La gratuidad es imitar el modo de Jesús de entregarse por nosotros
Representantes de las organizaciones de ayuda a la Iglesia
en América Latina (Foto de archivo, junio de 2023)
Este 5 de marzo, se dio a conocer el mensaje
que el Santo Padre ha enviado a los participantes en el Encuentro con
Instituciones y Organismos de ayuda a la Iglesia de América Latina y El Caribe,
reunidos en Bogotá (Colombia) del 4 al 8 de marzo de 2024. El Papa: “El amor no
tiene agenda, no colonializa, sino que se encarna, se hace uno con nosotros,
mestizo, para hacer nuevas todas las cosas”.
“La gratuidad es imitar la manera
que tiene Jesús de entregarse por nosotros, su Pueblo, siempre y totalmente, a
pesar de nuestra pobreza. Y ¿por qué? Por amor”, lo escribe el Papa Francisco
en su Mensaje a los participantes en el Encuentro con Instituciones y
Organismos de ayuda a la Iglesia de América Latina y El Caribe, reunidos en
Bogotá, Colombia, del 4 al 8 de marzo de 2024, con el objetivo de fortalecer la
cooperación solidaria y sinodal entre los participantes en los procesos de
cooperación internacional con América Latina.
Los resultados
son contrarios a la gratuidad
En su mensaje – dirigido al
cardenal Robert Prevost, Presidente de la Pontificia Comisión para América
Latina (CAL) – el Santo Padre plantea su reflexión a partir de dos dinámicas
que aparentemente están en contraposición, es decir, el de los resultados que
parecería ser contraria a la gratuidad.
“Cuando hacemos un esfuerzo, como
en el caso de las ayudas que se destinan a la Iglesia en América Latina, es
natural que pretendamos un resultado. No obtenerlo podría estimarse un fracaso
o al menos nos deja la sensación de haber trabajado en vano. Pero una tal
percepción parecería ser contraria a la gratuidad, que evangélicamente se
define como dar sin esperar nada a cambio (cf. Lc 6,35)”.
No somos más
que administradores de los bienes recibidos
Para poder conciliar ambas
dinámicas, el Papa Francisco propone “dar un paso atrás”, poniendo el foco en
lo que nos pide Jesús y nos dice el Evangelio, intentando preguntarnos, como
haría un periodista: ¿Quién da? ¿Qué da? ¿Dónde da? ¿Cómo da? ¿Cuándo da? ¿Por
qué da? ¿Para qué da?
“En respuesta a la primera pregunta
— ¿quién da? — la Escritura nos aclara que lo que damos no es más que lo que
hemos recibido gratis (cf. Mt 10,8). Dios es el que da y no somos más que
administradores de unos bienes recibidos, por ello no debemos gloriarnos
(cf. 1 Co 7,4), ni exigir más compensación que la del propio salario
(cf. 1 Tm 5,18), asumiendo con humildad la responsabilidad que este
don nos reclama (cf. Mt 25,14-30)”.
Dios nos lo ha
dado todo
Al responder a la segunda pregunta
— ¿qué nos da el Señor? —, el Santo Padre recuerda que la respuesta es simple:
nos lo ha dado todo. Nos ha dado la vida, la creación, la inteligencia y la
voluntad para ser dueños de nuestro destino, la capacidad de relacionarnos con
Él y con los hermanos. Más aún, se nos ha dado Él mismo infinitas veces, sobre
todo, en la entrega de Cristo en la cruz, en su presencia en el sacramento de
la Eucaristía, en el don del Espíritu Santo.
“De ese modo, todo lo que tenemos o
es Dios, o es prueba y prenda de su amor. Si perdemos esa conciencia en el dar
y también en el recibir, pervertimos su esencia y la nuestra. De
administradores solícitos de Dios (cf. Lc 12,42), pasamos a ser esclavos del
dinero (cf. Mt 6,24) y, subyugados por el miedo a no tener (v. 25), damos el
corazón al tesoro de la falsa seguridad económica, de la eficiencia
administrativa, del control, de una vida sin sobresaltos (v. 20)”.
Dios se da en
medio de su Pueblo
Un punto de inflexión en nuestra
reflexión, indica el Papa Francisco es ver dónde se da el Señor, pues nos abre
la puerta a un camino concreto. Desde la creación, el Señor se nos ha ido
dando, tomando nuestro barro en sus manos, nuestro pecado, nuestra inconstancia,
manteniéndose fiel a pesar de las reiteradas infidelidades de Israel, de los
discípulos, de los apóstoles, con su encarnación, su cruz, sus sacramentos.
“Dios se da, en una palabra, en
medio de su Pueblo. Nuestro dar no puede no tomar en consideración esta verdad
ineluctable, que sabemos cierta incluso en nuestra propia historia personal y
comunitaria. No rehuyamos por tanto a quien anda a ciegas, a quien queda caído
al borde del camino, a quien está cubierto de lepra o de miseria, más bien
pidamos al Señor ser capaces de ver lo que les impide enfrentar sus propias
dificultades (cf. Lc 7,5)”.
El Señor se da
siempre y totalmente a su pueblo
Y a las preguntas: ¿cómo y cuándo
se da el Señor a su Pueblo? El Obispo de Roma señala que es muy simple: siempre
y totalmente. Dios no pone límites, mil veces pecamos, mil veces nos perdona.
Espera en la soledad silenciosa del Sagrario que volvamos a Él, mendigo de
nuestro amor.
“En la santa Comunión no recibimos
un pedacito de Jesús, sino todo Él en cuerpo y sangre, alma y divinidad. Eso
hace Dios, hasta hacerse pobre por nosotros, para enriquecernos por medio de su
pobreza (cf. 2 Co 8,9)”.
La gratuidad
es imitar el modo de Jesús de entregarse por nosotros
Podemos concluir, escribe el Papa
Francisco subrayando que la gratuidad es imitar la manera que tiene Jesús de
entregarse por nosotros, su Pueblo, siempre y totalmente, a pesar de nuestra
pobreza. Y ¿por qué? Por amor.
“Porque, como diría Pascal, el amor
tiene razones que la razón no entiende, «es paciente, es servicial; no es
envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su
propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra
de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7). El amor no tiene
agenda, no colonializa, sino que se encarna, se hace uno con nosotros, mestizo,
para hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5)”.
Abrazar la
cruz no es signo de fracaso
Por eso, el Santo Padre escribe que
el esfuerzo no es inútil, porque hay un fin. Dándonos así, imitamos a Jesús que
se entregó para salvarnos a todos. Abrazar la cruz no es signo de fracaso, no
es un trabajo en balde, es unirnos a la misión de Jesús de llevar «la Buena
Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los
ciegos, a dar la libertad a los oprimidos».
“Es tocar concretamente la herida
de ese hermano, de esa comunidad, que tiene nombre, que tiene un valor infinito
para Dios, para darle luz, fortalecer sus piernas, limpiar su miseria,
brindándole la oportunidad de responder al proyecto de amor que el Señor tiene
para ellos, pidiendo de rodillas que, al llegar allí, Jesús encuentre fe en esa
tierra (cf. Lc 18,8)”.
Antes de
despedirse, el Pontífice encomendó los trabajos de este Encuentro a la
Santísima Virgen, para que ella los guíe como a los servidores de las bodas de
Caná, para que a todos llegue el vino nuevo que el Señor nos promete.
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