Es muy importante que conozcamos las causas, motivaciones y deseos que potencian o entorpecen nuestra capacidad de tomar decisiones
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Todo
el mundo ha experimentado alguna vez a lo largo de su vida la zozobra de la
indecisión. A veces incluso decisiones simples han podido ponernos en el
aprieto de no saber qué opción tomar: ¿Falda o pantalón? ¿Salgo con mis amigos
o me quedo estudiando? ¿Color rojo o color azul?
Este tema cobra todavía más envergadura cuando se trata de tomar decisiones sobre algo que verdaderamente puede cambiar nuestra vida. ¿Debería cambiar de trabajo? ¿me caso? ¿emigro? ¿qué carrera estudio? Tomar decisiones no es fácil.
Hoy en día vivimos en un mundo donde las opciones son ilimitadas. El exceso de opciones nos puede genera una fatiga por indecisión. Por ello, es muy importante que conozcamos las causas, motivaciones y deseos que potencian o entorpecen nuestra capacidad de decisión.
Una buena elección repercute directamente en nuestra vida. Como seres libres que somos, forjamos nuestra vida decisión tras decisión.
Conocerse a uno mismo
Son muchas las circunstancias a las que nos podemos enfrentar a la hora de tomar una decisión. En todas ellas, irá implícito parte de nuestro carácter.
Por tanto, la primera pregunta sería: ¿cómo somos? impulsivos, reflexivos, optimistas, pesimistas…
Al sello de nuestro carácter habría que añadir ciertos factores como las necesidades o deseos, el tiempo que podemos permitirnos gastar en tomar una decisión, el número de opciones que tenemos, el riesgo que asumimos, la presión cultural o social.
A la hora enfrentarnos a la indecisión, lo primero de todo sería definir claramente qué objetivo persigo. Sucesivamente, hay que pasar a estudiar las distintas alternativas, incluyendo pros y contras.
En este camino, podemos pedir ayuda a las personas que consideremos más adecuadas. Finalmente, es necesario reflexionar e incluso rezar sobre nuestra decisión.
A la luz de la importante tarea de saber elegir, me vienen a la mente las palabras de una gran santa que celebramos hace unos días, santa Catalina de Siena: «si somos lo que tenemos que ser, prenderemos fuego al mundo entero».
Esta frase suya nos eleva mucho más allá de la indecisión, nos sostiene más allá del drama de tener que elegir una camiseta verde o amarilla o de lo que nos parece bueno o malo.
Descubrir para qué hemos sido hechos
Esta frase nos acerca a lo más importante: a Su voluntad. Y deja a un lado lo que de primeras nos atrae, lo que deseamos o creemos que necesitamos, ya que estamos invitados a buscar aquello para lo que hemos sido verdaderamente hechos.
A la luz de la sabiduría de una de las doctoras de la iglesia, nuestras indecisiones, junto a nuestros pequeños miedos, pasan a ocupar el lugar verdaderamente les corresponde.
Quizás sean las palabras de Santa Catalina las que nos faltan para volvernos más seguros y más eficientes, para no caer en el desasosiego de la indecisión y, al revés, dar a cada elección el peso justo que merece.
La forma en que afrontemos la indecisión en nuestra vida dice mucho acerca de quiénes somos, acerca de quién es Él que sostiene nuestra vida y acerca de dónde ponemos nuestra confianza.
La indecisión siempre estará con nosotros. La duda ante el hecho de elegir bien o mal, como humanos que somos, asaltará periódicamente nuestra mente.
Pero estarán ustedes de acuerdo en que no hay color entre tomar una decisión importante, planificando, estudiando, meditando solamente desde nuestra razón y enfrentarse a la indecisión desde la pequeñez del mendigo que dice al Señor «no sé cómo seguir». A lo que siempre Él responderá: «confía, yo te abriré el camino».
Por tanto, “confía en el Señor de todo corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus sendas.” (Proverbios 3, 5-6). Porque, solo así, podremos disfrutar de la aventura que implica tomar una indecisión.
Miriam Esteban Benito
Fuente: Aleteia