Fue el mensaje de San Pablo al Areópago: la resurrección de la carne está en el corazón de la fe cristiana, esto quiere decir que nuestro cuerpo nos acompañará al cielo
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Tonktiti | Shutterstock |
En las grandes
paradojas chirriantes de nuestro tiempo, el cuerpo está desgarrado. A veces la
tecnología afirma que la revolución de quién sabe qué metaverso está por venir
y en consecuencia se virtualizarían todas las relaciones humanas. Otras veces,
solo se trata de la dimensión material de la vida, pues las preocupaciones de
muchos -en el ámbito de la ecología- se limitan a proteger la vida como bios,
la naturaleza y las criaturas en pie de igualdad con el Hombre, al tiempo que
desprecian su espíritu, sospechoso de ser la causa de la destrucción.
La religión
cristiana es la del cuerpo
Sin embargo, la
religión cristiana es la religión del cuerpo. Toda teología auténticamente
cristiana es necesariamente una «teología del cuerpo«, porque habla de Aquel que se encarnó.
El hecho de que un Dios que ama al hombre comparta nuestra condición humana es
la demostración de la inmensidad del amor divino por la realidad corpórea que
es la nuestra.
En la
Encarnación, no es un Dios extraño a la carne el que viene a visitarla para ver
cómo es la vida a este lado de la corporeidad. Dios es el autor de la vida tal
como la vivimos, y la creó para que, a través de esta experiencia nuestra,
pudiéramos llegar a Él. Por eso, cuando Dios comparte nuestro modo de vida
temporal y frágil, no se aleja de lo que Él es.
La corporeidad
no es un accidente del ser, sino un rasgo esencial de nuestra vida. Somos un
cuerpo unido a un alma; uno nunca vivirá sin el otro. Somos cuerpo y alma para
la eternidad, el cuerpo no es una vulgar envoltura desechable, y el alma, la
dimensión angélica y soberbia de nuestro ser, no es la única digna de Dios.
Es en esta
unidad donde somos plenamente personas y donde somos imágenes de Dios, capaces
de Dios. La fe en Jesús nos impide elegir entre cuerpo y espíritu; cuando oímos
«cuerpo», nos referimos a la unidad total de una persona, y cuando oímos
«espíritu», nos referimos al motor de esa unidad, pero a ninguna otra entidad
separable.
Un cuerpo para
el Cielo
Nuestro cuerpo
no es el vehículo temporal de una parte de nuestra vida. Es el lugar de unidad
de nuestra persona y, en este sentido, es el lugar de la experiencia misma del
Cielo. Durante esta vida, nos permite experimentar sensaciones, emociones y
acontecimientos que nos vinculan entre nosotros y con Dios mismo. En el Cielo,
¡será lo mismo!
Si la Iglesia
se atreve a hablar de «resurrección de la carne», es porque nuestra fe nos
convence de que seremos las mismas personas en la vida bienaventurada, esto
significa que nuestro cuerpo nos acompañará allí. Aquí se acaban las
definiciones y las descripciones, solo la fe nos guía, los detalles se nos
escapan. Pero creemos que nada de lo que nuestro cuerpo experimente aquí será
olvidado en el Cielo.
Así que, ya que
vamos a vivir eternamente con un cuerpo, ¡es hora de que vivamos en paz con él!
Por supuesto, nos causa sufrimientos, complejos y pecados. Hay días en que nos
resulta pesado y superfluo, en que lo consideramos un extraño o incluso una
amenaza. Pero también es el lugar de nuestros placeres, de nuestro descanso, de
nuestro amor, de nuestra exultación. En el cuerpo encontramos nuestra
nostalgia, nuestro apetito por el Cielo y sus maravillas.
Su necesidad de
más, su insaciable búsqueda de la felicidad son la prueba de nuestra predestinación
a una alegría de la que tomará parte. Desde las alturas del Cielo, Dios
contempla amorosamente a la criatura que somos cada uno de nosotros,
maravillándose de este otro ser tan semejante a sí mismo, porque está hecho de
amor y para el amor. Por eso, para contemplar a Dios, no olvidemos contemplar
nuestros cuerpos: amando lo que Él ama, podremos amarle un poco mejor.
Del
libro: Desde tu carne verás a Dios, una meditación sobre el cuerpo y la
resurrección, Gaultier de Chaillé,(autor del libro y de este artículo), Mame,
septiembre 2023.
Gaultier
de Chaillé
Fuente: Aleteia