El evangelio de este domingo narra la misión de los apóstoles —los Doce— y los consejos de Jesús al enviarlos. No les permite llevar más que un bastón para el camino; ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; sandalias sí, pero no una túnica de repuesto.
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Hay
otra razón para entender esta misión «sin
recursos materiales»
(hoy la consideramos un disparate). Todo se explica si nos atenemos a lo que
dice el final de este episodio: «Salieron
a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos
enfermos y los curaban».
Es obvio que nada de esto se consigue con dinero. Sobrepasa nuestra capacidad.
Jesús quiere que los Doce aprendan desde el principio que la misión no depende
de ellos ni de sus recursos. Es una gracia que les trasciende, pues viene de
Dios.
Por
último, Jesús les da este mandato: «Si
un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los
pies, en testimonio contra ellos»
(Mc 6,11). Algunos santos, entre ellos Teresa de Jesús, cumplieron esto al pie
de la letra. La expresión «en
testimonio contra ellos»
indica que algún día darán cuenta a Dios por no haberlos recibido, a ellos y al
evangelio.
Este
breve discurso de Jesús sobre la primera misión de los Doce guarda en su
esencia y simplicidad las notas distintivas de su encomienda, que vale para
entonces, para hoy y mañana. Los Doce se enfrentan a la tarea de luchar contra
el mal y sus consecuencias. Para llevarla a cabo, Jesús les inviste «con la autoridad sobre los espíritus
inmundo». Les hace
partícipes de su propia autoridad para sanar a pecadores y enfermos; y deben
vivir en la casa que les acoja. La misión se realiza entre los hombres,
participando de su vida.
Con
mucha frecuencia, quienes sucedemos a los Doce —los obispos— planteamos la
misión desde otras categorías. No porque rechacemos los consejos de Jesús, sino
porque los consideramos «insuficientes». Con frecuencia se dice que la
Iglesia necesita marketing, es decir, recursos, dinero, repuestos de todo tipo.
Asumimos de tal manera el protagonismo de la misión que damos la impresión de
que todo depende de nuestras capacidades, planes, organizaciones, etc. ¿Dónde
queda el Espíritu? Si leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles, observamos
que la parte dedicada a los viajes de san Pablo está dominada por la presencia
del Espíritu que dirige el ritmo y el rumbo de lo que el apóstol debe hacer. Y
nadie durará de que la misión de san Pablo fue fecunda, sin privarse —eso sí— de
persecuciones, naufragios, flagelaciones, todo lo que él llama «debilidad», de la cual se gloría porque la
considera signo del poder de Dios y de su evangelio.
La
cuestión de cómo debemos vivir hoy lo esencial de la misión y sus
características depende, en primer lugar, de la docilidad a la acción de Dios
en nosotros, y de respetar su protagonismo insustituible; en segunda lugar, de
la creatividad pastoral para ajustar nuestra vida al estilo evangélico sin
olvidar que nuestra lucha, como se deduce de los consejos de Jesús, es contra
el espíritu del mal del que, nosotros en primer lugar, debemos guardarnos,
porque somos sus primeros destinatarios, como lo fue Cristo. En cuanto a la fecundidad
de nuestro trabajo, no debemos preocuparnos tanto. La tenemos garantizada, pues
Dios es fiel. Basta sacudirnos el polvo de los pies.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia