Jesucristo
es el mismo ayer, hoy y siempre
Hola,
buenos días. Hoy son las Bodas de Oro de sor Matilde; sí, 50 años que hizo su
Profesión Religiosa. Por ello, le he preguntado que si querría compartirnos
cómo fue su testimonio, para que demos gracias al Señor por su vida.
Me
piden que cuente un poco cómo fue mi vocación y el camino que hice en el
seguimiento de Jesús, para toda la vida. Pues, aquí va:
Ya
sabemos que, cuando Jesús nos llama a seguirle, lo ha preparado todo desde la
eternidad y cada paso está marcado por su Providencia.
Así,
fue Providencia que yo padeciera una enfermedad mortal a la edad de nueve años:
fue una meningitis muy grave, con la que luché un año entero, entre la vida y
la muerte. Padecía frecuentes ataques de pérdida de conciencia; a momentos, no
veía; y los dolores de cabeza continuos eran insoportables…
Mi
madre, viendo que de la tierra no podían darle auxilio, recurrió al Cielo, y
pidió a la Virgen María de Fátima que me curara… Así me lo explicó ella, y me
preguntó: “¿Crees que si bebes agua de Fátima, te vas a curar, por la
intervención de la Virgen?...” Y yo le dije que sí lo creía… Y con esto, me fui
curando, milagrosamente, cuando los médicos me daban por muerta… ¡Y no me quedó
ninguna secuela de la enfermedad!
Este
episodio se grabó como un sello en mi alma de niña, pero con los años, lo
sepulté en el olvido y no me acordé de más…
Aproximadamente
a los veinte años, comenzó otro calvario, que se me grabó más, porque fue el
momento en que se me desveló la llamada de Dios, para que estuviera siempre con
Él…
Con
mucha ignorancia y desenfado, así como sin discernimiento, me embarqué en un
noviazgo que duró tres años: mucho sufrimiento, muchos celos, muchas agresiones
verbales... y yo, por compasión mal entendida, no sabía ni cortar ni acabar con
esta situación…
En
ese tiempo, yo oraba mucho: “¡Dios mío, ayúdame!”. Era mi plegaria continua… Y
Dios, vino en mi auxilio y me arrancó de todo esto, sin haber yo intervenido
para nada: todo fueron persuasiones que le dieron a él porque yo “no le
convenía…”
Sí,
todo acabó, pero yo me sentí herida de una tristeza y fracaso muy grande… Y
para colmo, mi madre, todavía joven, padeció un cáncer fulminante y el Señor se
la llevó al Cielo. Y digo esto porque, en el funeral, el sacerdote afirmó: “En
el séptimo piso, ha muerto una mujer santa…”
Con
estos dos duros golpes, casi seguidos, me amparé en un escepticismo e
indiferencia, porque ya no podía sufrir más… Pero en este momento, ¡el Señor me
esperaba!…
Me
hizo conocer a un dominico joven, que me acogió como estaba y me hablaba del
amor de Jesús, como nunca yo había oído… No, yo no tenía ese amor, pero lo
deseaba: Un amor que nunca falla, que quería acogerme como estaba…
Este
dominico, me llevó con él, quince días, a éste, mi convento de Lerma... Todo el
tiempo estaba sola estudiando y él atendía a las monjas… Y aquí, en esta
soledad, pensaba: “Si yo tuviera lo que tienen estas mujeres, me iría con ellas…”
¡Pero no lo tenía y lo deseaba!…
Así,
el último día de mi estancia aquí, decidí confesarme con este cura… ¡pero no
pude!… ¡Sucedió algo extraordinario!
Desde
el Sagrario, una voz que yo oía con claridad, me decía con fuerza y
repetidamente: “¡¡¡Ven, ven, ven...!!!”. Entonces, ¡reconocí que era Jesús el
que me llamaba!... Y rompí a llorar sin consuelo, diciéndole: “¡Ya voy, Señor,
ya, si quieres ahora mismo! ¡Ya voy, ya voy...!”.
Este
diálogo, no sé lo que duró, pero fue inefable y cambió completamente mi corazón
y mi vida… ¡Había nacido de nuevo, para otra realidad, yo no me conocía!
Me
acerqué al dominico y le dije: “¡¡Ya está, ya está...!!”. Él no sabía de qué
hablaba y me respondió: “¿Ya está qué?”. Le dije: “Quiero ser monja, ya, ahora
mismo, el Señor me llama para Sí…”
Volví
a Madrid, y mis ojos y lo que contemplaba, no era lo que yo dejé… Todo me
hablaba de Dios: los niños, los viejos, la gente, el autobús, el metro… ¡Todo,
todo!... ¡Fue una borrachera de Dios, en donde ni yo misma me reconocía!… ¡Esto
sí que era felicidad, de la que no se acaba, porque su fuente es Dios mismo!…
Y,
a partir de aquí, puedo dar testimonio de que el Amor de Dios, dura siempre…
¡Es eterno!
¡Doy
infinitas gracias a Dios, porque me miró y me sigue mirando con tanta ternura y
caridad!...
*
* *
Hoy
el reto del amor es dar gracias por sor Matilde. Ora por ella, dando gracias al
Señor por su vida, por su entrega incansable y por su deseo de llevar a todos a
Jesús. Después de 50 años, ¡aquí está, llevándonos al Señor con el reto,
compartiendo meditaciones de la Palabra en nuestra web... y atendiendo con
cariño a tantas personas! Demos gracias a Cristo por este testimonio vivo de
que “el amor del Señor se renueva cada mañana”. ¡Feliz día!
Fuente:
Dominicas de Lerma