LOS PROPÓSITOS DE LA ORACIÓN
II. No
desalentarnos si alguna vez parece que el Señor no nos oye... Él nos atiende
siempre y llena el alma de frutos.
III. Propósitos
concretos y bien determinados.
«Seis días después, tomó
Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a ellos solos aparte a
un monte alto, y se transfiguró ante ellos. Sus vestidos se volvieron
resplandecientes y muy blancos.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, y
conversaban con Jesús. Tomando Pedro la palabra, dice a Jesús: Maestro, qué
bien estamos aquí; hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, y otra
para Elías. Pues no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor Entonces
se formó una nube que los cubrió, y se oyó una voz desde la nube que decía:
Este es mi hijo, el Amado, escuchadle a él. Y luego, mirando a su alrededor; ya
no vieron a nadie, sino sólo a Jesús con ellos» (Marcos 9,2-10).
I. En Cristo tiene lugar
la plenitud de la Revelación. En su palabra y en su vida se contiene todo lo
que Dios ha querido decir a la humanidad y a cada hombre. En Jesús encontramos
todo lo que debemos saber acerca de nuestra propia existencia, en Él entendemos
el sentido de nuestro vivir diario. En Cristo se nos ha dicho todo; a nosotros
nos toca escucharle y seguir el consejo de Santa María: Haced lo que Él os diga
(Juan 2, 5).
Ésa
es nuestra vida: oír lo que Jesús nos dice en la intimidad de la Oración, en
los consejos de la dirección espiritual y a través de los acontecimientos que
Él manda o permite, y llevar a cabo lo que Él quiere de nosotros. A la oración
hemos de ir a hablar con Dios, pero también a escuchar sus consejos,
inspiraciones y deseos acerca de todos los aspectos de nuestra vida. Nuestra
Madre nos enseña a escuchar a su Hijo, a considerar las cosas en nuestro
corazón como Ella lo hacía.
II. A la oración sincera,
con rectitud de intención, y sencilla, como habla un hijo con su padre, un
amigo con su amigo, “están siempre atentos los oídos de Dios”. Él nos oye
siempre, aunque en alguna ocasión tengamos la impresión de que no nos atiende.
Y también nosotros debemos prestar atención a Jesús que nos habla en la
intimidad de la oración. El Señor deja en el alma abundantes frutos, aunque a
veces pasen inadvertidos.
Procuremos
rechazar cualquier distracción involuntaria, veamos qué debemos cuidar para
mejorar ese rato de conversación con el Señor, y seguir el ejemplo de los
santos, que perseveraron en su oración a pesar de las dificultades. Al hacer
nuestra oración, siempre tenemos a nuestro Ángel Custodio a nuestro lado, para
ayudarnos y llevar nuestras peticiones al Cielo. Examinemos si nosotros estamos
atentos a lo que quiera el Señor decirnos en nuestro diálogo.
III. Los propósitos que
sacamos de la oración deben estar bien determinados para que sean eficaces,
para que se plasmen en realidades o, al menos, en el empeño por que así sea:
“planes concretos, no de sábado a sábado, sino de hoy a mañana, y de ahora a
luego” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco).
Los
propósitos diarios y esos puntos de lucha bien determinados –el examen
particular- nos llevarán de la mano hasta la santidad, si no dejamos de luchar
con empeño. Con la ayuda de la Virgen podremos llevarlos a la práctica.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org