Una rafia de tropas musulmanas pasó a cuchillo a 200 monjes mártires del monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos, España) el 6 de agosto de 953. Desde entonces y a lo largo de casi 500 años, el pavimento del lugar del martirio se tiñó de sangre una vez al año.
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Comunidad de monjes trapenses de San Pedro de Cardeña (España). Crédito: Archidiócesis de Burgos. Dominio público |
El origen del cenobio donde se produjo
el martirio y el milagro anual, se remonta hasta el siglo V según algunos
historiadores, si bien los actuales habitantes del convento constatan que no
hay pruebas fiables hasta finales del siglo IX.
En cualquier caso, San Pedro de Cardeña se constituyó durante siglos
como un destacado foco de la cristiandad. Entre sus muros se veneraron
reliquias de San Pedro, San Pablo o San Juan Evangelista.
Como toda la zona burgalesa, durante decenios el entorno del
cenobio fue terreno de frontera, donde se sucedían las luchas entre los reinos
cristianos y los musulmanes. Los sarracenos aprovechaban además las peleas
entre monarcas y señores feudales cristianos para sus ataques.
Así sucedió en el caso de la incursión que dio origen al
martirio de los 200 monjes benedictinos de San Pedro de Cardeña. El primer
califa omeya de Córdoba, Abderramán III tomó ventaja de las desavenencias entre
el Rey de León Ordoño III y el Conde de Castilla Fernán González.
El saqueo y asesinato por odio a la fe de los monjes quedó
registrado en la Crónica General de Alfonso X El Sabio, primera historia de
España de gran formato escrita directamente en castellano a finales del siglo
XIII.
Tras el saqueo, el Conde de Castilla García Fernández, hijo de
Fernán González, restauró el monasterio. Fue en el claustro donde fueron
degollados, conocido desde entonces cmo claustro de los mártires, donde cada año
brotó la sangre de los mártires hasta el reinado de Enrique IV, fallecido a
finales del siglo XV.
Su hermana, la Reina Isabel de Castilla, la Católica, fue una de
las más reputadas peregrinas que acudieron a San Pedro de Cardeña para honrar
la memoria de los mártires, como hicieron también los monarcas Felipe II,
Felipe III y Carlos II.
La devoción popular fue tal que en 1603 el Papa Clemente VIII
autorizó el culto mediante un breve pontificio fechado en 1603.
La vinculación del monasterio de San Pedro de Cardeña con una de
las figuras esenciales de la Reconquista española también aporta al lugar un
aura especial.
Según el Cantar de Mio Cid, fue en San Pedro de Cardeña donde
Rodrigo Díaz de Vivar dejó a su esposa Doña Jimena y a sus hijas cuando tuvo
que partir al destierro en la segunda mitad del siglo XI. Era abad San
Sisebuto.
El Cid murió en Valencia en 1099. Su esposa quedó al mando de la
ciudad, pero el empuje de los musulmanes hizo necesaria la huida en 1102. Así,
decidió trasladar el cadáver del mítico guerrero desde la Catedral de Valencia
a San Pedro de Cardeña.
La tumba del Cid fue profanada en 1808 por las tropas
napoleónicas, pero el general Thiébault decidió colocar los restos del
caballero en un mausoleo situado en una avenida principal de la ciudad de
Burgos. Los restos fueron llevados de nuevo al monasterio en 1826.
Tras el proceso conocido como “Desamortización”, que arrebató a
las órdenes religiosas su patrimonio, incluidos los conventos, los restos del
Cid fueron guardados en la capilla del Ayuntamiento de Burgos. Era el año
1842.
No fue hasta 1921 que los restos del Cid hallaron reposo junto a
su mujer en la Catedral de Burgos.
En el monasterio, sin embargo, queda un monolito alusivo al caballo
Babieca, la fiel montura del Cid, donde la tradición dice que fue sepultado el
animal.
Debido a la “Desamortización”, el monasterio de San Pedro de
Cardeña se vio privado de sus monjes durante 106 años. La Orden Benedictina trató
de recuperar la vida monástica en el lugar a finales del siglo XIX sin éxito,
al no poder disponer de tierras para el sustento de la comunidad.
De
manera breve, los Padres Escolapios ocuparon el monasterio entre 1888 y 1901.
Cuatro años más tarde llegaron unos frailes capuchinos franceses expulsados de
Toulouse. Estuvieron hasta 1921.
Ya
en 1933, una comunidad cisterciense llega al lugar procedente de San Isidro de
Dueñas, en Palencia. El estallido de la Guerra Civil impidió su instalación
definitiva hasta 1942, pues durante el conflicto el recinto fue convertido en
campo de prisioneros. Ya en 1948 logra el título de abadía.
En
la actualidad vive en el monasterio una comunidad de monjes trapenses que cada
mes de agosto conmemora el martirio de sus predecesores.
Por
Nicolás de Cárdenas
Fuente: ACI