«Se piensa que vivir este tipo de experiencias en pareja no es posible
por falta de información»
Foto: Mundo Negro |
Coincidiendo
con la celebración del DOMUND, publicamos una serie de perfiles de misioneras y
misioneros que hablan sobre su vida, sus motivaciones y los lugares donde
desarrollan su trabajo
Juan Luis
Moreno (32 años) es un ingeniero técnico industrial nacido en la localidad
sevillana de Lebrija, en la comarca del Bajo Guadalquivir. Allí, en la
residencia de ancianos Asilo de San Andrés, dirigida por las Hijas de la
Caridad, es donde conoció el carisma vicenciano con el que se comprometió como
catequista y participando en las actividades misioneras.
Su mujer, Ángela Elena Chicharro (37 años), profesora de Infantil que trabaja en el aula matinal de una escuela de este pueblo, se formó en Puertollano en el colegio María Inmaculada, también bajo el paraguas de las Hijas de la Caridad, donde participaba en los grupos de formación de Juventudes Marianas Vicencianas (JMV) como catequista. También fue voluntaria en Cáritas y perteneció al grupo de animación litúrgica de su parroquia.
Su mujer, Ángela Elena Chicharro (37 años), profesora de Infantil que trabaja en el aula matinal de una escuela de este pueblo, se formó en Puertollano en el colegio María Inmaculada, también bajo el paraguas de las Hijas de la Caridad, donde participaba en los grupos de formación de Juventudes Marianas Vicencianas (JMV) como catequista. También fue voluntaria en Cáritas y perteneció al grupo de animación litúrgica de su parroquia.
¿Cuándo os conocisteis?
Nos conocimos en el verano de 2011 cuando fui enviado de forma temporal,
durante tres meses, a la comunidad misionera de JMV en Bolivia donde ya se
encontraba Ángela, que llevaba en el país más de cinco años. Al verano
siguiente, estuve en otra de las comunidades en Mozambique, donde casualmente
había sido destinada ella unos meses antes.
¿Por qué decidisteis ir a una misión en el
extranjero?
Desde
muy jóvenes sentíamos que nuestra vida tenía que ser compartida con los
favoritos de Dios, los más empobrecidos. Ambos ya habíamos tenido muy buena
experiencia en la misión, Ángela de forma permanente y yo con estancias más
breves, así que teníamos claro que después de casarnos queríamos vivir una
experiencia como familia misionera. Tanto es así que tuvimos una hija en
Bolivia.
¿Cómo os imaginabais Bolivia? ¿Por qué allí
y no otro lugar?
Conocíamos
el país y el trabajo pastoral que se desempeñaba. Era una nación donde sabíamos
que podíamos tener hijos de una forma segura. La gente boliviana, en concreto
el pueblo sacabeño, es una comunidad muy acogedora y tiene mucho que enseñar.
Ha sido un regalo el tiempo que hemos vivido allá.
¿Qué valores y enseñanzas habéis aprendido
en Sacaba?
Vivir
el día a día. Y es que al caminar por las calles y los mercados bolivianos ves
a muchas mujeres que se ganan el pan de cada día para sacar a sus familias
adelante. Esperamos ser capaces de transmitir a nuestra hija esa capacidad de
superación, de fe y de esperanza.
¿Una historia que os
haya marcado allí?
Pues
son muchas las que se quedan en el recuerdo… Tal vez por cercanía y tiempo
compartido, puedo mencionar la historia de una mamá luchadora. Ella, con muchas
dificultades, pasó de ser una víctima de la violencia de género a ser un
referente para muchas de las mujeres que son atendidas de forma integral en uno
de los proyectos que desarrolla la comunidad destinada a la atención de este
colectivo. Tras aprender y perfeccionar el oficio de la costura, su experiencia
técnica y vital es hoy día un ejemplo a seguir para el resto.
¿Hay mucha diferencia del concepto de
familia que tienen en Bolivia? ¿Qué podríamos aprender e implementar en España,
en Lebrija?
Quizá
en Bolivia el concepto de familia es más amplio, puede que como aquí hace
algunos años atrás. Muchas familias viven juntas: abuelos, padres, hijos,
nietos, algún primo que llegó a estudiar… Por otro lado, también hay muchas
madres solas que sacan adelante a sus hijos sin ayuda de nadie, solo con su
esfuerzo y entrega. De estas realidades que hemos vivido nos quedamos con esa familia-comunidad donde unos se apoyan en otros
frente a cualquier tipo de dificultad.
Pero luego llegó vuestro bebé y decidisteis
volver, ¿por qué?
Bueno,
es difícil de explicar. Pero la distancia física con nuestras familias se hizo
cada vez más pesada y queríamos que África, como se llama nuestra hija que
ahora tiene dos años, pudiese crecer disfrutando de la presencia de sus
abuelos, tíos y familiares más cercanos.
¿Por qué creéis que escasean ejemplos como
el vuestro?
Creo
que, por una parte, tal vez sea por el desconocimiento. El pensar que no es
posible vivir este tipo de experiencias como pareja. Y, por otra parte, para
los laicos misioneros, no es fácil esa «vuelta a casa» en la cual te tienes que
enfrentar a comenzar desde cero, emprender una nueva vida, encontrar un
trabajo… En nuestro caso, los Misioneros Seglares Vicencianos (MISEVI) y
nuestras propias familias nos están apoyando en esta nueva etapa.
¿Qué habría que hacer para despertar más vocaciones
en los adolescentes?
Confiar
más en ellos, darles más protagonismo. Tienen que descubrir que son muy
capaces. Si no conseguimos crear y construir espacios para ellos, al final
terminan por buscarlos en otros ambientes y acabamos por perderlos.
Un mensaje que queráis transmitir.
Recomendar
a todas las personas que tengan alguna inquietud misionera a que no se dejen
vencer por el miedo, que busquen opciones desde sus parroquias y diócesis. A
veces dejamos pasar el tiempo creyendo que no es el momento adecuado, pero
cuando nos damos cuenta, ya es demasiado tarde y perdemos la oportunidad de
descubrir todo lo que la misión tiene que enseñarnos.
Por: Sebastián
Ruiz-Cabrera
Fuente: Mundo Negro