Concluyó
ayer la reunión sobre la crisis humanitaria en Siria e Irak. Al mediodía, los
participantes fueron recibidos en Audiencia por el Papa Francisco. A ellos la
gratitud del Pontífice y la exhortación a la comunidad internacional
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Refugiados sirios (AFP or licensors) |
El Papa Francisco recibió en la Sala del Consistorio
a cerca de 150 participantes en el Encuentro de trabajo sobre la crisis en
Siria y en los Países limítrofes, organizado por el Dicasterio para el Servicio
del Desarrollo Humano Integral en colaboración con la Secretaría de Estado y la
Congregación para las Iglesias Orientales. Se trató del sexto encuentro de
coordinación sobre la respuesta de la Iglesia a la crisis en Irak, en Siria y
en los países cercanos, que este año contó también con la Sección Migrantes y
Refugiados, y la participación del Alto Comisario de las Naciones Unidas para
los refugiados.
En
el discurso, tras los acostumbrados agradecimientos a los organizadores, el
Pontífice se centró en los conflictos que desde hace muchos años ensangrientan
aquella región, y en la situación de las poblaciones en Siria, Irak y en los
países cercanos, y aseguró que cada día lleva ante el Señor en la oración “los
sufrimientos y las necesidades de las Iglesias y de los pueblos en aquellas
amadas tierras, como también de quienes se prodigan para darles su ayuda”.
Presencia cristiana en
riesgo de ser cancelada en la región
El Papa reconoció que con la labor que el
grupo está desarrollando, en relación a la investigación sobre la ayuda
humanitaria de las entidades eclesiales, se está realizando “una importante
contribución para comprender mejor las necesidades y coordinar mejor las ayudas
en favor de estas poblaciones”. Y puso en guardia sobre el riesgo de que la
presencia cristiana sea cancelada, precisamente en la tierra desde donde se
propagó en el mundo la luz del Evangelio.
“La
Iglesia – dijo - toda mira a estos hermanos y hermanas nuestros en la fe y los
anima con la cercanía en la oración y la caridad concreta a no resignarse a las
tinieblas de la violencia y a tener encendida la lámpara de la esperanza”. “El
testimonio de amor con que la Iglesia escucha y responde al grito de ayuda de
todos, a partir de los más débiles y pobres, es un signo luminoso para el
presente y una semilla de esperanza que germinará en el futuro”, afirmó.
Francisco
destacó, entre las iniciativas promovidas por el grupo de trabajo, aquella
destinada a apoyar el reingreso de las comunidades cristianas en la llanura de
Nínive, en Irak, y los cuidados sanitarios a muchos enfermos pobres en Siria,
en particular a través del proyecto “Hospitales Abiertos”.
En
el alentarles a mirar hacia el futuro, los animó a seguir cuidando de la
educación de los niños, del trabajo de los jóvenes, de la cercanía a los
ancianos, del cuidado de las heridas psicológicas, “sin olvidar –dijo - las del
corazón, que la Iglesia está llamada a aliviar: «Donde haya ofensa, - recordó
citando al pobrecillo de Asís - que lleve yo el Perdón. Donde haya discordia,
que lleve yo la Unión.»
Superar la lógica de
los intereses y poner fin a la guerra
En la conclusión del discurso el Papa se
dirigió a la Comunidad Internacional, a la que pidió con fuerza que no olvide
las muchas necesidades de las víctimas de esta crisis, y sobre todo, que supere
la lógica de los intereses poniéndose al servicio de la paz y poniendo fin a la
guerra.
“No
podemos cerrar los ojos sobre las causas que han obligado a millones de
personas a dejar, con dolor, la propia tierra. Al mismo tiempo animo a todos
los actores involucrados y a la Comunidad internacional a un compromiso
renovado en favor del reingreso seguro de los desplazados de sus hogares. Asegurarles
la protección y un futuro es un deber de civilidad. Es secando las lágrimas de
los niños que no han visto otra cosa que escombros, muerte y destrucción, que
el mundo reencontrará la dignidad”.
El
Obispo de Roma reiteró también su aprecio por los grandes esfuerzos en favor de
los refugiados cumplidos por diversos países de la región y por las diversas
organizaciones, muchas de ellas presentes en estos dos días de trabajos, e
invitó a la oración de San Francisco: «Señor, haz de mi un instrumento de tu
paz. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz».
“Ser
instrumentos de paz y de luz: es el deseo que hago a cada uno de ustedes. Desde
lo profundo del corazón, gracias por lo que hacen cada día, junto a muchos hombres y
mujeres de buena voluntad. El Señor los bendiga y la Virgen los acompañe”,
finalizó.
Griselda Mutual- Ciudad
del Vaticano
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