CONFESIONES DE UN TRAPENSE: «NO ME FALTA NADA Y NO TENGO NADA»

«Soy feliz», así comienza narrando su vocación fray José Luis Galiana, monje del Monasterio de San Pedro de Cardeña. La gran paradoja de su vida: ha escogido consagrase a Dios, en silencio y soledad, pero en una comunidad. Nos cuenta cómo

cardena.org
«No me falta nada y no tengo nada». Así resume su vida como monje cisterciense de la estricta observancia, también conocido como «trapense», fray José Luis Galiana.

En 1992, poco después de cumplir los 20 años, ingresó en el Monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos), escogiendo seguir al Señor, como los miembros de su comunidad, en la soledad, porque «quien está con Dios, nunca está menos solo que cuando está solo».

Sin tener una familia especialmente religiosa, José Luis, desde muy niño, sintió una atracción particular por Dios. Cuenta que, con cuatro o cinco años, jugaba a celebrar misa, con la tabla de planchar de su madre, una Biblia y una cruz que había en su casa. 

«Quien está con Dios, nunca está menos solo que cuando está solo»

Consagrarse a Dios en comunidad

Entró en el seminario de su diócesis, pero allí descubrió la forma de vivir de los monjes: hombres que viven en comunidad para consagrarse a Dios en la oración y el trabajo. Así surgió su llamada al monacato.

Paradójicamente, Fray José Luis, piensa que lo mejor y lo peor de la vida monástica es la comunidad, ya que es un proceso en el que se aprende a golpe de convivencia a aceptar a los demás. Actualmente, la comunidad de Cardeña se compone de dieciséis monjes.

Fray José Luis nos cuenta: «En la comunidad no somos ángeles, sino humanos, cada uno con sus circunstancias y surgen roces. Con el tiempo se acepta. Evolucionas y aceptas tus pobrezas y la de los demás. Nadie es ángel ni demonio, sino personas de carne y hueso. Esto hace que en la vida comunitaria haya días mejores que otros».

En San Pedro de Cardeña, hay monjes de edades comprendidas entre los 40 y los 90 años. Esta disparidad, que en ocasiones puede verse como una dificultad, se convierte, sin embargo, en una verdadera riqueza de vida: «Trabajamos, comemos o rezamos juntos».

La reacción de padres y amigos

A la primera persona que le contó que iba a entrar en el monasterio, fue a su hermana pequeña. Su hermana mayor ya estaba casada, y era la pequeña la que iba a quedarse sola con sus padres. Después de decírselo a sus padres, recuerda, siguió un silencio que se podía cortar con un cuchillo.

«Mi madre, se quedó callada, la verdad, en silencio, silencio tenso –evoca–. Fue un momento crucial. Mi padre, que trabajaba en una fábrica a turnos, ese día estaba en casa por la mañana, pues había trabajado de noche. El silencio incómodo lo rompió mi padre, cuando dijo que ya veríamos cómo va la cosa. Y así se terminó el anuncio».

Fray José Luis recuerda las apuestas que hacían sus compañeros en el cuartel donde cumplía con el servicio militar: «Yo hice la mili el año 1992, con 22 años. Los compañeros del cuartel hicieron una apuesta sobre lo que yo iba a durar en el monasterio.  El que más me dio fueron tres meses».

A pesar de lo difícil que fue, al principio, el noviciado, donde el aspirante a  monje corta con su entorno para emprender el camino de silencio que caracteriza al monje cisterciense, Fray José Luis ha permanecido en el monasterio mucho más de los tres meses que pronosticaban sus compañeros.

La soledad y el silencio es, según el carisma de los monjes cistercienses, el espacio que ellos necesitan para separarse de todo y darse al Señor totalmente.

En San Pedro de Cardeña, los monjes viven en «clausura constitucional», es un tipo de clausura, según la cual, monjes o monjas que profesan la vida contemplativa, asocian «legítimamente a su cargo alguna obra de apostolado o de caridad cristiana».

Esta clausura prevé que el exterior esté separado de algunos espacios de contemplación del monasterio, incluidos la huerta y el jardín, que están  reservados exclusivamente para los monjes o monjas, en la cual sólo en caso de necesidad puede ser admitida la presencia de extraños.

Fray José Luis nos confiesa que ha experimentado la sensación de querer abandonar unas dos o tres veces la vida monástica. Se dio cuenta de ello al ser maestro de novicios y verse reflejado en los que empezaban un camino que él ya había hecho.

«No me falta nada sin tener nada»

«Vivimos en oración. Tengo la confianza de que, si estoy aquí, no es por mí, si no es por el Señor. Nos refugiándonos en el silencio.  A veces me da más pena que envidia cómo funciona el mundo fuera».

Nos confiesa que no ambiciona nada de lo que promete el mundo exterior: «Estoy saciado con lo que tengo, no necesito más». Y  añade: «No me falta nada sin tener nada», antes de concluir: «Soy feliz».

Actualmente, la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, más conocida como Orden Trapense, a la que pertenece Fray José Luis, dispone de 178 monasterios por todo el mundo, 19 de los cuales se encuentra en España (10 de monjes y 9 de monjas), formando parte de una comunidad global de más de 2.000 monjes y 1.700 monjas trapenses.

Matilde Latorre

Fuente: Aleteia