Dos franceses, también clérigos, perfeccionaron el sistema
Páginas del Abecedario demostrativo de Bonet.
Imagen: Biblioteca Nacional
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El benedictino Pedro Ponce de León (1513-1584),
natural de Sahagún (León), fue el creador del primer lenguaje de signos para
personas sordomudas e instaló en el monasterio de San Salvador de Oña (Burgos) la primera
escuela donde se les enseñó a hablar, leer y escribir. Entre sus alumnos figuraba Francisco Tovar, cuyos
derechos como sucesor del marquesado de Berlanga a pesar de su discapacidad
defendía el conocido como Licenciado
Lasso. El Tratado legal sobre los mudos (1550) de Lasso, quien
trató con frecuencia a fray Pedro, es así una de las fuentes más sólidas para
documentar la originalidad del trabajo del monje, cuya finalidad era eminentemente evangelizadora.
Un artículo publicado en National Geographic el pasado mes de mayo reconocía
esta realidad. En él, Inés
Antón Dayas (comisaria en 2017 de una exposición en la Biblioteca Nacional sobre
el lenguaje de signos) recordaba que Ponce de León se había basado para su
lenguaje en los códigos de
signos utilizados en su orden para no romper el silencioimpuesto por la
Regla de San Benito.
Monumento a fray Pedro
Ponce de León en el Parque el Buen Retiro de Madrid, erigido en
1920, cuarto centenario de su nacimiento, aunque otros autores datan esa fecha,
sobre la que no hay documentación cierta, en 1508, 1510 o 1513.
Aunque la obra de Ponce de León es hoy reconocida y
ha sido homenajeado con varios monumentos, no fue así al principio. Durante las
tres décadas posteriores, señalan los profesores de la Universidad de
Extremadura María
Paz González Rodríguez y Gaspar F. Calvo Población,
no se conocen grandes avances en este terreno. Y afirman que a Ponce le
motivaba "no solo comunicarse fácilmente con los sordomudos que se le
acercaban, sino adentrarse en su personalidad y observar la normalidad de sus
facultades, su capacidad
de comprensión e inteligencia y sus deseos de comunicación y de
aprendizaje".
El método de desmutización ideado por fray
Pedro sería perfeccionado por Manuel Ramírez de Carrión (1579-1652) y divulgado por Juan Pablo Bonet (1573-1633),
autor en 1620 del primer tratado pedagógico conocido sobre el tema: Reducción de la letras y arte para enseñar a hablar
a los mudos. Pero ninguno de los dos, recuerda Luis Antequera, hizo nunca referencia a
la "a la deuda contraída por el fraile".
Bonet era también sacerdote y creó un "alfabeto demostrativo" en el que cada letra era
expresada mediante una figura de la mano derecha. "Este alfabeto, muy
semejante al de la lengua de signos actual", explica Antón en otro
artículo de National Geographic, "estaba inspirado en la mano
aretina o mano musical, un sistema de signos creado por un monje italiano en la
Edad Media para ayudar a los cantantes a leer a primera vista las notas
musicales. El mudo debía identificar cada letra de este alfabeto con los
sonidos que el maestro le enseñaba a emitir".
La finalidad de
este lenguaje no era solo comunicativa, también integradora e
intelectualizadora, esto es, destinada a elevar el nivel de comprensión del
sordo, y así el mismo Bonet recomendaba que, "en la casa donde hubiere
mudo, todos los que
supieren leer sepan este abecedario para hablar por él al mudo, y no
por las señas".
En 1775, de nuevo un sacerdote, esta vez el francés Charles-Michel de l'Épée (1712-1789), daría un paso
significativo en el lenguaje de signos. Creó su propio alfabeto y un
diccionario de signos. Y, con la finalidad de que fuese una lengua completa,
añadió preposiciones, conjunciones y otros elementos gramaticales.
Épée escribió dos libros, una Instrucción
de sordomudos mediante signos metódicos (1776) y un tratado sobre La
verdadera manera de educar a los sordomudos, confirmada por una larga
experiencia (1784). Logró
establecer 21 escuelas con su sistema y creó en París el Instituto
Real de Sordomudos. Su sistema se
estandarizó y difundió por toda Europa: Austria, Italia, Suiza, Holanda y también España, donde se
creó una escuela en 1795.
Uno de sus
discípulos fue el también sacerdote Roch-Ambroise
Cucurron Sicard (1742-1822), quien, siendo director del Instituto
Nacional de Sordomudos (el nombre cambió tras la Revolución Francesa), a su vez
enseñó el método en 1814 a un filántropo norteamericano, Thomas
Hopkins Gallaudet (1785-1851) que sería capital en su
expansión. A su regreso a Estados Unidos, Gallaudet fundó en Hartford
(Connecticut) la institución que durante cincuenta años más hizo para
formar a los sordos en el país, para lo cual creó un lenguaje de signos
distinto al europeo.
Toda la labor inmensa realizada desde entonces
cuelga, pues, de una cuerda trenzada en sus distintos eslabones a lo largo de tres siglos por
cuatro sacerdotes (Ponce, Bonet, Épée, Sicard).
Lo cual tampoco es casualidad. En épocas como el
Renacimiento y la Ilustración ya no puede decirse, como en la Edad Media, que
la ciencia y la pedagogía fuesen casi exclusivamente obra de la Iglesia. Pero
lo que sí seguía siendo en exclusiva obra de la Iglesia era la atención a los más
necesitados, y en el origen del interés de todos esos eclesiásticos por los
sordomudos se encuentra la convicción de que podían y debían ser ayudados y
merecían una consideración igual a sus semejantes que podían escuchar y hablar.
La actuación de Ponce fue, subrayan González y Calvo, fue, "por una parte,
social, puesto que sirvió como defensa de los derechos sociales e individuales de los sordomudos -reivindicados,
incluso, a contracorriente de las teorías aristotélicas, tan respetadas en la
época-; y, por otra, pedagógica. Ponce de León creó escuela y un enfoque,
tradicionalmente denominado oralista, que ha trascendido hasta el siglo XXI".
Carmelo López-Arias