De la cultura del
"yo" y el "ya" a la de perder por amor
Desde
pequeño he aprendido a hacer mi camino. Me educaron para pensar en mí, en mis
intereses, en mi porvenir. Y además me enseñaron el valor de mi tiempo. El
tiempo siempre es oro. Y cuanto antes logre lo que quiero seré más feliz. No
puedo esperar. No puedo sacrificar mi tiempo. No puedo sacrificarme por
nadie. No puedo sacrificar nada porque quiero ser feliz. Me vuelvo egoísta.
El
otro día leí que la teoría sueca del amor dice: “Toda relación humana debe
basarse en el principio de la independencia entre las personas”. La
consecuencia de la independencia vista así es que me despoja de la habilidad
para socializarme, para amar de verdad, para ser generoso. Me dice que mi
felicidad será plena cuando sea independiente.
Es
esa carrera de la vida en la que si ayudo a alguien es porque me beneficia
ayudarlo. Y si no saco nada positivo, no ayudo. Ayudar a otros y perder
así mi lugar de preferencia no parece recomendable. Perder mi posición, mi
cargo, mi prestigio. Pienso más en mí mismo que en los otros.
Son
valores que flotan en el aire. Que se extienden y se convierten en credos que
fundamentan muchas vidas. Me dicen que no es bueno para mi salud negarme a mí
mismo. Que necesito ser más asertivo y decir lo que es bueno para mí y hacerlo.
Defender mi espacio, mi libertad, mis gustos, mis derechos.
Incluso
aunque el mundo se enfade con mi conducta. Me recuerdan que yo voy primero,
por encima del resto. Me dicen que es cuestión de salud. Entonces renunciar no
merece tanto la pena. Incluso es innecesario hacerlo.
Perder
la vida, dejar de ser, ¿qué sentido tiene? Esperar a otros. Sacrificar lo
que yo deseo por amor a otros. Sacrificar mi libertad, mis sueños, siendo
generoso con otros. Por amor, por respeto a la vida de los otros. Estos
términos suenan extraños en esta cultura del “yo” y del “ya”. Están
fuera de lugar.
Imaginar
a alguien que está dispuesto a renunciar a lo que tiene por amistad, por amor,
parece impensable. Imaginar a Jesús que vino a dar su vida por mí. Y se
arrodilló delante de mí. Dispuesto a darme a mí todo su amor sirviéndome.
Me
parece tan grande ser capaz de renunciar incluso a la propia vida tal como yo
mismo la había soñado… Renunciar a mis deseos, a mis proyectos. Por amor a
otros. Pensando en el bien de los otros. Parece imposible. Y sólo es
posible desde Jesús. Viviendo en Él, con Él.
Quiero
educarme y educar a los que van conmigo en la libertad. En la entrega. En la
generosidad. Para que amen sin pensar sólo en ellos. Que sean generosos y
no egoístas. No quiero protegerlos en exceso para que no sufran.
A
veces quiero evitar el dolor a los que más quiero. A quienes educo. No quiero
que se equivoquen y protejo sus pasos. Que no se hagan daño.
Decía
el padre José Kentenich: “¡No ahorremos nunca las luchas a nuestros hijos! Si
empezamos a hacerlo, los educaremos a todos a la inmadurez. Y les
garantizo que, si ahorran las luchas a los que les han sido confiados –sea que
les solucionen rápidamente las dificultades o que, aun sin quererlo, hagan
incidir en la balanza el mayor peso de su personalidad–la consecuencia será la
siguiente: un hombre sincero agradecerá a Dios de rodillas cuando ustedes se
hayan muerto”.
Significa acompañar
en sus luchas a los que Dios me ha confiado. Enseñarles el valor de
la libertad. Hacerles madurar en el amor a los otros. Enseñarles el valor de
perder la propia vida, el propio puesto, por amor.
No
quiero educar en una cultura del “yo” y del “ya”. No quiero proteger
en exceso: “Quiero saberlo todo. Pero ¿intervenir? Ni se me ocurre. Yo
no intervengo. Que den tranquilos sus volteretas. Basta que no caigan muy bajo.
De otro modo, no educaremos para la vida” (Padre José Kentenich).
Educar
en la libertad. Aunque caigan al tomar decisiones aquellos que Dios me ha
confiado. Así lo hace Jesús conmigo. Me deja tropezar. Y levantarme de nuevo.
Como Pedro que niega hasta tres veces a su Maestro.
Quiero
educarme en esta libertad. Quiero educar en esta libertad. Sin guardar la
propia vida. Sin protegerme tanto. Sin cuidar tanto mi salud, mi fama, mi vida,
mis aficiones, mis posesiones. Sin temer perder. Con libertad. Dando con amor.
No
quiero tenerlo todo claro. No todo es blanco o negro. Hay matices. Educar en la
libertad de la conciencia. De las decisiones tomadas en lo hondo del corazón.
Poniendo a Dios en el centro, al otro en el centro. Y no pensar sólo en mí
mismo. No siempre yo primero.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia