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Son las famosas bienaventuranzas que
proclaman la felicidad a la manera de Jesús. Una felicidad plena, sin fin, que
no excluye situaciones de sufrimiento y de privación.
El papa Francisco nos anima a leer para ir contra la
corriente de los ídolos de este mundo que dan una “falsa impresión” de
felicidad.
Hay también muchas pistas para la reflexión sobre
nuestro estilo de vida, pero también indicaciones para el discernimiento.
Entender que nuestra felicidad no depende de las circunstancias sino de Dios se
va convirtiendo así, progresivamente, en una evidencia.
El camino de
los sabios
Fundados en la humildad, la bondad, la
compasión, la lealtad y la justicia, estos versículos son la prueba de que
Dios solo quiere nuestra felicidad. Pero una felicidad sólida y no un capricho
o una fantasía:
“El que está atento a la palabra encontrará la dicha,
y ¡feliz el que confía en el Señor!” (Prov 16,20)
“Felices los que van por un camino intachable, los que
siguen la ley del Señor. Felices los que cumplen sus prescripciones y lo buscan
de todo corazón” (Sal 119,1-2)
“¡Feliz el hombre que encontró la sabiduría y el que
obtiene la inteligencia!” (Prov 3,13)
“Feliz el hombre que no sigue el consejo de los
malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la
reunión de los impíos” (Sal 1,1)
“Acude a los sabios, y te harás sabio, pero el que
frecuenta a los necios se echa a perder. El mal persigue a los pecadores, y el
bien recompensa a los justos” (Prov 13,20-21)
“Sí al amor y
no al egoísmo”
Otros textos
bíblicos
En su Carta a los gálatas, el apóstol Pablo
anuncia las cualidades que el cristiano debe tener para desarrollar esta
felicidad —“amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza,
mansedumbre y temperancia”—.
Juan, en su Evangelio, habla de los medios para
conservarla, diciendo “sí al amor y no al egoísmo, digamos sí a la vida y no a
la muerte, digamos sí a la libertad y no a la esclavitud de tantos ídolos”,
como exhorta a menudo el papa Francisco,
recordando la regla de oro que Dios ha inscrito en la naturaleza humana.
“Que cada uno examine su propia conducta, y así podrá
encontrar en sí mismo y no en los demás, un motivo de satisfacción” (Gal 6,4)
“Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor.
Como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he
dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Jn 15,10-11)
“Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir,
alégrense”, exhorta también san Pablo en su Carta a los filipenses.
Recolectar
pequeñas alegrías
Por un lado, tenemos un mal que combatir, por otro, un
bien que conquistar y engrandecer recolectando las “pequeñas alegrías” de cada
día, que están ahí pero que no siempre vemos y que hacen decir a Jesús en el
Evangelio de Lucas: “¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!” (Lc 10,23).
Son dones de Dios para vivir con Él: ver la belleza en
lo que nos rodea y en el corazón de las personas, empezando por el propio, para
compartir, para ser felices, para ayudar, para dar lo mejor de nosotros: “De
todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se
debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor
Jesús: ‘La felicidad está más en dar que en recibir’” (Hch 20,35).
Sin embargo, “el que ama la vida y desea gozar de días
felices, guarde su lengua del mal y sus labios de palabras mentirosas”,
advierte la Primera carta de san Pedro (3,10).
El rey David da testimonio de esta felicidad vivida
como algo muy sencillo que le acompaña en los días buenos y malos. Una alegría
más fuerte que las lágrimas, que el odio y el desprecio sufridos, que le hace
decir, en el más famoso de los salmos: “Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo
largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo” (Sal 23).
Meditar con una
sonrisa
Y como en la vida personal de todo cristiano el humor
tiene un hueco, Joseph Folliet (1903-1972) –sacerdote, sociólogo, escritor
francés y cofundador de los Compañeros de San Francisco– pensó en
utilizar el humor para construir las “Pequeñas Bienaventuranzas”
siguiendo el modelo de las del Evangelio, que se acercan más a nuestro tiempo.
La primera es probablemente la más conocida, pero las
otras también son dignas de reconocimiento:
Bienaventurados los que se saben reír de sí mismos:
siempre tendrán motivo de diversión.
Bienaventurados los que saben distinguir una montaña
de una topera: se ahorrarán muchos quebraderos de cabeza.
Bienaventurados los que son capaces de descansar y
dormir sin justificarse: serán sabios.
Bienaventurados los que miran dónde ponen el pie:
evitarán muchos disgustos.
Bienaventurados los que saben callar y escuchar:
¡Aprenderán cosas nuevas!
Bienaventurados los que son lo bastante inteligentes
como para no tomarse en serio: su entorno los apreciará.
Bienaventurados los que están atentos a la llamada de
los demás sin creerse indispensables: serán sembradores de alegría.
Bienaventurados vosotros si sabéis mirar con seriedad
las cosas pequeñas y con tranquilidad las cosas serias: llegaréis lejos en la
vida.
Bienaventurados si sabéis admirar una sonrisa y
olvidar una mueca: vuestra vida será luminosa.
Bienaventurados si podéis interpretar siempre con
benevolencia las actitudes de los demás, aunque las apariencias sean
contrarias: os tomarán por ingenuos, pero ese es el precio de la caridad.
Bienaventurados los que piensan antes de actuar y oran
antes de pensar: evitarán hacer muchas tonterías.
Bienaventurados si sabéis callar y sonreír aunque os quiten
la palabra, cuando os contradigan u os pisoteen: el Evangelio empieza a
penetrar en vuestro corazón.
Bienaventurados sobre todo vosotros que sabéis
reconocer al Señor en todos los que encontráis: habéis encontrado la verdadera
luz, habéis encontrado la verdadera sabiduría.
Preparar el
corazón
¿Listos para recibir la felicidad? Los versículos
bíblicos son una herramienta hermosa para expresar la confianza en Dios. Aquí
hay un último fragmento de la Biblia para rezar en la mañana como promesa y
alabanza del día:
“Mi corazón está firme. Dios mío, mi corazón está
firme. Voy a cantar al son de instrumentos: ¡despierta, alma mía! ¡Despierten,
arpa y cítara, para que yo despierte a la aurora! Te alabaré en medio de los
pueblos, Señor, te cantaré entre las naciones, porque tu misericordia se eleva
hasta el cielo, y tu fidelidad hasta las nubes. ¡Levántate, Dios, por encima
del cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra!” (Sal 57,8-12).
Isabelle Cousturié
Fuente: Aleteia