Alfonso
Caracuel, capellán del cementerio de Les Corts, en Barcelona
Alfonso Caracuel. Dominio público |
Desde su ordenación como diácono permanente en
el año 2013, Alfonso Caracuel ha tenido encomendada la atención pastoral en
varios cementerios y tanatorios de Barcelona. En marzo pasó él mismo los
síntomas del coronavirus, y los meses siguientes fueron de mucho trabajo. «Hubo
semanas de 20 ceremonias al día, con responsos muy breves en presencia de dos o
tres familiares», afirma.
También recuerda «la gran movilización» de sacerdotes y capellanes que
estuvieron al quite en una de las pastorales más
difíciles de aquellos días, la que se realizaba a pie de sala en
cada tanatorio: «Las familias nos pedían esa asistencia espiritual, aunque
muchos pensaban que con las restricciones no la podían obtener. Había poca
información y la que había no les llegaba bien».
Las limitaciones de aquellos meses hicieron que muchos no pudieran
acompañar a sus familiares al final de su vida. Alfonso Caracuel recuerda por
ejemplo el caso de una anciana de 103 años cuyos allegados lamentaban no haber
podido estar con ella en sus últimos momentos. En este tipo de situaciones
entraba en juego la labor del capellán: «Lo que intentamos fue sobre todo estar
a su lado, porque había una inmensa sensación de soledad. Quisimos dar compañía
y transmitir el mensaje de esperanza propio de nuestra fe», señala.
Ese tiempo pasado al lado de la familia ha sido más reducido que en otras
ocasiones, «pero te están eternamente agradecidos por el interés que has tenido
en haber querido estar a su lado. Los capellanes tenemos que estar ahí, ese es
nuestro ministerio».
En lo personal, haber vivido circunstancias tan
excepcionales ha supuesto para los capellanes mucho desgaste, «pero te das
cuenta de que es un servicio que consuela, y eso es lo que te da fuerzas». Solo
estar ahí para escuchar «es un cauce para conducir su dolor y sus recuerdos. A
nosotros nos queda la recompensa de haber estado cerca cuando más lo han
necesitado».
Juan
Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega