Un antes y un después, un
"Pentecostés" en la Iglesia Latinoamericana
El
pasado 31 de Mayo se cumplieron diez años de la conclusión de la Quinta
Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), realizada en
Aparecida, Brasil. Un acontecimiento del cual todavía se viven las secuelas. Y
ya no solamente en el continente americano, sino, sobre todo a partir de la
elección del Papa Francisco para suceder a Benedicto XVI, en la Iglesia
universal.
Para
conversar sobre este “pentecostés” de la Iglesia latinoamericana y caribeña,
hemos entrevistado al profesor José Antonio Rosas, director de la Academia de
Líderes Católicos, cuya sede se encuentra en Santiago de Chile.
¿Cuál es el telón de fondo
sobre el que se desarrolló la Quinta Conferencia General del CELAM?
Había
una necesidad seria de discutir sobre los caminos que debía recorrer en el
futuro la Iglesia católica en América Latina. La última Conferencia de este
tipo se había realizado en 1992, en Santo Domingo, y había referencias muy
negativas por la intervención de la curia vaticana, impidiendo un ambiente
sincero de participación y discusión.
Además,
mientras en Santo Domingo, la Conferencia se había realizado en un hotel; en el
caso de Brasil, la reunión se realizaba en el marco de uno de los centros de piedad
popular más importantes de la región: el Santuario de Nuestra Señora de la
Concepción Aparecida, de tal modo que los participantes tenían como telón de
fondo de sus conversaciones y discusiones, el canto de 120.000 peregrinos del
pueblo de Dios que acuden al santuario todas las semanas.
Usted ha dicho que “fue en
Aparecida, donde la Providencia empezó a tejer los acontecimientos que iban a
cambiar la historia de la Iglesia a nivel mundial”; ¿nos quiere explicar por
qué?
Varios
factores. En principio diré que el Presidente del CELAM de ésa época era el
chileno Francisco Javier Errázuriz, quien corrió todos los riesgos para
atreverse a vivir una Iglesia sin temor a las opiniones libres de todas las
sensibilidades, preocupándose porque se respirara un ambiente que facilitara la
participación de todos, que permitiera que las opiniones fluyeran desde la base
y que se discutiera con libertad y franqueza.
Fue
ahí, en Aparecida, donde se pudo redescubrir con claridad y fuerza el concepto
de discípulos-misioneros, reconociendo que la Iglesia no es autorreferencial,
sino que sigue a un Maestro; y que nuestro seguimiento no se puede desvincular
de la misión; que la Iglesia no es una suerte de organización que se preocupa
en reclutar seguidores, sino que es una comunidad que irradia la alegría de una
amistad incondicional de nuestro Maestro, de Cristo.
Todos éstos conceptos que
hoy nos suenan tan cercanos o comunes por el Magisterio del Papa Francisco,
¿fueron propios de la Conferencia y del documento final de Aparecida?
En
efecto, ahí emergió con gran claridad el liderazgo de quien en ese momento era
el Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, y que años más tarde
asumiría el liderazgo de la Iglesia católica. Hablamos del jesuita y cardenal
de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio.
Por
lo demás, algunos ignoran, que en ese marco de participación y discusión con
gran libertad, los propios obispos latinoamericanos eligieron el 15 de mayo de
2007 a Bergoglio como Presidente de la Comisión de redacción del documento
final, reconociendo en él a la persona con la autoridad moral capaz para poder
guiar a buen puerto la discusión que se estaba llevando a cabo.
Testigos del momento
destacan que “muchos se sintieron cautivados por su lenguaje llano y sugerente,
que transmitía esperanza, seguridad y ganas de trabajar hacia adelante” …
Desde
el primer momento, el cardenal Bergoglio invitó a evitar una Iglesia
autorreferencial y en cambio motivó a soñar con una Iglesia capaz de salir,
llegando a todas las periferias humanas, desde una nueva etapa misionera. Su
conducta, desde los detalles, se caracterizó por evitar imponer textos o que
una sensibilidad en particular se impusiera a las demás; por preocuparse de que
todos se expresaran espontáneamente y con la paciencia necesaria –que hoy
ratifica como Papa- para esperar a que, poco a poco, comenzarán a surgir los
consensos.
A
cualquiera que quiera conocer al Papa Francisco y su estilo de gobierno, le
basta penetrar a profundidad aquellos días de mayo de 2017 en Aparecida y
reconocerán las actitudes, los gestos pastorales y la visión que hoy
caracterizan al Papa Francisco; además de que el documento final de Aparecida,
a pesar de ser una obra colectiva, refleja el lenguaje y los acentos del
cardenal Bergoglio.
¿Cómo lo puede constatar
hoy el común de los católicos?
Basta
tan solo comparar el documento de Aparecida con la Exhortación Apostólica
Evangelii Gaudium (considerada por muchos el programa de gobierno y de reforma
del Papa Francisco para la Iglesia) y uno encontrará similitudes
impresionantes.
¿Por qué dice usted que
Aparecida se ha convertido en un hito y en un referente para toda la Iglesia?
Por
su “espíritu” de sinodalidad, de participación, de diálogo pero sobre todo de
comunión. La Providencia nos volvió mostrar, una vez más en la historia del
hombre, que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”, pues
fue de pastores que provienen de pueblos como el argentino, el chileno, el
peruano, el mexicano, el boliviano y tantos más, desde donde surgió la
respuesta divina para enfrentar los desafíos que viven actualmente la Iglesia y
el mundo.
A pesar de que han pasado
10 años, aún es muy poco tiempo para apreciar las consecuencias e implicaciones
de lo que se vivió en Aparecida, ¿no le parece?
Sí,
aunque ya se configura la importancia que tuvo y del mismo modo se empieza a
revelar cómo varios protagonistas se han ido convirtiendo en figuras relevantes
de la reforma de la Iglesia.
A
veces nos cuesta reconocer la riqueza propia, por ello es justo recordar y
celebrar cómo la historia mostró que la renovación de la Iglesia católica
surgió hace diez años de pastores que provienen de los pueblos de América
Latina.
Jaime Septién
Fuente:
Aleteia