Por qué no criticar a los demás (sobre todo en público): la verdadera razón
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Elena Dijour | Shutterstock |
La Iglesia
católica defiende las enseñanzas de Jesucristo cuando se trata de difamación,
buscando resaltar la dignidad de cada persona humana.
El Catecismo de
la Iglesia Católica clasifica la difamación en el octavo mandamiento.
Los discípulos
de Cristo se han “revestido del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia
y santidad de la verdad” (Ef 4, 24).
“Desechando la
mentira” (Ef 4, 25), deben “rechazar toda malicia y todo engaño,
hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias” (1 P 2, 1).
Falso
testimonio y perjurio. Una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad
particular cuando se hace públicamente.
Ante un
tribunal viene a ser un falso testimonio (cf Pr 19, 9). Cuando es
pronunciada bajo juramento se trata de perjurio.
Estas maneras
de obrar contribuyen a condenar a un inocente, a disculpar a un culpable o a
aumentar la sanción en que ha incurrido el acusado (cf Pr 18, 5); comprometen
gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad de la sentencia pronunciada
por los jueces.
Catecismo 2475-2476
Respetar la
reputación
Este mandamiento
de Dios abarca una amplia variedad de ofensas contra la persona humana. Busca
que siempre se respete su reputación.
El respeto
de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra
susceptibles de causarles un daño injusto (cf CIC can. 220). Se hace culpable:
— de juicio
temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin tener
para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo;
— de maledicencia el
que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de
otros a personas que los ignoran (cf Si 21, 28);
— de calumnia el
que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da
ocasión a juicios falsos respecto a ellos.
Siempre mejor
en privado
Al mismo
tiempo, como señala el Catecismo, puede haber una “razón objetivamente
válida” para revelar públicamente las faltas de una persona.
Esto no es
fácil de descifrar y, en la mayoría de los casos, no debemos señalar las
fallas de otra persona públicamente.
Incluso el
mismo Jesús nos pidió que resolviéramos la disputa en privado, antes de ir
a los tribunales.
«Si tu hermano
llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás
ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que
todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye
a ellos, díselo a la comunidad».
Mateo 18,15-17
Sin embargo,
incluso en este caso, Jesús sugiere que “vayamos a la Iglesia” en busca de ayuda para
resolver un problema, en lugar de tratar de resolver el problema públicamente.
La difamación
es un pecado grave, que va en contra de los mandamientos de Dios, pero la
mejor manera de resolver tal conflicto es siempre en privado, lejos del ojo
público.
Philip
Kosloski
Fuente: Aleteia