«Primero
entre los apóstoles en obtener la palma del martirio, patrón de España. Origen,
por tradición, de la Ruta Jacobea y de la espiritualidad mariana del Pilar, en
Zaragoza»
Dominio público |
Fue uno de los elegidos personalmente por Jesús, quien le invitó a seguirle cuando se hallaba ganándose el sustento en el lago de Genesaret. Su hermano Juan, el «discípulo amado», que compartía con él la faena, también fue objeto de llamamiento en ese instante, y se apresuraron a ir en pos del Maestro por el que entregarían su vida.
La inmediatez
de su respuesta, dejando trabajo y familia al momento sin sopesar los riesgos
ni detenerse a pensar racionalmente, signos que se manifestaron antes en Pedro
y en Andrés, es una de las características del seguimiento, testimonio vivo
para quienes son sorprendidos por Jesús en cualquier recodo del camino.
Comprendieron en ese minuto que supuso el cambio radical de sus vidas lo que
encerraba el espíritu inserto en sus palabras: «os haré pescadores de hombres».
De algún modo entendieron que implicaban mucho más que sobrenaturalizar su
oficio; les colocaba en el disparadero hacia el paraíso prometido.
Da idea de cómo
sería el temperamento de estos jóvenes pescadores el sobrenombre que Cristo les
dio: «boanerges», esto es, «hijos del trueno».
Algunos pasajes
evangélicos reflejan su primitivo carácter impulsivo e inmaduro. También una
cierta osadía, no exenta de ingenuidad, pero en todo caso envuelta en la
ambición y su inseparable egoísmo cuando secundaron a su madre en la petición
de prebendas que hizo para ellos. El Redentor respondió con infinita paciencia,
haciéndoles una observación que fue profecía. ¿Serían capaces de beber el
cáliz? Su respuesta afirmativa fue corroborada por Él, y se cumplió en Santiago
con su cruento martirio, pero el objeto de la conversación: saber si podrían
ser encumbrados en el cielo uno a la derecha y otro a la izquierda, estaba en
manos del Padre.
Indudablemente,
la impetuosidad y la pasión bien encauzadas son fuente de gracias. Así que la
volcánica vehemencia que albergaba el corazón de estos hermanos tuvo en Jesús
la vía genuina para seguir creciendo en la línea adecuada. Los dos despertaron
el anhelo de incontables personas que, seducidas por esa cascada inagotable de
pasión por lo divino que apreciaban en ambos, se dispusieron a entregar a Dios
sus vidas.
Santiago, junto
a su hermano Juan, y a Pedro, conforman una privilegiada tríada dentro de la
comunidad de los Doce. Fueron testigos de momentos singulares que a otros
discípulos les fueron vedados. Acompañaron al Redentor en instantes gloriosos y
también dolorosos. Contemplaron la Transfiguración en el Monte Tabor, que
ardientemente desearon haber podido prolongar, y de no haber sucumbido al sueño
los tres habrían apreciado su terrible agonía en Getsemaní porque eran los que
se hallaban más cerca de Él en esos momentos. Santiago estaba presente cuando
Jesús devolvió milagrosamente la salud a la suegra de Pedro y resucitó a la
hija de Jairo. Tuvo la gracia de ver al Maestro, ya Resucitado, al producirse
su aparición en las orillas del lago de Tiberíades y se encontraba en Jerusalén
en el momento de la venida del Espíritu Santo.
Tras la
Resurrección, los discípulos dieron inicio a una labor evangelizadora que a
algunos les condujo muy lejos de las fronteras en las que se habían movido.
Según la
tradición, Santiago llegó a España, dejando la huella de la fe directamente
recibida de Cristo en dos lugares emblemáticos: Galicia y Zaragoza (la antigua
Cesaraugusta). Primeramente habría pasado por la tierra gallega y una vez
sembrado allí el evangelio se trasladaría a Zaragoza. En las orillas del río
Ebro descansaría de las intensas jornadas apostólicas junto a un grupo de siete
seguidores, los «Varones apostólicos», los únicos que se habían convertido.
Afligido ante
la dureza de corazón de las gentes en las que había hecho mella el paganismo,
obtuvo el consuelo de la Virgen que se le apareció en esas riveras el 2 de
enero del año 40 d. C. Se hallaba de pie, sobre una columna de luz rodeada de ángeles.
Después de asegurarle que obtendría grandes frutos apostólicos, le encomendó
que erigiese una iglesia levantando un altar justamente en el lugar donde
estaba el pilar en el que reposaba. Acompañó su petición con la promesa de que
Ella permanecería hasta el fin de los tiempos en ese sitio, «para que la virtud
de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus
necesidades imploren mi patrocinio».
Además, le
indicó que regresara a Jerusalén después de materializar su ruego. Dicho esto,
María desapareció y quedó la columna de jaspe en torno a la cual se edificó la
iglesia solicitada, actual basílica de la Virgen del Pilar en la ciudad de
Zaragoza.
Santiago volvió
a Jerusalén, como Ella le había pedido, y el año 41 fue martirizado durante la
persecución del rey Herodes Agripas. Fue el primer discípulo mártir. Luego,
siempre según la tradición, su cuerpo, inicialmente sepultado en Jerusalén, fue
trasladado por sus discípulos a Galicia. Sus restos se veneran en la catedral
de Santiago de Compostela. Los estudiosos no se ponen de acuerdo a la hora de
ratificar la fiabilidad de estos hechos. Además, hay discordancias como la
datación de fechas que no encajan en la historia. Pero lo cierto es que la que
se ha considerado su tumba dio lugar a la Ruta Jacobea, una de las corrientes
más fecundas de la historia a todos los niveles espirituales y culturales,
incesantemente recorrida por millares de peregrinos que acuden a visitarla
desde hace siglos.
Esta es la
realidad incuestionable; no precisa ser contrastada. Otras vías, que tampoco
están corroboradas, subrayan nuevas trayectorias del apóstol Santiago que pudo
llevarle a Cartagena y a Lérida. Es el patrón de España y de otros muchos
países del mundo, objeto siempre de gran veneración, especialmente en
Latinoamérica.
Fuente: Zenit