.
Pero se le quedó una pequeña espina clavada: «¿No habrá algo
parecido a esto en Bilbao?», se preguntó. «Recordé que yo me lo pasaba muy bien
con esta gente… y que además rezaba. Entonces escribí a mi monitor y me puso en
contacto con una persona del Opus Dei en Bilbao. Empecé a hablar con este chico
y la primera vez que hablé con él me puse a llorar porque le
conté mi vida: que estaba fatal aunque iba a misa, pero que
todavía tenía heridas que sanar», reconoce.
Dos
horas de rodillas rezando
«Un
día decidí confesarme y fue fenomenal. Encontré un libro en la casa a la que
nos habíamos mudado en Bilbao que se llamaba La imitación de Cristo,
de Tomas de Kempis, que era muy potente»,
recuerda. «Contaba cosas sobre el cristianismo que tenían mucho sentido, y por
la noche fácilmente me podía pasar 2 horas de rodillas rezando»,
añade. «Era impresionante: me llenaba muchísimo, pero sí que sentía que me
faltaba algo más, siempre necesitaba algo más: iba a misa, me confesaba,
hablaba con un cura, pero me faltaba algo», subraya.
Dios
te hace santo
Este
miembro del Opus Dei «me animó a rezar más, a rezar el Rosario, etc., pero hubo
una cosa que me cambió la vida. Me dijo: 'Tú, Krishna, puedes ser
santo'. Yo pensé: 'Este hombre no me conoce todavía'. Y me insistió: 'No,
no, es que tú puedes ser santo y estás llamado a ser santo. Todos estamos
llamados a ser santos y tú no lo vas a hacer, lo hace Dios en ti',
y eso me descolocó», admite.
«A partir de ahí empezamos a hablar y yo hacía lo que me
decían: empezaba la semana muy bien, luego bajaba, subidas, bajones, lo típico,
pero al final conectas los puntos: caí de repente en un club del Opus Dei, me
hablaron de la santidad en medio del mundo, y en un momento dado me propusieron
pedir la admisión al Opus Dei y entregarme a Dios», observa. Fue entonces
cuando se planteó la llamada a incorporarse como agregado de la Obra fundada
por San Josemaría Escrivá de Balaguer. «La verdad es que me costó
un poco la idea del celibato. Dices: 'A mí me encantan las
tías, igual esto no es para mí', pero claro a todos nos gustan, pero es que
Dios necesita gente, nos llama como a los apóstoles y no te lo esperas»,
reconoce.
«Me
costó un poco; varias personas rezaron varias novenas por mí y al final me
lancé a la piscina y me fie. La verdad es que sigo muy contento cuatro
años después», admite. «Sigo luchando con las mismas cosas evidentemente,
porque siempre tiene que haber lucha. Cuando pedí la admisión, dije: 'Ya he
llegado, ya está todo hecho, qué bien'. Pero no: acaba de empezar todo y
hoy sí que puedo decir que soy feliz con mayúsculas», subraya.
«Darte
cuenta de que Dios te quiere, que está pendiente de ti, que tiene un propósito
y una misión para ti concreta... es impresionante. La libertad que
te deja para hacer lo que te dé la gana. Cada día no puedo hacer otra cosa
que dar gracias a mi familia que ha rezado tanto por mí; mi
madre, que puede ser Santa Mónica, la madre de San Agustín,
fácilmente; al igual que mi abuela», concluye Krishna.
Álex Navajas
Fuente: El Debate