El
Santo Padre habla sobre el diálogo e invita: “Escuchar, explicar, con
mansedumbre, no ladrar al otro, no gritar, sino tener un corazón abierto”
El papa Francisco tuvo este sábado por la
mañana en la Plaza de San Pedro la Audiencia Jubilar, en la que se reunió
con unos cien mil peregrinos y de fieles procedentes de Italia y de
todo el mundo con ocasión del Año de la Misericordia. En sus
palabras el Papa ha centrado su meditación en el tema “Misericordia y
Diálogo”.
Catequesis del Santo Padre
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días! El fragmento del Evangelio de Juan que hemos escuchado narra el encuentro
de Jesús con una mujer samaritana. Lo que conmueve de este encuentro es el diálogo tan cerrado entre la mujer y
Jesús. Esto hoy nos permite subrayar un aspecto muy importante de la
misericordia, que es precisamente el diálogo.
El diálogo permite a las personas
conocerse y comprender las exigencias los unos de los otros. Sobre todo, es una
señal de gran respeto, porque pone a las personas en actitud de escucha y en
condiciones de acoger los mejores aspectos del interlocutor. En segundo lugar,
el diálogo es expresión de caridad porque –aun sin ignorar las diferencias-
puede ayudar a buscar y compartir el bien común. Por otra parte, el diálogo nos
invita a ponernos delante del otro viéndolo como un don de Dios, que nos
interpela y nos pide ser reconocido.
Muchas veces no nos encontramos a los
hermanos, incluso viviendo al lado, sobre todo cuando hacemos prevalecer
nuestra posición sobre la del otro. No dialogamos cuando no escuchamos lo
suficiente o tenemos a interrumpir al otro para demostrar que tenemos razón.
Pero cuántas veces, cuántas veces estamos escuchando a una persona, la paramos
y decimos: “¡No!¡No!¡No es así!” y no dejamos que termine de explicar lo que
quiere decir. Y esto impide el diálogo: esto es agresión. El verdadero diálogo,
en cambio, necesita momentos de silencio, en los que acoger el don
extraordinario de la presencia de Dios en el hermano.
Queridos hermanos y hermanas, dialogar
ayuda a las personas a humanizar las relaciones y a superar las
incomprensiones. Hay mucha necesidad de diálogo en nuestras familias, ¡y cómo
se resolverían más fácilmente las cuestiones si se aprendiera a escucharse
mutuamente! Es así en la relación entre marido y mujer, y entre padres e hijos.
Cuánta ayuda puede venir también del diálogo entre los enseñantes y sus
alumnos; o entre dirigentes y trabajadores, para descubrir las exigencias
mejores del trabajo.
De diálogo vive también la Iglesia con
los hombres y las mujeres de cada época, para comprender las necesidades que
están en el corazón de cada persona y para contribuir a la realización del bien
común. Pensemos en el gran don de la creación y en la responsabilidad que todos
tenemos de salvaguardar nuestra casa común: el diálogo sobre un tema tan
central es una exigencia ineludible. Pensemos en el diálogo entre las
religiones, para descubrir la verdad profunda de su misión en medio de los
hombres, y para contribuir a la construcción de la paz y de una red de respeto
y de fraternidad.
Para concluir, todas las formas de
diálogo son expresión de la gran exigencia de amor de Dios, que va al encuentro
de todos y en cada uno pone una semilla de su bondad, para que pueda colaborar
con su obra creadora.
El diálogo abate los muros de las
divisiones y de las incomprensiones; crea puentes de comunicación y no
consiente que uno se aísle, encerrándose en el propio pequeño mundo. No lo
olvidéis: dialogar es escuchar lo que me dice el otro y decir con mansedumbre
lo que pienso yo. Si las cosas son así, la familia, el barrio, el puesto de
trabajo, serán mejores. Pero si yo no dejo que el otro diga todo lo que tiene
en el corazón y comienzo a gritar –hoy en día se grita mucho– no irá a buen fin
esta relación entre nosotros; no irá a buen fin la relación entre marido y
mujer, entre padres e hijos. Escuchar, explicar, con mansedumbre, no ladrar al
otro, no gritar, sino tener un corazón abierto.
Jesús conocía bien lo que había en el
corazón de la samaritana, una grande pecadora; y a pesar de eso no le negó que
se pudiera expresar, la dejó hablar hasta el final, y entró poco a poco en el
misterio de su vida. Esta enseñanza vale también para nosotros. A través del
diálogo podemos hacer crecer las señales de la misericordia de Dios y convertirlas
en instrumento de acogida y de respeto”.
Después de haber
resumido su catequesis en distintas lenguas, el Papa ha saludado a los grupos
de fieles presentes.
La Audiencia Jubilar ha concluido con el
canto del Pater Noster y la
Bendición Apostólica.
Fuente:
Zenit