SOLIDARIDAD CRISTIANA
Dominio público |
El primero
le dijo: "He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por
favor. "Otro dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a
probarlas. Dispénsame, por favor." Otro dijo: "Me acabo de casar y,
naturalmente, no puedo ir."
El criado volvió a contárselo al amo. Entonces
el dueño de casa, indignado, le dijo al criado: "Sal corriendo a las
plazas y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados, a los
ciegos y a los cojos." El criado dijo: "Señor, se ha hecho lo que
mandaste, y todavía queda sitio." Entonces el amo le dijo: "Sal por
los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la
casa." Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete» (Lucas
14,15-24).
I. San Pablo nos enseña
que siendo muchos formamos un solo cuerpo en Cristo, siendo todos miembros los
unos de los otros (Romanos 12, 5-16). Cada cristiano, conservando su propia
vida, está insertado en la Iglesia con vínculos vitales muy íntimos.
El
Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, es algo inmensamente más trabado y
compacto que un cuerpo moral, algo más sólido que un cuerpo humano. La misma
Vida, la Vida de Cristo, corre por todo el Cuerpo, y mucho dependemos unos de
otros. El más pequeño dolor lo acusa el ser entero, y todo el cuerpo trabaja en
la reparación de cualquier herida.
Asimismo,
de una manera misteriosa pero real, con nuestra santidad personal estamos
contribuyendo a la vida sobrenatural de todos los miembros de la Iglesia. La
meditación de esta verdad nos moverá a vivir mejor el día de hoy, con más amor,
con más entrega.
II. San Pablo, después de
indicar los diversos carismas, las gracias particulares que Dios otorga para
servicio de los demás, señala el gran don común a todos, que es la caridad, con
la que cada día podemos sembrar tanto bien a nuestro alrededor. Todos los días
damos mucho y recibimos mucho. Nuestra vida es un intercambio continuo en lo
humano y en lo sobrenatural.
El
Señor se alegra cuando nos ve reparar con amor y desagravio, una rotura en ese
tejido finísimo que componemos los miembros de la Iglesia. No existe virtud ni
flaqueza solitaria. Lo bueno y lo malo tienen efectos centuplicados en los
demás.
No
dejemos de sembrar; nuestra vida es una gran siembra en la que nada se pierde.
Son incontables las oportunidades para hacer el bien, ahora, sin esperar
grandes momentos que quizá nunca lleguen a presentarse.
III. Al crearnos, Dios nos
hizo a los hombres hermanos, necesitados unos de otros en la vida familiar y
social. La Trinidad Beatísima ha querido salvar a los hombres a través de los
hombres y propagar la fe por medio de ellos. Esta irradiación del Evangelio se
hace a través del apostolado personal de los cristianos, que se encuentran en
el mundo en las situaciones más variadas. El trato diario con el Señor
incendiará nuestro corazón de misericordia y generosidad; con el ejemplo y la
palabra acercaremos a otros a Él, y compartiremos con ellos nuestros talentos,
nuestro tiempo, nuestros bienes materiales y nuestra alegría.
Pidámosle
a Nuestra Madre un corazón generoso con nuestros semejantes, como el suyo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org