Armenia fue el
primer país cuyos gobernantes convirtieron la nación al cristianismo. Fue, dice
la tradición, con el rey Tiridates III, en el año 301, doce años antes del
Edicto de Milán que despenalizaba el cristianismo en Roma
Cinco de las siete monjas que tiene la Iglesia Apostólica Armenia... algunas son viudas con hijos |
Pero la vida de
los armenios, sometidos a invasiones y matanzas tanto en el siglo IV como en el
siglo XX condujo al país a evitar el monacato femenino e impulsar más bien
la natalidad entre sus mujeres.
En el año 2000
se reintrodujo la posibilidad de ser monja en la Iglesia
Apostólica Armenia, a la que pertenecen la inmensa mayoría de armenios del país
y de la diáspora. Y ya tienen siete. Lo cuenta con detalle un reportaje
de Arminé Avetisyan publicado en Diario Armenia,
publicación argentina en español (en Argentina viven muchos armenios, tanto
católicos como de la Iglesia Apostólica).
Las siete
monjas de Armenia
Armenia, una de
las tierras más antiguas y profundamente cristianas del mundo, está llena de
monasterios de siglos de antigüedad y habitados por muchos religiosos, pero sólo
hay un convento de monjas: el recién inaugurado claustro de Ghazaraván,
ubicado en el noroeste de Armenia.
Sus siete
monjas son las únicas de todo el país.
Hasta el año
2000, la Iglesia Apostólica armenia, la fe predominante del país, no permitía
la presencia femenina en el clero. El pensamiento instalado durante décadas era
que las mujeres eran necesarias para procrear y aumentar la población.
Pero cuando el
Catolicós de Todos los Armenios Karekín II revirtió la prohibición, un puñado
de mujeres respondió a la oportunidad.
El convento de
Ghazaraván está ubicado en la aldea del mismo nombre en el nordeste armenio. El
pequeño poblado tiene poco más de cuatrocientos habitantes. El claustro se
construyó después de que se levantara en el año 2000 la prohibición de que las
mujeres se unieran a las comunidades monásticas de la Iglesia Apostólica
Armenia.
La hermana
Elizabeth de setenta años de edad fue una de las primeras. Ella dice que “conoció
a Dios” después del devastador terremoto de 1988 en la ciudad de Gyumrí, en
el norte de Armenia. “Jamás había pensado en convertirme en monja porque era
algo prohibido”, asegura. Tomó sus votos en el 2000.
“Quería ser
médica cirujana, pero Dios me quiso de esta manera. Quería tener diez hijos,
pero Dios me dedicó a mis hermanas. Ahora soy feliz. No hubo un sólo
momento en el que haya pensado en abandonar este lugar”, agrega.
Sor Elizabeth
nació en Abjasia, pero se trasladó a Armenia a la edad de 13 años. Se
convirtió en monja en 2000 cuando Karekín II permitió la ordenación de monjas. “Mi
vida secular no fue completamente feliz porque no hay felicidad sin Dios”,
dice ella.
Cultivando
vegetales en un suelo pedregoso
La hermana Rima
de cincuenta y ocho años teje un brazalete, con la hermana Mariam y la hermana
Seda sentadas a su lado. Sor Rima se convirtió en monja en 2015 y disfruta
cultivando vegetales en el huerto cercano al convento. Ella dice que es una
prueba difícil porque el suelo es pedregoso y, sin un sistema de riego, tiene
que llevar agua en baldes para regar la parcela.
La Iglesia
Apostólica Armenia, fe de la enorme mayoría de los casi tres millones de
habitantes de Armenia, fue fundada en el primer siglo. A principios del
siglo IV, Armenia se convirtió en el primer país en adoptar el cristianismo
como religión estatal. No mucho después, comenzaron a aparecer los
conventos. “Históricamente, Armenia siempre los tuvo”, dice el teólogo Vartán
Khachatrian, que da clases en la Universidad Estatal de Ereván.
“En el año 353,
durante el gobierno del Católicos de Todos los Armenios, Nersés el Grande,
florecieron los conventos. Pero en 370, el rey Pap de Armenia prohibió la
existencia de los retiros y dio a las monjas el derecho a casarse,
justificándolo con el hecho de que durante diferentes guerras el número de la
población y los nacimientos habían disminuido”.
Cuando el
reinado del rey Pap concluyó en 374, se levantó la prohibición, sin embargo el
enfoque en el papel reproductivo de las mujeres resurgió en el siglo XX.
Cinco de las
siete monjas en Ghazaraván
“Después del
Genocidio Armenio en 1915
y la Segunda Guerra Mundial, debido a la muerte de miles de mujeres, la tasa de
natalidad disminuyó y el objetivo era estimular los nacimientos”, agrega
Khachatrian.
En la Armenia
soviética, los carteles con lemas que declaraban que “la condición natural de
una mujer es estar embarazada” no eran infrecuentes en las salas de maternidad.
Sin embargo,
Khachatrian no ve ninguna razón por la cual las mujeres de hoy no puedan elegir
seguir otro camino. “Las monjas son las novias de Jesucristo”, sostiene.
“Esta es una opinión aceptada en teología. Y si alguien se hace religiosa,
nadie puede impedirle tomar esa decisión. Las justificaciones de que las
mujeres deben dar a luz para que no disminuya la población de nuestra nación
devastada por la guerra no tienen fundamento”.
"Dios
siempre me llamó"... aunque no había tradición
La hermana
Tatev creció en medio de esa costumbre. Nacida en Ereván hace sesenta años,
trabajó como traductora de inglés en la Biblioteca Nacional de Armenia y en
distintas instituciones sin fines de lucro. Tenía ingresos estables con los que
podía mantener a sus padres. Pero en el 2000, ella decidió renunciar a ese
estilo de vida. “Tuve una existencia secular, pero mi voz interior siempre
me dijo que debería tener una vida monástica. Dios siempre me llamó”,
asegura.
Cuando solicitó
convertirse en monja hace unos 18 años, fue una de las once mujeres enviadas
por un período de prueba al Monasterio de Haghpat en la región Lorí del
norte de Armenia. Luego de cuatro meses de prueba, solo cinco de las
aspirantes quisieron continuar. Fueron llevadas al monasterio de San
Hripsimé, mientras que las otras regresaron a la vida laica.
Ahora, la vida
en su nuevo convento es exigente. El día comienza a las 6 am y está
rigurosamente programado, con horas específicas para la oración y el trabajo. Las
monjas observan todos los días de ayuno, lo que dicen es una oportunidad
para la contemplación y para acercarse a Dios. Cuando ayunan, solo comen pan
y beben agua. Las hermanas pueden visitar o alojar a sus familiares en el
convento una vez al mes.
La hermana
Rima, de 58 años, decidió ser monja hace tres años. Ella tiene una hija, un
hijo y cinco nietos, y los extraña. “Les prohíbo a mis nietos que me
visiten a menudo. Cuando los veo, mi alma entra en regocijo”, dice ella.
Las otras
cuatro monjas – Gayané, Mariam, Seda y Shushanig – dicen que también
extrañan a sus familias.
La hermana
Gayané cuida las flores que plantó en el jardín del convento de Ghazaraván. Las
monjas planean vender el aceite de las flores para generar ingresos.
Gayané solía
vender velas en una iglesia y decidió convertirse en monja en 2008.
El trabajo de
las monjas también incluye mantener el convento, ofrecer servicios espirituales
en una iglesia cercana y atender tareas agrícolas. Las monjas también crían
gallinas y abejas. Las mujeres obtienen su alimento de Echmiadzin, la sede
de la Iglesia Apostólica Armenia, distante a unos 27 kilómetros al sur, pero
pretenden ser autosuficientes.
Su claustro
marca un nuevo capítulo en la Iglesia Apostólica Armenia, señala Khachatrian.
"La cultura de los conventos es bastante nueva para nosotros, pero
estoy convencido
que la cantidad de monjas crecerá. Este paso también fortalece la base social de
la Iglesia”.
Fuente:
ReL