El bien se mezcla con el
mal, Jesús muestra tanto lo uno como lo otro
Me
parece que le han informado mal: no es cierto que los cristianos veamos siempre
el mundo como algo malo. Al menos, no lo es en la doctrina católica. Deseo
aclarar que esta respuesta se refiere a los católicos en particular, no a los
cristianos en general, pues en este tema no hay unanimidad entre los
cristianos.
A
la vez, también hay que aclarar que el término “mundo” tiene varios
significados; el diccionario de la Real Academia recoge más de una docena de
significados. Esto tiene aquí mucho interés, pues la Biblia también utiliza la
palabra con significados diversos, lo cual a veces ha confundido a más de uno.
En concreto, los principales significados son dos: el mundo como creación
divina, y el mundo como sociedad humana.
Con
respecto a lo primero, no cabe duda alguna: ya el primer capítulo del Génesis
–que trata de la creación- señala acerca del mundo que vio Dios que era
bueno. El Catecismo de la Iglesia Católica lo detalla: Salida
de la bondad divina, la creación participa de esa bondad (“Y vio Dios que era
bueno… muy bueno: Génesis). Porque la creación es querida por Dios como un don
dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La
Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación,
comprendida la del mundo material (nº 299).
Si
pasamos de la creación divina a la humana –o sea, lo que los hombres han hecho
y hacen en este mundo-, hay acepciones de la palabra “mundo” más positivas o
más negativas, según los casos. Y es que –y esta es la clave- en los hombres,
tanto aisladamente como en sociedad, hay una mezcla de bien y de mal.
Primero,
señalaremos la negativa. El mismo Catecismo lo explica: Las
consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de
los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede
ser designada con la expresión de san Juan “el pecado del mundo” (Jn 1, 29).
Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen
sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales
que son fruto de los pecados de los hombres (nº 408). Este es el
sentido que se da a la palabra “mundo” cuando se le señala como enemigo del
hombre: el ambiente social que incita y empuja al pecado de las personas.
Sigamos
con el Evangelio de san Juan. El que acabamos de exponer es el sentido del
término cuando el Señor dice, en su oración al Padre: Yo les he dado tu
palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, lo mismo que Yo no
soy del mundo (Jn 17, 14).
Sin
embargo, estas palabras contrastan con estas otras –pronunciadas por Jesús ante
Nicodemo-, también del mismo Evangelio: Tanto amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino
que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo (puede tomarse “juzgar” por “condenar”), sino para que el mundo se
salve por él (Jn 3, 16-17).
O
sea, que el hombre, en particular y en conjunto –el mundo- es querido por Dios,
porque es bueno, pero cuando reniega del bien y se porta mal, crea un
mundo enfrentado a Dios, y eso ya no es tan bueno.
Las
palabras antedichas ponen también de relieve que “el mundo” no debe solo verse
como una situación, sino también como una misión. Volvemos a las palabras
del Señor que encontramos en el Evangelio de San Juan: No pido que los
saques del mundo, sino que los guardes del Maligno (…) Lo mismo que Tú me
enviaste al mundo, así los he enviado yo al mundo (Jn 17, 15 y 18). ¿Para
qué? Pues para que el mundo crea que Tú me has enviado (Jn 17, 21; lo
reitera en el versículo 23).
Así,
podemos decir que, por una parte, el cristiano está llamado a no dejarse
arrastrar por el mundo –haciéndose “mundano”-. Pero a la vez debe amar al mundo
como Dios lo ha amado, y participar de la misión cristiana de reconducir
el mundo a Dios. El mundo no se limita a ser el escenario de esa misión; ésta
también pide que se transforme para bien el mundo.
La
mayoría de los fieles son laicos, que viven y desarrollan su vida inmersos en
el mundo. Acerca de su misión, señala el Catecismo que consiste en
convertir todas las facetas de su vida en sacrificios espirituales
agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios
Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del
Señor.
Y
apostilla: De esta manera, también los laicos, como adoradores que en
todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios (nº
901, que recoge una cita textual del Concilio Vaticano II). Como puede
fácilmente deducirse, no es ésta precisamente una visión negativa del mundo.
JULIO
DE LA VEGA-HAZAS
Fuente:
Aleteia