EL PERDÓN DE NUESTRAS OFENSAS
II. Al
Señor le encontramos siempre dispuesto para el perdón. Todo pecado puede ser
perdonado si el pecador se arrepiente.
III. Una condición para ser
perdonados: perdonar de corazón a los demás. Cómo ha de ser nuestro perdón.
“En aquel tiempo, cuando
Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa. Él entró y se
puso a la mesa. Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos
antes de comer, el Señor le dijo: "Vosotros, los fariseos, limpiáis por
fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades.
¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de
lo de dentro, y lo tendréis limpio todo"” (Lucas 11, 37-41).
I. Padre, perdónanos
nuestras ofensas, pedimos todos los días en el Padrenuestro. Cada día tenemos
necesidad de pedir perdón al Señor por nuestras faltas y pecados.
Hoy
podemos hacer nuestra aquella jaculatoria del publicano: ¡Oh Dios, ten
compasión de mí, que soy un pecador! El Señor puso estas palabras en boca del
publicano para que las repitiéramos nosotros.
¡Cuánto
bien nos puede hacer esta oración, repetida con un corazón humilde! Debemos
recordar que, aunque el pecado tenga en nosotros, en los demás, y en la
sociedad nefastas consecuencias, es esencialmente, una ofensa a Dios.
¡He
pecado contra el Cielo y contra Ti (Lucas 15, 18), proclamará el hijo pródigo
cuando vuelve arrepentido a la casa paterna. ¡Qué don tan grande es reconocer
nuestros pecados, sin excusas ni mentiras, y acercarnos hasta la fuente
inagotable de la misericordia divina y poder decir: Padre, perdónanos nuestras
ofensas! ¡Qué paz tan grande da el Señor!
II. Enseña Santo Tomás, que
la Omnipotencia de Dios se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y
usar de misericordia, porque la manera que Dios tiene de mostrar que posee el
supremo poder es perdonar libremente (Suma Teológica).
El
Señor está dispuesto a perdonarlo todo de todos con infinita misericordia en el
sacramento de la Confesión. Es verdad que pecamos contra Dios, pero también es
verdad que pedimos perdón a un Padre que nos ama, y hasta nos enseña con qué
palabras hemos de pedir.
III. Perdona nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, rezamos todos
los días. El Señor espera esta generosidad que nos asemeja al mismo Dios. Dios
nos ha perdonado mucho, y no debemos guardar rencor a nadie. Hemos de aprender
a disculpar con más generosidad, a perdonar con más prontitud. Perdón sincero,
profundo, de corazón.
A
veces nos sentimos ofendidos por una exagerada susceptibilidad o por amor
propio lastimado por pequeñeces. Y si alguna vez se tratara de una ofensa real
y de importancia, ¿no hemos ofendido nosotros mucho más a Dios? Seguir a Cristo
en la vida corriente es encontrar, también en este punto, el camino de la paz y
la serenidad. Jesús pide perdón para los que lo crucifican: imitarlo, nos hará
saborear el amor de Dios, y nos conseguirá que la misericordia divina perdone
nuestras flaquezas.
Pidamos
a la Virgen que nos ayude a perdonar, como Ella perdonó a los que crucificaron
a su Hijo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org