LA VERDADERA PUREZA
II. Santa pureza en medio del mundo.
III. Pedir y poner empeño en que nunca quede manchado el corazón. Amor a la
Confesión frecuente.
“En aquel tiempo, se
acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron
que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las
manos.
(Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las
manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver
de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones,
de lavar vasos, jarras y ollas.) Según eso, los fariseos y los escribas
preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no
siguen la tradición de los mayores?» Él les contestó: - «Bien profetizó Isaías
de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío,
porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces
llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que
entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que
hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los
malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias,
injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.
Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro»”(Marcos 7,
1-8.14-15. 21-23).
I. La verdadera pureza ha
de comenzar por el corazón porque de ahí provienen las acciones. Si el corazón
está manchado, el hombre entero queda manchado.
La
impureza no sólo se refiere al desorden de la sensualidad, aunque este desorden
–es decir, la lujuria- deje una huella profunda, sino también al deseo
inmoderado de bienes materiales, a la actitud que lleva a ver a los demás con
malos ojos, con torcida intención, a la envidia, al rencor, a la inclinación
egocéntrica de pensar en uno mismo con olvido de los demás, a la abulia
interior, causa de ensueños y fantasías que impiden la presencia de Dios y un
trabajo intenso.
La
verdadera pureza de corazón es la que nos permite ver a Dios en medio de
nuestra tarea. Él quiere reinar en nuestros afectos, acompañarnos en nuestra
actividad, darle un nuevo sentido a todo lo que hacemos.
II. La pureza del alma
–castidad y rectitud interior en los afectos y sentimientos- tiene que ser
plenamente amada y buscada con alegría y con empeño, apoyándonos siempre en la
gracia de Dios.
Esa
limpieza interior, condición de todo amor, se va logrando mediante una lucha
alegre y constante, prolongada a lo largo de la vida, que se mantiene vigilante
con el examen de conciencia diario para no pactar con actitudes y pensamientos
que nos alejan de Dios y de los demás; es también el fruto de un gran amor a la
Confesión frecuente bien hecha, donde lavamos el corazón y el Señor nos llena
de su gracia.
Es
nuestra tarea, con la ayuda de la gracia, mostrar, con una vida limpia y con la
palabra, que la castidad es virtud esencial para todos –hombres, mujeres,
jóvenes y adultos-, y que cada uno ha de vivirla de acuerdo con las exigencias
del estado al que le llamó el Señor.
III. Esta exigencia de amor
ha de llevarnos con fortaleza y el indispensable sentido común, a actuar con
sensatez, a evitar las ocasiones de peligro para la salud del alma y para la
integridad de la vida espiritual.
La
castidad ha sido desde siempre una gloria de la Iglesia y una de las
manifestaciones más claras de su santidad. Nosotros, cada uno en su estado,
pedimos hoy al Señor que nos conceda un corazón bueno y limpio, capaz de
comprender a todas las criaturas y de acercarlas a Dios. Y junto a la petición,
un deseo eficaz de luchar para que el corazón nunca quede manchado.
Nuestra
Madre, nos enseñará a ser fuertes si en algún momento fuera más costoso
mantener el corazón limpio y lleno de amor a su Hijo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org