En la fiesta de la acogida a los cientos de miles de jóvenes que hacen arder de amor y fe las calles de Lisboa esta semana, el Papa Francisco les recordó a todos: “Ninguno de nosotros es cristiano por casualidad. ¡Todos fuimos llamados por nuestros nombres!”, porque “somos amados. ¡Qué lindo!”.
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Esther y su familia en el Vía Crucis de la JMJ Lisboa 2023. Crédito: Vatican Media. Dominio público |
“Me crie lejos de
la Iglesia pese a estar bautizada y haber hecho la Comunión. Y a medida que
crecí, me fui perdiendo en el mundo. Con poco más de 18 años vivía como casada
sin estarlo y tenía una relación muy dependiente que iba de mal en peor. Con 24
años, después de terminar de estudiar arquitectura, tuve un accidente que
lesionó mi médula y empecé a vivir en una silla de ruedas”, relató Esther, una
española de 34 años que compartió su experiencia antes y después de encontrarse
con Dios, a quien cariñosamente llama “Padre del Cielo”.
Estar en silla
de ruedas fue una experiencia compleja, que la sacó del ambiente en el que
estaba y le cambió la mirada sobre su propia vida, haciéndole entender que no
lo estaba haciendo bien, que tal vez se estaba perdiendo de lo mejor.
“Me preocupaba
mucho por el futuro, intentando huir del sufrimiento. Y todo lo intentaba
conseguir sola. Y es que no conocía a mi Padre en el Cielo, y no le conocería
hasta años más tarde”.
Poco a poco fue
mejorando, se aficionó al deporte, encontró un trabajo soñado y conoció a
Nacho, su “mejor regalo”, quien luego sería su esposo. Por creer las cosas que
les decía el mundo y al verse embarazada, decidieron abortar, algo que
simplemente la devastó.
“Después
de aquello, me quedé muy triste y sin ver sentido a nada. Nunca había sentido
tanto vacío. Algo había muerto dentro de mí”, confiesa llena de dolor.
El encuentro con Dios
“Pero
el Señor en su infinita misericordia salió en mi busca. Unos meses después
sentí un amor tan grande, tan grande y tan inexplicable, que empezó a despertar
mi conciencia. Y me confesé, por primera vez en mi vida, con un arrepentimiento
profundo por tanto que había hecho sufrir a ese Padre que tanto me amaba”,
continuó.
Tras
volver a la Iglesia, Dios le regaló un nuevo embarazo, que esta vez sí acogió,
fruto del cual nació su “preciosa Elizabeth”, a quien quiere “con locura”.
“También
surgieron nuevos problemas. Yo estaba cambiando y Nacho no entendía nada.
Conocí los Cof, centros de orientación familiar, donde te ayudan en las
dificultades. Allí nos ayudaron a mejorar nuestra comunicación. Nacho se animó
a ir a un retiro y cuando volvió, mejoró más nuestra relación”.
Con
toda esa experiencia de fe y amor renovados, con los cimientos más sólidos,
decidieron finalmente casarse por la Iglesia para recibir la bendición de Dios.
Eso, un día “maravilloso”, ocurrió el 7 de mayo de 2022, “sabiendo que el Señor
estará cada día con nosotros para enseñarnos a amarnos”, aseguró.
Para
terminar, Esther reconoce con humildad que aún hay problemas, pero con la
conciencia de que hay un sentido en todo y que Dios está ahí para ella y su
familia: “Él nos lleva de la mano, incluso en brazos cuando lo necesitamos”.
En
la séptima estación del multitudinario Vía Crucis, cuando se medita en la
segunda caída de Jesús, fue João, joven portugués de 23 años, quien compartió
su difícil experiencia durante la pandemia, especialmente en lo referente a la
salud mental.
En
esos años terminaba la universidad y siempre tenía el “fantasma de contagiar a
algún familiar”, ya que necesitaba salir de casa. Un día le tocó ir al doctor,
pero no por un problema que fuera sólo físico.
“Es
difícil reconocer nuestra fragilidad, pedir ayuda y darnos cuenta de que no
somos autosuficientes; tememos ser una carga y encontrar el rechazo”, comentó.
El
tiempo de la pandemia le sirvió para escucharse a sí mismo, tratar de averiguar
qué había de malo en él, para aceptarse, para meditar la fe, pero también para
descubrir que aún vive un doloroso “aislamiento silencioso, un aislamiento
emocional, que las máscaras no han podido acallar”.
“Normalmente
los que más sufren son los que no se sienten acogidos”, expresó, pero animó a
acoger con los brazos abiertos a todos, inspirados por el testimonio de la
Virgen María, para “superar todo aislamiento y todo individualismo”.
Caleb
tiene 29 años, es de Estados Unidos y compartió que sus años más jóvenes los
recuerda con profundo dolor, pero, curiosamente, también con una gran alegría.
“Soy
una de las ovejas perdidas que Jesús vino a buscar corriendo. Crecí en un hogar
muy quebrado con un padre que no se daba cuenta de su valor o identidad en
Cristo y estaba severamente roto. Como resultado de sus heridas, él hirió a
otros”, contó Caleb en su emotivo testimonio en la novena estación, cuando
Jesús cae por tercera vez.
Sin
embargo, en esos años de dolor, y tal vez sin ser del todo consciente de ello,
como él mismo reconoce, Jesús estaba siempre a su lado, acompañándolo. Pero el
divorcio de sus padres fue un verdadero terremoto que lo remeció todo.
“Al
acercarse mi graduación de la escuela secundaria, mis padres pasaron por un
divorcio horrible y mi mundo se salió de control. Me hundí profundamente en la
depresión, luché con autolesiones, me convertí en drogadicto y tuve el deseo de
acabar con mi vida. Dejé que mi dolor me llevara a abrazar mis deseos
egoístas”.
Pese
a todo, y cuando nada parecía tener sentido, el Señor le permitió conocer a la
mujer que se convertiría después en su esposa.
“Encontré una
razón para vivir y un deseo de crecer en mi fe. Yo quería la pasión que ella
tenía por Jesús, pero, luchando contra los fantasmas de mi pasado, siempre me
parecía inalcanzable”.
Tiempo después
se separó de ella y fue en un sitio inusual, una tienda de tatuajes, donde pudo
ver “el dolor de los olvidados por la sociedad, y fue allí donde realmente vi a
Jesús por lo que Él era”.
Luego de
recibir la gracia inmerecida de volver con su entonces novia, se casó con ella,
se involucraron con la Iglesia y les encargaron formar rectamente en la fe a
los jóvenes.
Reconociendo
que sabía poco de ella porque había sido criado en varias tradiciones
cristianas, comenzó a investigar sobre la Iglesia primitiva. Fue un pasaje
bíblico, el capítulo 6 del Evangelio de San Juan sobre la Eucaristía, el que le
marcó un rumbo definitivo con la fe católica.
“Mientras
reflexiono, me he dado cuenta de que la herida de mi padre que he tenido me ha
causado una crisis de identidad, pero después de abrazar la identidad que mi Padre
Celestial me ha dado, las heridas que he tenido finalmente han empezado a
sanar. Estar unido plenamente a Jesús en la Eucaristía es lo que ha traído
sanación a mi alma”.
Para terminar,
Caleb subrayó algo que aprendió, con sufrimiento, con dolor, pero también con
gozo, durante todo su itinerario de vida: “Después de probar todo lo que este
mundo tiene que ofrecer, Él es el único que verdaderamente me ha saciado”.
Por Walter Sánchez Silva
Fuente: ACI
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