RESUCITAREMOS CON NUESTROS PROPIOS CUERPOS
II. Cualidades y dotes de los cuerpos gloriosos.
III. Unidad entre el cuerpo y el alma.
“En aquel tiempo, se le
acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan que haya resurrección, y le
preguntaban: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de
alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar
descendencia a su hermano.
Eran siete hermanos: el
primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la
tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los
siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la
resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete
la tuvieron por mujer».
Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error»” (Mc 12,18-27).
I. La resurrección de los
muertos estaba ya asentada desde en Antiguo Testamento (Isaías 26, 19; 2
Macabeos 7, 23; Job 19, 25-26). “La Iglesia cree en la resurrección de los
muertos y entiende que la resurrección se refiere a todo el hombre”
(CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta sobre algunas cuestiones
referentes a la escatología): también a su cuerpo.
El
Magisterio ha repetido en numerosas ocasiones que se trata de una resurrección
del mismo cuerpo, el que tuvimos durante nuestro paso por la tierra, en esta
carne “en que vivimos, subsistimos y nos movemos” (CONCILIO XI DE TOLEDO). Por
eso, “las dos fórmulas resurrección de los muertos y resurrección de la carne
son complementarias de la misma tradición primitiva de la Iglesia”, y deben
seguirse usando los dos modos de expresarse (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE
LA FE, Declaración acerca de la traducción del artículo “carnis resurrectionem”
del Símbolo Apostólico).
La
liturgia recoge esta verdad consoladora en numerosas ocasiones: Dios nos espera
para siempre en su gloria. ¡Qué tristeza tan grande para quienes todo lo han
cifrado en este mundo! ¡Qué alegría saber que seremos nosotros mismos, alma y
cuerpo, quienes, con la ayuda de la gracia, viviremos eternamente con
Jesucristo, con los ángeles y los santos, alabando a la Trinidad Beatísima!
II. Toda alma, después de
la muerte, espera la resurrección del propio cuerpo, con el que, por toda la
eternidad, estará en el Cielo, cerca de Dios, o en el infierno, lejos de Él.
Nuestros cuerpos en el Cielo tendrán diferentes características, pero seguirán
siendo cuerpos y ocuparán u n lugar, como ahora el Cuerpo glorioso de Cristo y
el de la Virgen. La fe y la esperanza en la glorificación de nuestro cuerpo nos
harán valorarlo debidamente.
Sin
embargo, qué lejos está de esta justa valoración el culto que hoy vemos
tributar tantas veces al cuerpo. Ciertamente tenemos el deber de cuidarlo, pero
sin olvidar que ha de resucitar en el último día, y que lo importante es que
resucite para ir al Cielo, no al infierno. Más allá nos espera el Señor con la
mano extendida y el gesto acogedor.
III. Es conforme con la
misericordia y justicia divinas que el alma vuelva a unirse al cuerpo, para que
ambos, el hombre completo, participe del premio o castigo merecido en su paso
por la vida en la tierra; aunque es de fe que el alma inmediatamente después de
la muerte recibe el premio o el castigo, sin esperar el momento de la
resurrección del cuerpo.
Mucho
nos ayudará a vivir con la dignidad y el porte de un discípulo de Cristo
considerar frecuentemente que este cuerpo nuestro, templo ahora de la Santísima
Trinidad cuando vivimos en gracia, está destinado por Dios a ser glorificado.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org