MEDITACIÓN DIARIA: DOMINGO DE LA SEMANA 31 DEL TIEMPO ORDINARIO

AMAR CON OBRAS

Dominio público
I.
Éste es el primero de los mandamientos, resumen y culminación de todos los demás.

II. El Señor nos pide que le amemos con obras y afectos de nuestro corazón.

III. Amamos al Señor cumpliendo los mandamientos y nuestros deberes en medio del mundo.

«Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y al ver lo bien que les había respondido, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». 

Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos». Y le dijo el escriba: «¡Bien Maestro!, con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de El; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a si mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas» (Marcos 12,28-34).

I. En el Evangelio leemos cómo un doctor de la ley le hace una pregunta llena de rectitud al Señor: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Y Jesús se detiene ante este hombre que quiere conocer la verdad y le contesta: Escucha, Israel: El Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón (Marcos 12, 28-34).

Éste es el primero de los mandamientos, resumen y culminación de todos los demás. ¿En que consiste este amor? El Cardenal Luciani –que más tarde sería Juan Pablo I-, comentando a San Francisco de Sales, escribía que “quien ama a Dios debe embarcarse en su nave, resuelto a seguir la ruta señalada por sus mandamientos, por las directrices de quien lo representa y por las situaciones y circunstancias de la vida que Él permite”. “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta” (Santa Teresa, Poesías)

II. Lo determinante de nuestra vida, lo que aparta todas las tinieblas y tristezas es el hecho de que Dios nos ama. Esta realidad llena el corazón de esperanza y de consuelo. La Encarnación es la revelación suprema del amor de Dios por cada uno de sus hijos. ¿Cómo no vamos a corresponder a un amor tan grande? El Señor nos pide que le amemos con obras y afectos de nuestro corazón.

El amor pide obras: confianza de hijos, especialmente cuando nos sintamos más necesitados; agradecimiento alegre por tanto don que recibimos; fidelidad de hijos, allí donde nos encontremos. Dios nos quiere felices, pues en toda circunstancia podemos ser fieles al Señor. ¡Tantas veces necesitaremos decirle: “Señor, te amo..., pero enséñame a amarte!

III. Amamos al Señor cumpliendo los mandamientos y nuestros deberes en medio del mundo, evitando toda ocasión de pecado, ejerciendo la caridad en mil detalles..., y también en esos gestos que pueden parecer pequeños pero que van llenos de delicadeza y cariño para el Señor: una genuflexión bien hecha ante el Sagrario, la puntualidad en nuestras normas de piedad, una mirada a una imagen de Nuestra Señora.

Todo lo que hacemos por el Señor es sólo una pequeñez ante la iniciativa divina. Jesús se dirige a cada uno de nosotros para preguntarnos como a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Es la hora de responder: ¡“Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo!”, añadiendo con humildad: ¡Ayúdame a amarte más, auméntame el amor!” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org