¿Cuántos padres hay en el mundo abandonados por sus hijos?
San Juan de la Vega, una
comunidad que pertenece al municipio de Celaya, Guanajuato, se destaca por su
gran devoción a la Santísima Virgen María, que ellos veneran bajo la advocación
de Nuestra Señora de la Soledad.
El 20 de noviembre celebraron 61 años de
la coronación de la venerada imagen, una bella escultura que representa a María
sufriente, llorando, vestida de negro y en actitud de oración, ante la muerte
de su Hijo en la cruz.
Es impresionante ver que
aún en estos tiempos, los jóvenes, hombres y mujeres, participan con fe y
entrega en la procesión que se hace con la Santísima Virgen por las calles de
la comunidad. Especialmente porque es una tradición heredada de sus padres,
quienes en su juventud desempeñaron la misma tarea: cargar la imagen, en el
caso de los varones, o llevar el manto y la corona, en el de las mujeres.
Es en este contexto en el
que surge la reflexión. La soledad que sintió María al perder a
su único Hijo. En las culturas semitas, la mujer era considerada
inferior al hombre, por tanto, su fortuna dependía de la protección que éste le
brindaba, ya fuera padre, esposo o hijo. Es por eso muy comprensible que
Cristo, clavado en la cruz, entregara a su Madre al discípulo amado, como lo
narra el evangelio de San Juan, con estas palabras: "Jesús, viendo a su
madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde
aquella hora el discípulo la acogió en su casa." (Juan 19, 26-27).
Trasladando esta escena a
la época actual, en la que nos hemos deshumanizado tanto que pareciera que ya
nada nos impresiona, pienso en los ancianos que son padres y madres, quizá de
muchos hijos, pero ahora abandonados a su suerte.
Aquellos que en su juventud y pleno vigor, dieron todo para que sus hijos
crecieran y se convirtieran en hombres y mujeres de bien, viven al margen de la
vida de sus descendientes, que los han olvidado, tal vez porque han emigrado a
otro lugar, o acaso porque viviendo en la misma ciudad los consideran un
estorbo.
La soledad de esos padres y
madres encierra un terrible dolor, silencioso y resignado, porque ahora, en el
olvido, pasan sus últimos años esperanzados en que en algún momento, uno de
esos hijos que tanto aman atravesará la puerta para abrazarlos y
llevarlos a visitar a sus nietos, esos pedacitos de cielo que tantas veces han
alegrado sus corazones, ahora marchitos por los años, pero rejuvenecidos por
las risas alegres de los niños que llevan su misma sangre.
¿Qué piensan esos hijos
ingratos que no recuerdan ya los sacrificios que sus padres tuvieron que hacer
para mantenerlos y darles todo, aunque fuera poco, pero que no escatimaron
esfuerzos para sacarlos adelante, sobre todo en las circunstancias adversas?
Tal vez no fueron los mejores, pero dieron lo máximo de ellos. Y ahora les
pagan con desprecio e indiferencia. No piensan en que están sembrando y que un
día ellos también serán ancianos y serán tratados de la misma manera.
Esta es una realidad cada
vez más común en muchas zonas de nuestro país. Y penosamente, la gente
que está al frente del gobierno está buscando legalizar la eutanasia para
acabar con las personas que ya no sean “útiles” para la sociedad. De esta
manera, desean elevar a la categoría de “derecho” lo que a todas vistas es un
asesinato. La vida humana no es desechable, de principio a fin es
valiosa y tiene un propósito, por eso no podemos permitir que se legisle en
contra de la vida, porque ese es sí es un derecho humano universal, si no hay
vida ningún otro derecho tiene sentido.
Recapacitemos y amemos a
nuestros padres, dando gracias a Dios por sus años y ayudándolos en sus
necesidades, lo que es una oportunidad que Él nos brinda para agradecerles todo
lo que hicieron por nosotros, no cometamos el error de desterrarlos de nuestra
vida y darles la espalda porque el día que mueran, todas las lágrimas de
arrepentimiento que derramemos serán en vano. Ya lo dice la
biblia: “Honra a tu padre y a tu madre (que es el primer mandamiento con
promesa), para que te vaya bien, y para que tengas larga vida sobre la
tierra. (Efesios 6, 2-3).
Por: Mónica Muñoz
Fuente: Catholic.net