Un largo proceso interior llevó a Imanol Atxalandabaso, con 46 años y una vida ligada al fútbol profesional a colgar la camiseta y el silbato y entrar en el seminario de Bilbao.
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Foto: Ordenación de Imanol. ©Diócesis de Bilbao |
Y Dios ganó la
jugada, o mejor, ganaron ambos, porque no sólo le metió el gol anhelado sino
que le fichó “sine die”. Ordenado sacerdote en 2021, ha conversado con Omnes
sobre esta llamada, la reacción de su familia y compañeros y el partido que
juega ahora en el “mejor equipo”.
¿Cuál es el proceso por el que una persona con la vida
“más que hecha” decide dar un giro y entrar con 46 años en el seminario? ¿cuál
era su vida anteriormente?
-Efectivamente, es un proceso. No es un giro de un día
para otro. Digamos que hay una serie de cuestiones en mi vida sobre las que no
tenía la más mínima posibilidad de control y que favorecieron: primero, un
recuperar la vida sacramental explícita y segundo, a partir de esa
profundización plantearme la vocación como opción de vida.
Pedí ayuda y consejo a personas de mi entorno y
finalmente me derivaron al rector del Seminario diocesano, quien me acompañó
durante más de un año en el proceso de discernimiento hasta que decidí debía
dar el paso y comprobar si lo que sentía era o no de Dios. Entendí que la única
manera de saberlo era con el ingreso en el Seminario y que con el tiempo las
cosas se irían aclarando.
Comprendí entonces que el Seminario además de ser un
espacio de formación y oración es un espacio de discernimiento. Con las lógicas
cautelas y miedos, pues quedaba en juego una vida hecha y encauzada y que podía
convertirse indistintamente tanto en el acierto como en el error de mi vida.
Recuerdo que le dije al rector: “no me puedo morir sin
saberlo” y nos pusimos manos a la obra sabiendo que iba a ser un proceso en el
que iba a tener altibajos, como en cualquier otro; pero sabiendo que en el
mismo no estaba sólo. Tenía al mejor Míster y a un gran equipo a mi
disposición.
Subrayo lo de proceso y creo que no tiene ningún
interés cómo era mi vida con anterioridad. Decir simplemente, que estuve
trabajando en algo que me gusta, porque me sigue gustando, me sentía un
privilegiado al trabajar en algo que me gustaba y encima me pagaban. En una
labor que tiene igualmente una dimensión de servicio.
La vocación ¿estaba latente desde antes o simplemente
no lo había pensado como una posibilidad… en términos futbolísticos: ¿Le metió
Dios un gol de brasileña o lo veía venir, como un penalti?
-La vocación siempre ha estado latente, con
independencia de cuál haya sido mi grado de adhesión al Señor en cada momento
o, dicho de otro modo, mi distancia con la Iglesia y con Dios.
Como se ha dicho ya, fue un proceso, por lo que no
podemos hablar de un gol del Señor con filigranas, sino más bien de un partido
largo, disputado, trabado, con terreno de juego embarrado, en condiciones
climatológicas adversas, igualado, muy táctico y con gol del Señor en el último
minuto.
Y es que hasta que no pita el árbitro el final sigue
el partido.
¿Cómo cambia la vida de oración y de entrega a los
demás, las perspectivas una vez que decide ser sacerdote?
-La vida de oración, por supuesto. La entrega a los
demás en mayor o menor medida siempre la he vivido allá donde he estado y en
donde estoy. Puede darse de múltiples maneras, la diferencia radica en que como
sacerdote la vida de oración y servicio se convierten en opción de vida.
Es el dar cumplimiento al doble mandato del amor, amar
a Dios por encina de todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo.
¿Cómo reaccionaron los amigos, la familia, en el
trabajo? ¿Piensa que hubieran reaccionado igual hace 20 o 30 años?
-La reacción de la familia fue de lo más normal, con
independencia del grado de acercamiento a la Iglesia en la actualidad, todos
hemos recibido una educación cristiana y en nuestro interior están presentes
los valores cristianos; por lo que la reacción fue de aceptación y en muchos
casos de explícita alegría.
Entre los amigos la cuestión ha sido ante todo de
respeto, desde la alegría e incluso no faltó quien me dijo que por una parte le
extrañaba, pero por otra no. Pero la reacción que más me llamó la atención fue
la de algunos de mis amigos, abiertamente alejados de la Iglesia, quienes me
dijeron que se alegraban mucho por mí y que siguiera adelante, que todo iría
bien y no escondieron un cierto punto de alegría y satisfacción.
Estaba trabajando en la Federación Vizcaína de Fútbol
y llevaba quince años allí; concretamente, formaba parte del equipo directivo
del colegio de árbitros y llevaba además la oficina. Tomada la decisión de
ingresar en el Seminario le llamé al Presidente de la Federación y le pedí con
tiempo suficiente que me buscara una persona de relevo porque iba a dejar la
entidad. La reacción del Presidente fue de aceptación y me dijo que estuviera
tranquilo que íbamos a preparar los papeles para una excedencia y que mientras
él fuera Presidente siempre tendría un puesto de trabajo en la Federación. Se
lo agradecí, pero no le dije adónde iba.
En el trabajo, por otra parte, algunas de las personas
más cercanas con la que trabajé son personas de fe y colaboradoras en diversas
funciones. Puedo contar la anécdota de que en mi ordenador del trabajo se
llevaban mediante un programa contable las cuentas de una parroquia, pues el
ecónomo era un directivo y voluntario de la Federación.
El curso en el Seminario comienza a primeros de
septiembre y a finales del mes de julio de ese año un destacado dirigente del
fútbol de Bizkaia me dijo que me invitaba a comer que quería estar conmigo. Por
supuesto acepté, pues además era una de esas personas que encuentras en el
camino y con las que es muy fácil entablar amistad. Me preguntó qué era lo que
tenía pensado y lo puse en común porque estaba preocupado. Creyó que dejaba la
Federación porque estaba descontento o algo así y se sentía culpable. Le
tranquilicé y me dio las gracias. Me dijo que estaba enfermo y que la
enfermedad avanzaba día a día. Murió en diciembre de ese mismo año.
La reacción hace 20 o 30 años creo que hubiera sido la
misma, de alegría y aceptación, por una parte; aunque la secularización no
estuviera tan presente. Si bien, creo que entre mis amigos juega a favor el
paso de la edad; ahora todos más maduros y perfectamente asentados en sus vidas
y con una más enriquecida perspectiva vital.
“Volver a las aulas” aunque sea de un seminario, con
formadores más jóvenes incluso que uno mismo, no debe ser fácil ¿No?
-Efectivamente, la vuelta a las aulas se me hizo
difícil; pero no por la vuelta en sí. Sino porque el sistema universitario
había sufrido una reforma de tal magnitud que no tenía nada que ver con el
anterior. El sistema Bolonia basado en trabajos y en una evaluación continua no
permite conciliar la vida laboral a la vez que estudiar. A lo que hay que
añadir la evolución tecnológica, la implantación de sistemas de intranet, etc…
Pero el sistema actual universitario tiene una ventaja y es que no te juegas el
curso en las dos horas que dura un examen final.
Además, la diferencia de edad con los seminaristas ha
sido dispar, pues en la actualidad la media de edad parece ser que es mayor.
Hay seminaristas de 18 años, pero también de 30 en adelante. Debo dar gracias a
Dios que la comunión ha reinado siempre en nuestro Seminario y cuando ha habido
un problema lo he hablado de frente para evitar que se enquiste y este método
ha funcionado siempre bien.
Curiosamente, la edad de los formadores era más
parecida a la mía que a la del resto de seminaristas y ello indudablemente me
ha dado la posibilidad de conectar bien con ellos y tener una relación personal
estrecha por afinidad generacional.
Aunque la verdadera dificultad estuvo en adaptarme al
ritmo de vida del Seminario; es un ritmo muy exigente para poder cumplir con su
función de ser casa de formación, de oración y discernimiento.
¿Cómo es su vida ahora? ¿qué le hace más feliz?
-Ahora mismo he terminado las últimas cuestiones de
orden académico: el Curso Pastoral en el Instituto Diocesano de Teología y
Pastoral y un postgtrado en materia de salud en la Universidad de Deusto. Un
curso exigente con muchas horas de clase presencial y por supuesto de trabajo
individual. Me hubiera gustado estar más horas dedicado a la pastoral, pero no
me ha resultado posible por el COVID y por la actividad académica. Ahora con el
cambio de curso da inicio esta nueva vida o si se prefiere he ido entrando de
manera gradual y la plena incorporación será con el cambio de curso, si bien la
gracia sacramental está ahí siempre presente.
Tengo que agradecer explícitamente a las personas con
la que he hecho equipo en la actividad pastoral, pues han sido siempre
respetuosas y consideradas sabedoras de las responsabilidades que tenía
asignadas en el orden académico y por las facilidades para que se produzca mi
gradual incorporación en la actividad ministerial.
Lo que me hace feliz es estar con la gente. Un
ejemplo, hace unos días venía de estar todo el día en el hospital, estaba
cansado y había sido un día de calor; al salir del aparcamiento me senté en un
banco a la sombra dejando la bolsa con todos los arreos en un lado. No pasaron
cinco minutos y dos señoras de edad se acercaron y me saludaron. Estuvimos
hablando un buen rato, pero se me pasó enseguida. Caí en la cuenta de que eran
dos mujeres que viven solas y que necesitaban hablar. Pues nada, a servir. Allí
estuve con ellas y feliz por verlas felices.
María José Atienza
Fuente: Revista Omnes