Abrazar el asombro... puede que no exista una receta milagrosa, pero hay formas que todo el mundo puede seguir en su vida diaria para volver a ponerse en contacto con esta actitud tan esencial
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"El mundo nunca morirá por falta de asombro, sino solo
por falta de asombro", escribió con fuerza G. K. Chesterton. Hoy,
atrapado en nuestra agitada vida cotidiana, el hombre moderno parece tener
otras cosas que hacer antes que dirigir su mirada hacia el Cielo. Saber
maravillarse significa estar presente a la presencia amorosa de Dios en todo lo
que hacemos y aquí hay unas maneras que pueden ayudar.
Se trata de añadir algo más a nuestra vida cotidiana.
Entonces, ¿cómo podemos atrevernos a volver a Dios? ¿Cómo podemos negarnos a
que este aplanamiento, este desencanto del mundo tenga la última palabra? Aquí
tienes tres técnicas que te ayudarán a conseguirlo.
1. ESTAR ATENTO
Experimentar el asombro requiere sobre todo una postura
particular, la de estar al acecho. Este arte de estar al acecho exige un
mantenimiento y un ajuste frecuentes de nuestro ser. Se trata de establecer una
cultura del alma, o más bien una agricultura del alma. Esto no es otra cosa que
un camino hacia la retracción, hacia la introspección.
Tenemos que volver a aprender a emprender un viaje interior.
Emprender este viaje interior significa simplemente cultivar el sentido de la
disponibilidad, ahondar en lo más íntimo de nuestro ser y desarrollar una
cierta sensibilidad a los signos.
"Dios se manifiesta a menudo con signos sutiles que
solo el corazón humilde y atento puede percibir", decía santa Teresa de
Ávila. Todo ser humano encuentra alegría en creer en estos signos, siempre que
los decrete. Reconocer los símbolos, ver lo que el Cielo produce, es contribuir
-muy modestamente- al resplandor del mundo. Es creer en la poesía, en el amor,
en el color.
Estar atentos, pues, es volver la mirada hacia el Cielo,
recoger lo que "cae del bolsillo de Dios", aprender a recoger el
polvo de lo sagrado. Significa redescubrir la sensibilidad del ojo infantil.
Para recuperar el sentido del asombro, nada más sencillo que pedir al Señor que
nos devuelva el comportamiento de un niño que se maravilla de la nada porque ve
en ella un todo.
2. HACER UN ESFUERZO FÍSICO
Si el asombro puede recuperarse mediante un proceso
interior, también puede recuperarse mediante un proceso más externo: el
esfuerzo físico. De hecho, el esfuerzo físico nos permite a cada uno de
nosotros ver la realidad que nos rodea con mayor claridad, maravillarnos ante
ella y entrar así en una oración activa y física. En una caminata por la
montaña, por ejemplo, tenemos que concentrar todas nuestras fuerzas para
avanzar.
El esfuerzo físico nos permite despojarnos poco a poco de lo
superfluo, de todas esas cosas que nos asfixian y nos alejan de lo esencial.
Cuando nos esforzamos, nos alejamos de nosotros mismos para dejar sitio al
mundo. Al aprender a guardar silencio, deja que la Creación tenga la palabra.
De este modo, la actividad física nos enseña a abrazar el mundo creado, para
maravillarnos mejor ante él.
3. COMBATIR LA BATALLA
Despertar, volver a centrarse y contemplar la creación son
caminos suaves que no sustituyen al camino más arduo del combate. El arma en
esta lucha por redescubrir el asombro es la esperanza. Porque
los que han perdido el sentido de la maravilla son a menudo los que han
cambiado la esperanza por la desolación.
La esperanza, lejos de ser una negación de la desolación, es
una invitación a superarla. Redescubrir el camino que conduce al asombro
significa limpiarlo de todo remordimiento, de agravios no reconocidos, de
sufrimientos mantenidos ocultos.
Atreverse a tomar coraje con las dos manos y hablar con un
consejero espiritual para confiarle sus dificultades, retomar el camino a veces
doloroso del confesionario, resolver una disputa con un ser querido… Todos
estos gestos son formas de aligerar la carga para poder empezar de nuevo.
Matar estos demonios interiores purifica el alma y la
prepara para acoger el asombro. Como todo, el asombro sólo tiene lugar si le
damos espacio. Este espacio, como todos los espacios, hay que conquistarlo.
Magdeleine
Richard
Fuente: Aleteia