PREPARARNOS PARA RECIBIR A JESÚS
II. Señor, yo no soy digno... Prepararnos para recibir al Señor. Imitar
en sus disposiciones al Centurión de Cafarnaúm.
III. Otros detalles referentes a la preparación del alma y del cuerpo para
recibir con fruto este sacramento. La Confesión frecuente.
“En aquel tiempo, al
entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: "Señor,
tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho." Jesús
le contestó: "Voy yo a curarlo."
Pero el centurión le replicó:
"Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de
palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo
soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro:
"Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace."
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: "Os aseguro
que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de
oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los
cielos” (Mateo 8,5-11).
I. Cada día que transcurre
es un paso más hacia la celebración del nacimiento del Redentor y, por lo
tanto, un motivo grande de alegría. Junto a esa alegría, es inevitable que nos
sintamos cada vez más indignos de recibir al Señor. Toda preparación debe
parecernos poca, y toda delicadeza insuficiente para recibir a Jesús. Si alguna
vez nos sentimos fríos o físicamente desganados no por eso vamos a dejar de comulgar.
Procuraremos salir de ese estado ejercitando más la fe, la esperanza y el amor.
Y
si se tratara de tibieza o de rutina, está en nuestras manos removerlas, pues
contamos con la ayuda de la gracia. Nosotros, al pensar en el Señor que nos
espera, podemos cantar llenos de gozo en lo más íntimo de nuestra alma: ¡Qué
alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor! (Salmo 121, 1-2). El
Señor también se alegra cuando ve nuestro esfuerzo para recibirlo con una gran
dignidad y amor.
II. El Evangelio de la Misa
(Mateo 8, 5-13) nos trae las palabras de un centurión del ejército romano que
han servido para la preparación inmediata de la Comunión a los cristianos de
todos los tiempos: Domine, non sum dignus –Señor, yo no soy digno. La fe, la
humildad y la delicadeza se unen en el alma de este hombre: la Iglesia nos
invita no sólo a repetir sus palabras como preparación para recibir a Jesús
cuando viene a nosotros en la Sagrada Comunión, sino a imitar las disposiciones
de su alma.
III. Prepararnos para
recibir al Señor en la Comunión significa en primer lugar recibirle en gracia.
Cometería un sacrilegio quien fuera a comulgar en pecado mortal. Hemos de
preparar esmeradamente el alma y el cuerpo: deseo de purificación, luchar por
vivir en presencia de Dios durante el día, cumplir lo mejor posible nuestros
deberes cotidianos, llenar la jornada de actos de desagravio, de acciones de
gracias y comuniones espirituales.
Junto
a estas disposiciones interiores, y como su necesaria manifestación, están las
del cuerpo: el ayuno prescrito por la iglesia, las posturas, el modo de vestir,
etc. , que son signos de respeto y reverencia.
Pidámosle
a Nuestra Señora que nos enseñe a comulgar “con aquella pureza, humildad y
devoción” con que Ella recibió a Jesús en su seno bendito, “con el espíritu y
fervor de los santos”, aunque nos sintamos indignos y poca cosa.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org