LA SEPULTURA DEL CUERPO DE JESÚS
II. Preparación para la
sepultura. Valentía y generosidad de Nicodemo y José de Arimatea.
III. Los Apóstoles junto a
la Virgen.
“Pasado el sábado, al
alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a
ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del
Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella.
Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve.
Los guardias,
atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El
ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: «Vosotras no temáis, pues sé que
buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había
dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus
discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros
a Galilea; allí le veréis." Ya os lo he dicho.» Ellas partieron a toda
prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus
discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os
guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces
les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí
me verán»” (Mateo 28,1-10).
I. Después de tres horas
de agonía Jesús ha muerto. El cielo se oscureció, pues era el Hijo de Dios
quien moría. El velo del templo se rasgó de arriba abajo, significando que con
la muerte de Cristo había caducado el culto de la Antigua Alianza (Hebreos 9,
1-14); ahora, el culto agradable a Dios se tributa a través de la Humanidad de
Cristo, que es Sacerdote y Víctima. Uno de los soldados le abrió el costado con
la lanza, y al instante brotó sangre y agua (Juan 19, 33). San Agustín y la
tradición cristiana ven brotar los sacramentos y la misma Iglesia del costado
abierto de Jesús (Comentario al Evangelio de San Juan).
Esta
herida que traspasa el corazón es de superabundancia de amor que se añade a las
otras, y María, que sufre intensamente, comprende ahora las palabras de Simeón:
una espada traspasará tu alma. Bajaron a Cristo de la Cruz con cariño y lo
depositaron en brazos de su Madre. Miremos a Jesús como le miraría la Virgen
Santísima, y le decimos: ¡Oh buen Jesús!, Óyeme. Dentro de tus llagas escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti (MISAL ROMANO, Acción de gracias de la Misa)
II. Cuando todos los
discípulos, excepto Juan han huido, José de Arimatea se presenta a Pilato para
hacerse cargo del Cuerpo de Jesús: “La más grande demanda que jamás se ha hecho”
(LUIS DE LA PALMA, La Pasión del Señor), y aparece Nicodemo, el mismo que había
venido a Él de noche, trayendo una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras
(Juan 19, 39).
¡Cómo
agradecería la Virgen la ayuda de estos dos hombres: su generosidad, su valentía,
su piedad! El pequeño grupo junto a la Virgen y las mujeres que menciona el
Evangelio, se hace cargo de dar sepultura al Cuerpo de Jesús: lo lavaron con
extremada piedad, lo perfumaron, lo envolvieron en un lienzo nuevo que compró
José (Marcos 15, 46), y lo depositaron en un sepulcro nuevo excavado en la roca
propiedad de José, y finalmente cubrieron su cabeza con un sudario (Juan 20,
5-6). ¡Cómo envidiamos a José de Arimatea y a Nicodemo! “¡Cuando todo el mundo
os abandone y desprecie..., serviam!, Os serviré, Señor” (J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Vía Crucis).
III. No sabemos dónde
estaban los Apóstoles aquella tarde. Andarían perdidos, desorientados y
confusos. Pero acuden a la Virgen. Ella protegió con su fe, su esperanza y su
amor a esta naciente Iglesia, débil y asustada. Así nació la Iglesia: al abrigo
de nuestra Madre. Si alguna vez nos encontramos perdidos por haber abandonado
el sacrificio y la Cruz como los Apóstoles, debemos acudir enseguida a esa luz
continuamente encendida en nuestra vida que es la Virgen Santísima. Ella nos
devolverá la esperanza. Junto a Ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría
de la Resurrección.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org