«Una
característica fundamental del cristiano es el sentido de la espera palpitante
del encuentro final con Dios», destacó el Papa
En
la Santa Misa, en la Basílica de San Pedro, en sufragio por los cardenales y
obispos fallecidos durante el año, que sirvieron a la Iglesia y al Pueblo de
Dios el Papa Francisco reiteró, en su homilía, la esperanza alimentada en
la liturgia de la celebración de este día:
«La
celebración de hoy nos pone una vez más frente a la realidad de la muerte,
haciendo que también se reavive en nosotros el dolor por la separación de las
personas que han estado cerca de nosotros, y nos han ayudado; pero la liturgia
alimenta sobre todo nuestra esperanza por ellos y por nosotros mismos».
Con
la primera lectura del Deuteronomio que expresa una firme esperanza en la
resurrección de los justos: «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra
despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza e ignominia perpetua»
(Dn 12, 2), el Papa señaló que «la muerte hace definitiva la «encrucijada»
que ya está ante nosotros aquí, en este mundo: la senda de la vida, es decir, con
Dios, o la senda de la muerte, es decir, lejos de Él. Esos «muchos» que
resucitarán para la vida eterna son los «muchos» por los que Cristo ha
derramado su sangre. Son esa muchedumbre que, gracias a la bondad
misericordiosa de Dios, experimenta la realidad de la vida que no acaba, la
victoria completa sobre la muerte a través de la resurrección».
Haciendo
resonar las palabras del Evangelio, con las que Jesús fortalece nuestra
esperanza: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan
vivirá para siempre» (Jn 6,51) el Santo Padre recordó el sacrificio de Cristo
en la cruz, para salvar a los hombres que el Padre le había entregado y que
estaban muertos en la esclavitud del pecado:
«Jesús
se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su
amor rompió el yugo de la muerte y nos abrió las puertas de la vida. Con su
cuerpo y su sangre nos alimenta y nos une a su amor fiel, que lleva en sí la
esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento
y sobre la muerte. En virtud de este vínculo divino de la caridad de Cristo,
sabemos que la comunión con los muertos no es simplemente un deseo, una
imaginación, sino que se vuelve real.
La
fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no
de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la
promesa de la vida eterna enraizada en la unión con Cristo resucitado».
Esta
esperanza, que la Palabra de Dios reaviva en nosotros, nos ayuda a tener una
actitud de confianza frente a la muerte, destacó asimismo el Papa:
«En
efecto, Jesús nos ha mostrado que ésta no es la última palabra, sino que el
amor misericordioso del Padre nos transfigura y nos hace vivir en comunión
eterna con Él».
«Una
característica fundamental del cristiano es el sentido de la espera palpitante
del encuentro final con Dios», destacó el Papa con el Salmo responsorial: «Mi
alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de
Dios?» (42, 3).
«Son
palabras poéticas que expresan de manera conmovedora nuestra espera vigilante y
sedienta del amor, de la belleza, de la felicidad y de la sabiduría de Dios.
Estas
palabras del Salmo se habían quedado grabadas en el alma de nuestros
hermanos cardenales y obispos que hoy recordamos: nos han dejado después de
haber servido a la Iglesia y al pueblo que se les confió con la mirada puesta
en la eternidad. Por tanto, damos gracias por su servicio generoso al Evangelio
y a la Iglesia, al mismo tiempo que nos parece oírles repetir con el Apóstol:
«La esperanza no defrauda» (Rm 5, 5). Sí, no defrauda. Dios es fiel y nuestra
esperanza en Él no es inútil. Invoquemos para ellos la intercesión materna de
María Santísima, para que participen en el banquete eterno, que con fe y amor
gustaron ya durante su peregrinación terrena».
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