Acaba de editarse un disco con una selección de sus poemas navideños, musicalizados por Santiago Gómez Valverde, e interpretados por voces como Ana Corbel, Paco Ortega o Laura Granados
Dominio público |
Cada año el poeta Luis Rosales -Premio Nacional de Poesía y de
Ensayo, amén de Premio Cervantes, entre otros galardones- escribía un
villancico que enviaba como postal navideña a sus allegados, acompañado por un
dibujo de su amigo Pepe Escassi.
Lo hizo durante cuatro décadas, en un gesto que revela el profundo
amor que el autor de «La casa encendida» sentía hacia la Navidad. «Era un hombre
muy creyente, y decía que lo que más le gustaba de su fe era que Dios hubiera
decidido hacerse hombre. Y eso se concretaba en la Navidad»,
explica su hijo Luis Rosales Fouz.
Pero también era amante de la música, y, en estas fechas, ambas
pasiones han confluido proverbialmente en un proyecto original emocionante:
acaba de publicarse un disco que musicaliza diez de los villancicos compuestos
en vida por el escritor granadino, de cuya muerte se cumplieron treinta años en
octubre.
El trabajo está capitaneado por el también poeta y músico Santiago
Gómez Valverde, que ya había convertido en canción algún otro poema de Rosales
para su serie de discos ‘La palabra y el tiempo’. En este proyecto, además,
cuenta con las voces de intérpretes como Ana Corbel, ahora célebre tras su paso
por ‘La Voz’, Laura Granados, Paco Ortega o Isabel Montero.
«Estoy feliz porque ha quedado muy bien, muy digno», explica
Rosales Fouz, que acariciaba la idea de hacer un disco como el que finalmente
acaba de editarse desde hace años, si bien fue el contacto con Gómez Valverde
el que lo hizo posible.
«Es un disco modesto. No tenemos ninguna discográfica potente
detrás», añade el hijo del poeta, como si pudiéramos concebir, en los tiempos
que corren, que una discográfica importante se hubiera atrevido a editar una
obra semejante. «Lo hemos ido haciendo poco a poco y ahora estamos en la fase
de difundirlo».
Un proyecto contracultural -o quizás sería mejor decir netamente
cultural- en el que se han involucrado el productor Paco Ortega y el arreglista
David Torrico.
«La música les da a los villancicos de mi padre algo que no tenían
y, además, les permite llegar a otro tipo de público».
La apuesta musical va más allá de la sonoridad de los villancicos
tradicionales, en busca de referencias más renovadas.
Pero, por encima de todo, resaltan las letras. Unas letras que
conectan con la vibración popular, y con la sencillez que se espera del género,
pero sin eludir la hondura de la mirada.
En ‘Villancico de la falta de fe’, se lamenta de que «la estrella
es tan clara que / no todo el mundo la ve». Inicialmente parece referirse a la
estrella de Belén, pues el poema incluye referencias al portal de Belén y los
Reyes Magos, pero, a medida que avanzan los versos, vemos que la estrella es
una metáfora de la presencia de Dios en el mundo, lo que se hace explícito en
el párrafo final: «Pasan años y los hombres / siguen padeciendo sed, / la
estrella sigue en el cielo / sólo muy pocos la ven».
En ‘Luz caminante’ el poema toma la forma de nana dirigida al niño
Jesús, como si se la cantara la Virgen María. Y aunque todo en el poema alude
al carácter divino de ese bebé, el remate final lo recoloca en su condición más
tiernamente humana: «A la nana, nanita, ea / mi niño se ha dormido / ¡bendito
sea!».
En ‘Canción del hombre que lloraba para aprender a rezar’ el poeta
nos confronta con nuestra propia impotencia a la hora de dirigirnos a Dios: no
sabemos cómo hacerlo, las palabras parecen torpes, incapaces de expresar lo que
quisiéramos.
«No sé rezar, pero sé / que tú me escuchas, y rezas / estas
palabras sencillas, / inermes y verdaderas. / No sé nada, Señor, nada / más que
Tu nombre, y quisiera / decir que sí, que has venido / al mundo y es
Nochebuena, / y es noche de sol, y es noche / con algo nuestro que empieza, / –
¡no sé cómo! – en este llanto / de un niño sobre la tierra».
La producción poética de Rosales en torno a la religión y la
Navidad se inició muy pronto. Ya en 1940 publica su ‘Retablo sacro sobre el
nacimiento del señor’ que vería una nueva versión ampliada en 1964 en la que
incluyó ya una veintena de los poemas navideños de carácter privado que había
ido escribiendo hasta entonces. Están sin publicar, sin embargo, los que
concibió entre 1964 y 1984 cuando un ictus le obligo a dejar la escritura.
«Sería bueno hacer una edición completa de toda esta obra centrada
en los villancicos», reconoce Rosales Fouz, que ejerce como promotor del legado
de su padre. Pero el mundo editorial es extraño.
«Hace unos años me dijeron que habían elegido ‘La casa encendida’
como texto de referencia en educación secundaria, pero pocos meses después me
llamaron para decirme que habían tenido que rectificar, porque los alumnos no
encontraban el libro». Hoy sí existe una buena edición de esta obra, pero no
del ‘Retablo’, ni en su versión original ni en la ampliada.
«Mi
padre era muy católico. Creció en la religión y ahí siguió hasta el final. Pero
el gusto por la Navidad no sólo viene de ahí, sino también de la afición de sus
padres, mis abuelos, por el belenismo», explica Rosales Fouz.
«Montaban un belén monumental en su casa de Granada que podía visitar todo el
que quisiera porque estaba abierto al público».
Muchos aspectos importantes de la vida del célebre poeta
estuvieron también relacionados con la religión. Así, por ejemplo, la quema de
iglesias por parte de los republicanos decidió su alineamiento con el bando
nacional, pues, aunque había en su familia varios falangistas destacados, él no
se afilió al partido de José Antonio hasta meses después de iniciarse la Guerra
Civil.
Su compromiso personal con la reconciliación, y con un clima de
libertad y tolerancia democráticos, se inició, antes incluso de terminar la
guerra, en parte por influencia eclesiástica, y se canalizó a través del ‘Grupo
de Burgos’, un grupo de creadores e intelectuales que fue reunido en esta
ciudad castellana, sede del bando nacional, por el poeta soriano Dionisio
Ridruejo, por entonces responsable cultural del Movimiento, pero hombre de
mente abierta que terminaría frontalmente enfrentado con el régimen franquista
y reprimido por él.
Del ‘Grupo de Burgos’ formaban parte también el filósofo Pedro
Laín Entralgo, el novelista Gonzalo Torrente Ballester, el lingüista e
historiador Antonio Tovar, el poeta y arquitecto Luis Felipe Vivanco, y el
jurista Rodrigo Uría.
Bajo la dirección de Ridruejo, impulsaron la revista ‘Escorial’,
en la que rescataron la obra de poetas republicanos, guiados por un espíritu de
reconciliación.
El mismo Rosales publicó ‘La voz de los muertos’ en el diario
‘Patria’, en 1937, en plena guerra. En aquel texto se lamentaba la tragedia del
conflicto civil y no se distinguía entre los muertos de un bando o de otro, lo
que no gustó a los responsables del Movimiento, que destituyeron al director de
la publicación.
«La religiosidad de mi padre fue muy interiorizada», recuerda
Rosales Fouz, «pero siempre estuvo muy ligada a lo humano». El disco de
villancicos que acaba de publicarse es una buena oportunidad de descubrirlo. Y
estas fechas son una excelente ocasión para disfrutarlo.
Vidal Arranz
Fuente: Aleteia