"¡Sean la savia de la esperanza que el país espera!"

Ingreso del Papa a la plaza frente al Patriarcado de Antioquía de los Maronitas, Bkerké
En su encuentro con jóvenes
libaneses reunidos en la plaza frente al Patriarcado Maronita de Antioquía,
León XIV los invita a buscar relaciones con raíces sólidas, como los cedros que
simbolizan el país, en un mundo que parece poner plazos incluso al amor. Tras
escuchar sus testimonios y responder a sus preguntas, les hace una
"promesa" de un futuro sin conflictos, un "amanecer
brillante" capaz de iluminar la "noche oscura" del mundo.
En un mundo que lucha por reconocerse
en el espejo por lo "desfigurado" que está, donde nada parece echar
raíces, poniendo plazos incluso al amor, los jóvenes conservan un don tan fugaz
como poderoso: el tiempo. Hay "un tiempo para todo", nos recuerda el
Libro de Qohelet, y en la juventud se abren espacios para soñar, organizar y
crear una paz que el paso del tiempo no pueda arrebatar. Que arraigue, sí,
porque sus raíces son tan profundas como sus ramas. Como un cedro del Líbano.
Es este paralelismo —un árbol milenario que inspira a las nuevas generaciones
reunidas, como en una JMJ en miniatura, en las alturas de Bkerké con vistas a
la bahía de Jounieh— el que sirve de telón de fondo a las palabras del Papa
León XIV. Desde el escenario instalado en la plaza frente al Patriarcado
Maronita de Antioquía, el Pontífice se dirige a los jóvenes, envueltos en las
banderas de su patria mientras ondean las blancas y amarillas de la Ciudad del
Vaticano: los escucha, responde a sus preguntas y, junto con ellos, les hace
una "promesa de paz", que se asemeja al "resplandor del
amanecer" que se vislumbra en la "noche oscura" que vive la
humanidad.
"¡Ustedes
tienen tiempo!"
¡Assalamu lakum!
“¡La paz esté con ustedes!” El
Papa saluda en árabe a los jóvenes presentes, provenientes no solo del Líbano,
sino también de Siria e Irak. Durante el encuentro, algunos compartieron sus
historias, hablando de “valentía en el sufrimiento”, “esperanza en la
decepción” y “paz interior” en tiempos de guerra. Son experiencias con las que
todos pueden identificarse, pero en el caso del Líbano, cuentan la historia de
un país afligido por profundas heridas, “que luchan por sanar”, porque
trascienden las fronteras nacionales y se entrelazan con complejas dinámicas
sociales y políticas.
“Queridos jóvenes, quizá lamenten
haber heredado un mundo desgarrado por guerras y desfigurado por injusticias
sociales. Y, sin embargo, en ustedes reside una esperanza, un don, que a
nosotros adultos parece escapársenos. Ustedes tienen tiempo. Tienen más tiempo
para soñar, organizar y realizar el bien. ¡Ustedes son el presente y en sus
manos ya se está construyendo el futuro! Y tienen el entusiasmo para cambiar el
curso de la historia. La verdadera resistencia al mal no es el mal, sino el
amor, capaz de curar las propias heridas mientras sana las de los demás”.
"¡Sean la
savia de la esperanza que el país espera!"
El Líbano se asocia a menudo con
sus cedros, símbolos de unidad y fecundidad. El Papa recuerda su forma
singular:
“Sabemos bien que la fuerza del
cedro está en las raíces, que normalmente tienen la misma extensión que las
ramas. El número y la fuerza de las ramas corresponde al número y la fuerza de
las raíces”.
Un detalle que evoca el
"bien" presente en la sociedad libanesa, fruto del humilde compromiso
de numerosos pacificadores: "buenas raíces" que aspiran no a que
crezca solo una rama, sino el cedro "en toda su belleza".
“Recurran a las raíces buenas del
compromiso de quienes sirven a la sociedad y no se sirven de ella para interés
propio. Con un compromiso generoso por la justicia, proyecten juntos un futuro
de paz y desarrollo. ¡Sean la savia de esperanza que el país espera!
La paz no es
auténtica si es solo fruto de intereses partidistas
León XIV continúa respondiendo a
la primera pregunta de los jóvenes: cómo mantenerse firmes en la esperanza en
el contexto de un país carente de estabilidad social y económica, asfixiado por
el miedo a un conflicto que podría estallar en cualquier momento.
“Queridos amigos, ese punto firme
no puede ser una idea, un contrato o un principio moral. El verdadero principio
de vida nueva es la esperanza que viene de lo alto: ¡es Cristo! Él murió y
resucitó para la salvación de todos. Él, el que vive, es el fundamento de
nuestra confianza; Él es el testigo de la misericordia que redime al mundo de
todo mal”.
El mal de la guerra se erradica
mediante una reconciliación que no surge de intereses partidistas, sino del
principio de no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros
mismos. León XIV se hace eco de las palabras de san Juan Pablo II: «No hay paz
sin justicia, no hay justicia sin perdón», reiterando que la reconciliación es
la base de la ausencia de conflicto.
No se ama
verdaderamente si se ama por un tiempo limitado
La segunda pregunta se refiere a
las relaciones, que evolucionan cada vez más rápidamente: «del encuentro a la
separación, del compromiso al abandono». Para cultivar relaciones sinceras y
auténticas, el Papa advierte contra el individualismo. Las relaciones, observa,
parecen cada vez más efímeras y se «consumen» como objetos. La confianza en los
demás a menudo se sustituye por la búsqueda del propio beneficio, vaciando los
conceptos de amistad y afecto, a veces confundidos con «una sensación de
satisfacción egoísta».
“Si en el centro de una relación
de amistad o de amor está nuestro yo, esa relación no puede ser fecunda. Del
mismo modo, no se ama de verdad si se ama con fecha de caducidad, mientras dura
un sentimiento. Un amor con vencimiento es un amor mediocre. Al contrario, la
amistad es verdadera cuando dice “tú” antes que “yo”. Esta mirada respetuosa y
acogedora hacia el otro nos permite construir un “nosotros” más grande, abierto
a toda la sociedad, a toda la humanidad”.
El amor auténtico y duradero
refleja el esplendor de Dios, «que es amor», y se funda en la confianza mutua y
en el «para siempre» que acompaña la vocación de la familia y la vida
consagrada.
«¡Construyan un
mundo mejor que el que encontraron!»
El amor y la caridad, afirma el
Papa, dan testimonio de la «presencia de Dios en el mundo». Lo hacen hablando
un lenguaje universal, dirigido a los corazones, no a través de ideales
abstractos, sino a través de las historias de Jesús y los santos. El Papa
invita a estos últimos, especialmente a los más jóvenes, a mirar, a trazar
nuevos caminos sin desanimarse por las injusticias ni los «contratestimonios».
“Con la fuerza que reciben de
Cristo, ¡construyan un mundo que sea mejor que el que han encontrado! Ustedes,
jóvenes, son más directos en tejer relaciones con los demás, incluso diferentes
por su entorno cultural o religioso. La verdadera renovación, que un corazón
joven desea, comienza con gestos cotidianos: recibiendo al que está cerca y al
que viene de lejos, tendiendo la mano al amigo y al refugiado, a través del
difícil pero necesario perdón al enemigo”.
León XIV recuerda figuras como
los santos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, canonizados en el presente Año
Jubilar, así como a los libaneses: Santa Rafqua, con su resistencia al dolor, y
el beato Yakub El-Haddad, cercano a los más necesitados.
"Tengan tiempo
para cerrar los ojos"
Destaca el ejemplo brillante, aún
más resplandeciente en la "luz tenue en la que eligió refugiarse", de
San Charbel, considerado el santo patrón del país. Su representación con los
ojos cerrados, "como para contener un misterio infinitamente mayor",
inspiró un himno que León XIV cita:
“Oh, tú que duermes y tus ojos
son luz para los nuestros, sobre tus párpados ha florecido un grano de
incienso”.
En un mundo dominado por
"distracciones y vanidad", el Papa invita a los jóvenes a reservar
tiempo para "cerrar los ojos" y contemplar a Dios, que "a veces
parece silencioso o ausente", pero se revela a quienes lo buscan en
silencio. Siguiendo el ejemplo de San Charbel y haciéndose eco de la invitación
de Benedicto XVI a los cristianos de Oriente, León XIV nos anima a «cultivar
continuamente la verdadera amistad con Jesús a través de la oración».
“La esperanza es
una virtud pobre”
De la mirada de san Charbel, el
discurso se traslada a la de María, cuyo rosario tantos jóvenes llevan siempre
consigo, “en el bolsillo, en la muñeca o alrededor del cuello”. Y llega hasta
san Francisco, a su oración “sencilla y hermosa” que el Papa ofrece a las
nuevas generaciones:
“Oh, Señor, hazme un instrumento
de tu paz. Donde haya odio, que lleve yo el amor. Donde haya ofensa, que lleve
yo el perdón. Donde haya discordia, que lleve yo la unión. Donde haya duda, que
lleve yo la fe. Donde haya error, que lleve yo la verdad. Donde haya
desesperación, que lleve yo la alegría. Donde haya tinieblas, que lleve yo la
luz”.
Una invitación al entusiasmo en
su sentido cristiano, es decir, a “tener a Dios en el alma”, y también a la
esperanza: una virtud “pobre” porque se presenta con las manos vacías, pero
libre “para abrir las puertas que parecen cerradas por el cansancio, el dolor y
la decepción”.
"Crezcan con
vigor"
León XIV concluyó su discurso
asegurando a los jóvenes la presencia constante de Dios y su apoyo ante los
desafíos de la vida y la historia.
“Jóvenes libaneses, ¡crezcan
vigorosos como los cedros y hagan florecer al mundo con esperanza!”.
Saludo del
Patriarca
El Patriarca cardenal Béchara
Boutros Raï recibió al Papa en Bkerké, sede del Patriarcado Maronita de
Antioquía desde 1830. La Iglesia Maronita, llamada así por su fundador, el
asceta San Marón, siempre ha estado en plena comunión con la Sede Apostólica.
Este vínculo se renovó en el abrazo entre ambos, seguido de un breve paseo en
carrito de golf de León XIV entre los jóvenes presentes.
El Pontífice y el Patriarca se
dirigieron entonces al escenario instalado en la plaza frente al Patriarcado,
donde el encuentro comenzó con la oración inicial, seguida del saludo de
bienvenida del cardenal: "Bienaventurados los que trabajan por la
paz". Esta expresión evangélica resuena en una tierra, el Líbano, donde
Oriente y Occidente se entrelazan en un diálogo de culturas, credos y
civilizaciones. El país los acoge a todos, y por lo tanto acoge al Papa: a
través de la ternura de sus heridas, en lugar del esplendor de sus palacios,
ofreciendo como regalo que las lágrimas se conviertan en perlas de esperanza y
sus montañas se transformen en altares de súplica, especialmente dirigidos por
los jóvenes, para que el pluralismo se convierta en fuente de riqueza.
Voluntarios en
medio de la devastación de Beirut
Tras la lectura del Evangelio y
una presentación en 5D, dos voluntarios suben al escenario para compartir su
testimonio tras la explosión en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, que
causó 218 muertos y más de 7.000 heridos. Anthony y María relatan una
destrucción que golpeó no solo las piedras, sino también los corazones. Sin
embargo, entre los escombros, muchos jóvenes ofrecieron ayuda sin preguntar
sobre la identidad ni el origen de quienes recibían ayuda: "Éramos
simplemente seres humanos ayudando a otros seres humanos".
Quienes eligieron
quedarse
"Ve, emigra, sálvate".
Estas fueron las palabras que resonaron en Élie, un joven libanés. En un país
donde no hay un solo día en el que se sepa qué traerá el mañana, las
perspectivas son limitadas. El colapso económico había destruido sus ahorros y
los sueños que había forjado sobre ellos. A pesar de la posibilidad de mudarse
a Francia, Élie decidió quedarse: "Las dificultades no son motivo para
huir, sino una invitación a reflexionar más, a amar más y a actuar para cambiar
algo", aunque a cambio se viera obligado a renunciar a parte de su propio
bienestar. "¿Cómo podría irme mientras mi país sufre? ¿Cómo podría irme
mientras veo que Dios sigue actuando en esta tierra?", se preguntó. Encontró
la respuesta en la confianza: el Líbano no puede sobrevivir "sin una
juventud que crea en él". Y por eso él, como tantos otros, decidió
quedarse: "Porque, a pesar de todo, el Líbano todavía merece ser
soñado".
Dos amigas y una
familia acogedora
Tras una canción, le toca el
turno a Joelle, también libanesa. Su historia comienza en el verano de 2024,
cuando pasa dos meses en Francia con la comunidad de Taizé. Allí conoce a Asil,
un joven compatriota musulmán con quien mantiene el contacto incluso después de
regresar a casa. Cuando la guerra se intensifica, suena el teléfono de Joelle
una mañana: es Asil, quien mientras tanto se ha quedado en Francia, pero teme
por su familia. «Los bombardeos son violentos... no saben adónde ir». Sin
dudarlo, Joelle responde: «Que vengan a mi casa». Su madre, al salir a comprar
una cama supletoria, se cruza accidentalmente con la familia de Asil, «como si
Dios mismo hubiera guiado sus pasos». A partir de ese momento, las distancias
desaparecen: las diferencias religiosas dejan de ser un obstáculo. «Comprendí
una verdad esencial: Dios no solo habita en iglesias o mezquitas. Dios se
manifiesta cuando corazones diferentes se encuentran y se aman como hermanos»,
dice Joelle. Roukaya, la madre de Asil, sube al escenario con ella y relata las
risas y las lágrimas compartidas como una sola familia. «Comprendí que la
religión no se habla: se vive, en un amor que trasciende todas las fronteras».
La promesa de paz y
acción
Las preguntas de los jóvenes dan
inicio al discurso del Papa, seguido del ritual de la «promesa de paz y
acción». León XIV comienza:
“Queridos jóvenes del Líbano,
vengo a ustedes con la paz de Cristo y he encontrado en ustedes corazones
ardientes de fe. ¿Están listos para ser artífices de paz en un mundo que
sufre?”.
Los jóvenes responden:
“Oh Señor, prometemos ser jóvenes
artífices de paz, portadores de reconciliación en nuestros corazones, sembrando
esperanza en nuestro país, viviendo como hijos de la luz y dando testimonio de
tu amor en todas partes. Ayúdanos a ser fermento de unidad, voz de justicia y
artífices de paz, en la Iglesia y en la nación. Amén”.
El intercambio del signo de la
paz sella el encuentro, que concluye con una oración de acción de gracias, una
bendición y un regalo de los jóvenes al Pontífice.
Edoardo Giribaldi
Ciudad del Vaticano
Fuente: Vatican News