COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «LA MISIÓN DE LOS DOCE»

El evangelio de este domingo narra la misión de los apóstoles —los Doce— y los consejos de Jesús al enviarlos. No les permite llevar más que un bastón para el camino; ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; sandalias sí, pero no una túnica de repuesto.

Dominio público
¿Por qué tanta austeridad? ¿No supone un atentado contra la Providencia? Jesús da por sentado que encontrarán gente que les acoja en su casa, pues dice que se permanezcan donde les reciban. Con un bastón Moisés venció al faraón de Egipto, abrió las aguas del mar Rojo e hizo brotar agua de la roca en el desierto. Solo con un bastón. Los Doce deben aprender a confiar.

Hay otra razón para entender esta misión «sin recursos materiales» (hoy la consideramos un disparate). Todo se explica si nos atenemos a lo que dice el final de este episodio: «Salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban». Es obvio que nada de esto se consigue con dinero. Sobrepasa nuestra capacidad. Jesús quiere que los Doce aprendan desde el principio que la misión no depende de ellos ni de sus recursos. Es una gracia que les trasciende, pues viene de Dios.

Por último, Jesús les da este mandato: «Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos» (Mc 6,11). Algunos santos, entre ellos Teresa de Jesús, cumplieron esto al pie de la letra. La expresión «en testimonio contra ellos» indica que algún día darán cuenta a Dios por no haberlos recibido, a ellos y al evangelio.

Este breve discurso de Jesús sobre la primera misión de los Doce guarda en su esencia y simplicidad las notas distintivas de su encomienda, que vale para entonces, para hoy y mañana. Los Doce se enfrentan a la tarea de luchar contra el mal y sus consecuencias. Para llevarla a cabo, Jesús les inviste «con la autoridad sobre los espíritus inmundo». Les hace partícipes de su propia autoridad para sanar a pecadores y enfermos; y deben vivir en la casa que les acoja. La misión se realiza entre los hombres, participando de su vida.

Con mucha frecuencia, quienes sucedemos a los Doce —los obispos— planteamos la misión desde otras categorías. No porque rechacemos los consejos de Jesús, sino porque los consideramos «insuficientes». Con frecuencia se dice que la Iglesia necesita marketing, es decir, recursos, dinero, repuestos de todo tipo. Asumimos de tal manera el protagonismo de la misión que damos la impresión de que todo depende de nuestras capacidades, planes, organizaciones, etc. ¿Dónde queda el Espíritu? Si leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles, observamos que la parte dedicada a los viajes de san Pablo está dominada por la presencia del Espíritu que dirige el ritmo y el rumbo de lo que el apóstol debe hacer. Y nadie durará de que la misión de san Pablo fue fecunda, sin privarse —eso sí— de persecuciones, naufragios, flagelaciones, todo lo que él llama «debilidad», de la cual se gloría porque la considera signo del poder de Dios y de su evangelio.

La cuestión de cómo debemos vivir hoy lo esencial de la misión y sus características depende, en primer lugar, de la docilidad a la acción de Dios en nosotros, y de respetar su protagonismo insustituible; en segunda lugar, de la creatividad pastoral para ajustar nuestra vida al estilo evangélico sin olvidar que nuestra lucha, como se deduce de los consejos de Jesús, es contra el espíritu del mal del que, nosotros en primer lugar, debemos guardarnos, porque somos sus primeros destinatarios, como lo fue Cristo. En cuanto a la fecundidad de nuestro trabajo, no debemos preocuparnos tanto. La tenemos garantizada, pues Dios es fiel. Basta sacudirnos el polvo de los pies.

  + César Franco

Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia