HACIA LA CASA DEL PADRE
II. La “divinización” del
alma, de sus potencias y del cuerpo glorioso.
III. La gloria accidental.
Estar vigilantes.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: -«Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio,
la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día;
porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre
despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y
manteneros en pie ante el Hijo del hombre»” (Lucas 21,34-36).
I. Las lecturas de este
último día del año litúrgico nos señalan el fin de nuestro caminar aquí en la
tierra: la Casa del Padre, nuestra morada definitiva. El Apocalipsis nos
enseña, mediante símbolos, la realidad de la vida eterna, donde se verá
cumplido el anhelo del hombre: la visión de Dios y la felicidad sin término y
sin fin: El nombre de Dios sobre la frente de los elegidos expresa su
pertenencia al Señor (SAGRADA BIBLIA, EUNSA ).
La
muerte de los hijos de Dios será sólo el paso previo, la condición indispensable,
para reunirse con su Padre Dios y permanecer con Él por toda la eternidad.
Muchos hombres, sin embargo, no tienen la nostalgia del Cielo” porque se
encuentran aquí satisfechos de su prosperidad y confort material y se sienten
como si estuvieran en casa propia y definitiva, olvidando que no tenemos aquí
morada permanente (Hebreos 13, 14) y que nuestro corazón está hecho para los
bienes eternos.
II. El Cielo será la nueva
comunidad de los hijos de Dios, que habrán alcanzado allí la plenitud de su
adopción. Estaremos con corazón nuevo y voluntad nueva, con nuestro propio
cuerpo transfigurado después de la resurrección. Jesús, en el que tiene lugar
la plenitud de la revelación, nos insiste una y otra vez en una felicidad
perfecta e inacabable.
Su
mensaje es de alegría y de esperanza en este mundo y en el que está por llegar.
“Un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños: ¡todo el
amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia... ! Y sin empalago:
te saciará sin saciar” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja).
III. En el Cielo veremos a
Dios y gozaremos en Él con un gozo infinito, según la santidad y los méritos
adquiridos aquí en la tierra. Es bueno y necesario fomentar la esperanza del
Cielo; consuela en los momentos más duros y ayuda a mantener firme la virtud de
la fidelidad. Pensemos con frecuencia en las palabras de Jesús: Voy a
prepararos un lugar (Juan 14, 2). Allí en el Cielo, tenemos nuestra casa
definitiva, muy cerca de Él y de su Madre Santísima.
Aquí
sólo estamos de paso. “Y cuando llegue el momento de rendir nuestra alma a
Dios, no tendremos miedo a la muerte. La muerte será para nosotros un cambio de
casa. Vendrá cuando Dios quiera, pero será una liberación, el principio de la
Vida con mayúscula. La vida se cambia, no nos la arrebatan (Prefacio I de
Difuntos)” (A. DEL PORTILLO, Homilía).
Mañana
comienza el Adviento, tiempo de la espera y de la esperanza; esperemos a Jesús
muy cerca de María.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org