MEDITACIÓN DIARIA: MARTES DE LA SEMANA 31 DEL TIEMPO ORDINARIO

SOLIDARIDAD CRISTIANA

Dominio público
“En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús: -«¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!» Jesús le contestó: -«Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó un criado a avisar a los convidados: "Venid, que ya está preparado." Pero ellos se excusaron uno tras otro. 

El primero le dijo: "He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor. "Otro dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor." Otro dijo: "Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo ir." 

El criado volvió a contárselo al amo. Entonces el dueño de casa, indignado, le dijo al criado: "Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos." El criado dijo: "Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio." Entonces el amo le dijo: "Sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la casa." Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete» (Lucas 14,15-24).

I. San Pablo nos enseña que siendo muchos formamos un solo cuerpo en Cristo, siendo todos miembros los unos de los otros (Romanos 12, 5-16). Cada cristiano, conservando su propia vida, está insertado en la Iglesia con vínculos vitales muy íntimos.

El Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, es algo inmensamente más trabado y compacto que un cuerpo moral, algo más sólido que un cuerpo humano. La misma Vida, la Vida de Cristo, corre por todo el Cuerpo, y mucho dependemos unos de otros. El más pequeño dolor lo acusa el ser entero, y todo el cuerpo trabaja en la reparación de cualquier herida.

Asimismo, de una manera misteriosa pero real, con nuestra santidad personal estamos contribuyendo a la vida sobrenatural de todos los miembros de la Iglesia. La meditación de esta verdad nos moverá a vivir mejor el día de hoy, con más amor, con más entrega.

II. San Pablo, después de indicar los diversos carismas, las gracias particulares que Dios otorga para servicio de los demás, señala el gran don común a todos, que es la caridad, con la que cada día podemos sembrar tanto bien a nuestro alrededor. Todos los días damos mucho y recibimos mucho. Nuestra vida es un intercambio continuo en lo humano y en lo sobrenatural. 

El Señor se alegra cuando nos ve reparar con amor y desagravio, una rotura en ese tejido finísimo que componemos los miembros de la Iglesia. No existe virtud ni flaqueza solitaria. Lo bueno y lo malo tienen efectos centuplicados en los demás.

No dejemos de sembrar; nuestra vida es una gran siembra en la que nada se pierde. Son incontables las oportunidades para hacer el bien, ahora, sin esperar grandes momentos que quizá nunca lleguen a presentarse.

III. Al crearnos, Dios nos hizo a los hombres hermanos, necesitados unos de otros en la vida familiar y social. La Trinidad Beatísima ha querido salvar a los hombres a través de los hombres y propagar la fe por medio de ellos. Esta irradiación del Evangelio se hace a través del apostolado personal de los cristianos, que se encuentran en el mundo en las situaciones más variadas. El trato diario con el Señor incendiará nuestro corazón de misericordia y generosidad; con el ejemplo y la palabra acercaremos a otros a Él, y compartiremos con ellos nuestros talentos, nuestro tiempo, nuestros bienes materiales y nuestra alegría.

Pidámosle a Nuestra Madre un corazón generoso con nuestros semejantes, como el suyo.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org